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Crítica VII Tío Pepe Festival

Isabel Pantoja llena de tronío, elegancia y desgarro Tío Pepe Festival

  • Un concierto lleno de calidad, mezcla de sus canciones de siempre y su nuevo álbum

Isabel Pantoja llena de tronío, elegancia  y desgarro Tío Pepe Festival

Isabel Pantoja llena de tronío, elegancia y desgarro Tío Pepe Festival / Miguel Ángel González (Jerez)

Una vez más, Tío Pepe Festival acierta. Junto a la larga lista de artistas del ciclo de verano que han pisado su escenario, apuesta por lo seguro con la presencia de una de las grandes de la canción española. No hay lleno hasta la bandera. Desde mucho antes de que aparecieran los músicos, los fans se encargan de animar a su artista con gritos de apoyo y con palmas por bulerías. La aparición de la Pantoja es digna de las hemerotecas. Un cúmulo de emociones concentran la magia de un ser especial al entrar al escenario. Es la puesta en escena digna de una diva y de la mujer frágil y curtida en mil batallas que le ha llevado a significar lo que significa hoy en el mundo de la canción. Una especie de mezcla entre cantante, tonadillera y personaje de las revistas del corazón que la define en el escenario solamente con hacer acto de presencia y con respirar delante de unos fans que la adoran.

En los primeros momentos se llega a percibir sensaciones encontradas entre la vida privada de una mujer herida en el alma pero autosuficiente y, la artista entusiasta con un bagaje de cientos de temas que han sido bandera de la mejor expresión que subsiste en la España de la copla. El escenario se engrandece con la artista con mayúsculas. El patio de butacas siente solo a la cantante. El nivel del ambiente sube con su sola presencia. Sin necesidad de saludos, deja claras sus intenciones comenzando el espectáculo cantando, a modo de rezo mágico religioso, su adaptación de la tonadilla a la romería del Rocío, a sus raíces y a Andalucía, y abriendo la espita de su disco fetiche, en voz alta, con la rabia que atesora, con las letras de su 'Marinero de luces', a las posibles preguntas de la gente, respondiendo que sigue enamorada, confirmando que ese marinero de traje de luces sigue surcando su mar y que, inexorablemente, su vida sigue siendo 'Él'.

La primera parte del recital se centra en recorrer las historias emotivas de aquel disco de Perales, que ahora parece tener una segunda juventud. Canciones de toda su vida que, en este momento vital, le sirve para marcar territorio y conseguir agrandar su mito, introduciendo entre ellas temas de su nuevo trabajo en el que la palabra enamórate además de una necesidad es una declaración de intenciones, con canciones más orquestadas, llenas de deseos positivos, como la que da título al trabajo, y donde las baladas se hacen presentes haciendo simbiosis perfecta entre letra y orquestación y donde las maderas, metales, cuerdas y percusión se hacen presentes en todo momento.

Una palabra define el show: generosidad. La generosidad de un espectáculo que no escatima en nada. La necesidad de que el directo tenga la calidad que la Pantoja se plantea como necesaria para que una artista como ella sea capaz de demostrar grandeza. Una artista a la que no se le puede negar que domina la situación, ya sea por la permanente algarabía del patio de butacas o por la innegable lección de señorío que, en todo momento, transmite a la hora de cuidar mucho la compostura y anteponer el garbo que atesora con el objetivo de que, desde el principio, el ambiente no se vaya de las manos. Un maridaje perfecto entre la fuerza personal de una cantante con mayúsculas y una orquesta impecable en cantidad y calidad, con la batuta de un piano perfectamente ensamblado en las necesidades de una voz poderosa, con la elegancia de los violines para los agudos y el chelo como contrapunto a los graves, dos baterías, percusiones, sonidos electrónicos, iluminación afín y voces corales que completan una oda al ensamblaje artístico bastante intencionado que cuida todos los detalles.

Detalles que acaban siendo los protagonistas de la noche. Detalles que no son sino los quejíos de una artista. Comentarios que lanza al viento para defender su amor propio. Suspiros que la acompañan casi tres horas. Lágrimas y sinceridad en los gestos. Emoción de encontrarse ante su público que la hace más humana. Una puesta en escena cuidada que le otorga el calificativo de grande de la canción actual, desde su primera apuesta de vestuario, de negro y plata y con plumas en escote, hasta el tercero ceñido de estampados de flores rosas, pasando por el de faralaes de la segunda parte, así como los pendientes, las flores sobre el piano, los mutis para esos cambios de vestuario llenos de intención reafirmándose como especial y volviendo con más ganas.

Conforme el concierto va entrando en calor y la garganta se pone a tono, el ambiente de introducción al concierto deja paso a minutos de emociones cercanas entre artista y público, conseguido sin duda con su personaje más agitanado, con su traje flamenco de lunares clásico, su versión de la zarzamora, su peineta, su mantón y su abanico, moviéndose como pez en el agua en un escenario que, a esas horas de la noche, ya ha hecho suyo y en el que la copla llega a enganchar al público y a ofrecernos a una Isabel Pantoja libre de las ataduras emocionales de los primeros momentos, dejando atrás el discurso reivindicativo de la primera hora, entregada al compás y a la fuerza desgarradora de su garganta.

En ese crescendo del espectáculo, la última parte del concierto ya es un fin de fiesta entre amigos, con las voces y el cuadro flamenco, con las entrañas de Jerez y Sevilla en las venas, con la guitarra, el cajón, las bulerías y las soleares y cómo no, con unas sevillanas a dúo bailadas y cantadas como si no hubiera un mañana. La voz de soprano sigue defendiéndola con maestría, aunque se percibe que, a veces, se maneja perfectamente en timbres más bajos y graves con un registro vocal más acomodado pero lleno de calidad.

En algunos momentos usa los sostenidos con genio adaptando las notas en la escala, pero siempre sale del trance con fuerza, y lo que sí se aprecia es que, en todo momento, tiende a liberar la voz, con una emisión plena, potente y sensible que define perfectamente la expresión sonora de una voz que, a pesar de su edad, está henchida de energía. El repertorio con rumbas, copla, canción melódica, baladas, sevillanas, y lo que se tercie, habla por sí solo, de la enorme ductibilidad de su garganta y del dominio de la intersección de los registros.

La tragedia que, a modo de aureola, la acompaña en los elegantes movimientos de manos, de boca, de ojos o de cuerpo, es la mejor definición de su dramaturgia de la escena. Por sí misma es un cuadro que podría asemejarse a ese capote de un torero o esa poesía de una canción desesperada. Su voz sigue teniendo enjundia. Engrandece su prestigio cada cambio de vestuario para sorprender y marca territorio como nadie, haciendo los paseíllos de turno por todo el proscenio, por el fondo o por el foro. Torea como nadie al público. Con tablas y con mano izquierda. A puerta gayola, en los tercios, en los medios y en el centro de su ruedo escenográfico en el que se mueve sin miedo y con soltura entrando al quite de los piropos de sus incondicionales y citando con maestría para cuajar al final una faena de aliño que reboza profesionalidad.

Otro detalle: termina su actuación cantando 'El Moreno', apuesta marchosa y con ganas de que el álbum de la buena suerte sea el epílogo de una noche especial. La suerte hecha dignidad. La dignidad de una artista y la fuerza de una imagen. La fuerza de una forma de entender la vida, pero sobre todo de saber entender la canción para expresar su propia vida. Eso es lo que deja a raudales tras casi tres horas de concierto.

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