Lección mágica de pintura

Diario de las Artes

Obra de María Escalona.
Obra de María Escalona.
Bernardo Palomo

19 de junio 2019 - 06:00

Jerez/MARÍA ESCALONA.

Galería Haurie.

SEVILLA

Conocimos a María Escalona no hace mucho - es joven en años y en sabiduría artística -Supimos de ella gracias a Fali Benot y a Pedro Escalona, el gran pintor malagueño. Éste nos descubría en una de sus visitas a su estudio de Alhaurín para ver su espectacular obra que María era niña alejada del arte, aunque lo tenía tan cerca; ella como todas las jóvenes estaba en otro mundo, ese que le hacía feliz. Pero parece que un día, su poderosísima carga genética surgió imprevistamente y María demostró lo que llevaba dentro. Comenzó a pintar y a pintar y ya no lo dejó.

Y pintó con una trascendencia que no pasaría desapercibida, desde entonces, para nadie. María Escalona es una artista total, una pintora de recia sabiduría, de trascendente poder plástico, de solvencia artística. Su obra es un feliz canto a la pintura eterna; es la alegría de saber que la vieja tendencia creativa no sólo sigue permanente sino que también está preñada de futuro.

La galería de Magdalena Haurie, la más antigua de la ciudad de Sevilla y la que, probablemente, mejor ha mantenido esa línea segura de calidad, de avance, de apuesta por lo más significativo de lo nuevo, de regularidad, de no sucumbir a los efímeros planteamientos de las modas. En la galería del sevillano barrio de Santa Cruz, siempre el espectador sabe que lo que, allí, se ofrece no va a defraudar. Por eso, hasta los espacios de la calle Guzmán el Bueno ha llegado la pintura de esta joven; porque es una pintura buena, muy buena; sin sobresaltos, con toda la trascendencia de una obra que sobresale por su calidad, por su solvencia compositiva, por su particular transmisión de lo real, por ese relato lleno de feliz sensibilidad que nos hace partícipes.

La exposición nos transporta a unos parajes muy bellamente concebidos y mejor transmitidos plásticamente. Con un tratamiento colorista muy contenido, donde las tintas tierras juegan un definitivo papel y donde el dibujo, de suprema elegancia, describe una línea ilustrativa de un relato convencido y convincente. En su pintura encontramos paisajes de un sutilísimo caserío, descrito con gran economía de medios pictóricos pero resaltando poderosamente la estructura de la composición. Muy afortunados son, asimismo, las piezas protagonizadas por los cambiantes juegos de nubes. Estas casi nos transportan a unos horizontes casi abstractos, con el color muy bien dispuesto para que organice un feliz entramado expresivo que nos transporta a las luces apagadas de un otoño de sombras y nieblas.

Estamos, de nuevo, ante la privilegiada pintura de una artista de gran contundencia formal, que domina ampliamente el dibujo, que trata el color con gran pureza, buscando sólo las formas plásticas que sirvan para intervenir esa realidad que ella consigue desarrollar con sutil trascendencia.

Hasta la galería de Magda Haurie llega, de nuevo, una gran exposición de una artista que no esconde absolutamente nada, sino que transmite la realidad sin reveses y llena de la mayor potencia y claridad artística; una mágica lección de pintura.

Obra de Marina Anaya.
Obra de Marina Anaya.

Un universo de felices esencias

MARINA ANAYA. Galería Benot.

CÁDIZ

Siempre hemos apostado por los artistas que poseen un lenguaje personal. Se está demasiado harto de tanta linealidad, de tanta pintura casi igual, con postulados que todos se parecen entre sí y existen muy pocos planteamientos que encierren argumentaciones poseedoras de una dimensión particular.

Hace tiempo que Marina Anaya nos viene convenciendo por su preclaro universo plástico, por esa pintura fresca, llena de bella ingenuidad y atractivos personajes. Con un lenguaje distinto, sin afectaciones, cercano y dirigido a todos, sus obras son atractivas en fondo y forma y sirven para que todos comprendan que el arte tiene infinitas posiciones diferentes y no esos manifiestos adocenamientos en los que tantos caen.

Es Marina Anaya artista habitual de la galería de Fali Benot. Desde años atrás se está llegando hasta Cádiz para ofrecernos ese sabia y acertada historia que ella cuenta con su voz personal e intransferible. Porque la obra de esta artista, palentina de nacimiento y afincada en Madrid, desentraña un relato donde la realidad transcurre infinitamente más feliz de lo que habitualmente lo hace. Episodios que hablan de amor, de amor feliz, de paisajes con horizontes llenos de dulces manifestaciones, de pájaros nuevos que traen reminiscencias pretéritas.

En la exposición de la galería gaditana de la Avenida Ramón de Carranza - esa que las absurdas politiquillas de memos desinformados han hecho cambiar por no sé qué nombre de interesadas connotaciones ajenas a Cádiz y su gente - Marina Anaya recrea ese universo de presentimientos, de formas amables que acarician el aire, que revolotean felices por un cielo vacío de impurezas. Sus obras suscriben un mundo de sensaciones en las que estas prevalecen por encima de los propios personajes, aun siendo éstos tan poderosos.

Plásticamente, la muestra, compuesta por pinturas y grabados, formulan un desarrollo pictórico valiente, lleno de fresca entidad colorista, con las marcas de los verdes y los rojos emprendiendo una contundente realidad que potencia el sistema representativo que promueve cada una de las historias que vierten los cuadros. Marina Anaya inventa unos personajes llenos de esencialidad, son etéreas circunstancias que asumen posiciones reales y que suscriben las circunstancias de un mundo que necesita esas formas ilustres llenas de jocosa ingenuidad.

De nuevo, la bella pintura de Marina Anaya ocupa los espacios de una galería que confió en ella y en la sutileza de su patrimonio absolutamente convincente.

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