Lengua y nación

Dado que la lengua forma el pensamiento, tiene que haber una relación íntima entre las leyes de la gramática y las del pensamiento.

Ramón Clavijo Y José López Romero

03 de mayo 2013 - 08:53

NO sé si, como le sugiere el gran Goethe a Friedrich Wilhelm von Humboldt, insigne lingüista, los idiomas reflejan el carácter de una nación (Alberto Manguel dixit en Diario de lecturas), o estos son el producto o resultado de una serie de convenciones sociales que cambian según los tiempos y sus usuarios. Al respecto, lo último que he leído y que desde aquí recomiendo sin reservas es El prisma del lenguaje, libro que ya reseñé en semanas anteriores, escrito por el lingüista judío Guy Deutscher quien cita precisamente a Humboldt y el estudio que éste hizo de las lenguas amerindias, para lo cual tomó como fuente los manuscritos que se conservaban en la biblioteca del Vaticano y que habían traído los misioneros jesuitas; manuscritos que puso en sus manos Lorenzo Hervás, bibliotecario del papa Pío VII, cuando a Humboldt, en calidad de diplomático, lo nombraron enviado prusiano ante el Vaticano. Entre las conclusiones de este estudio señala Deustcher que “La diferencia entre las lenguas no solo está en los sonidos y en los signos, sino también en la visión del mundo… Dado que la lengua es el órgano que forma el pensamiento, tiene que haber una relación íntima entre las leyes de la gramática y las leyes del pensamiento. Pensar depende no solo de la lengua en general, sino también hasta cierto punto de la lengua de cada individuo”. ¿Identidad o carácter nacional, pensamiento, individuo… o solo instrumento, medio de comunicación, convención social? No soy quién ni estoy en condiciones tampoco de responder a tal pregunta, porque antes de pensar siquiera en una contestación, habría que preguntarse qué entendemos por carácter o identidad nacional. Y para eso tenemos un referente muy cercano en tiempo y espacio: Nicolás Sarkozy promovió en 2009 un gran debate nacional sobre el “orgullo de ser francés”, encuesta que arrojó resultados tan significativos como que el 74% de los franceses se sentían orgullosos de su nacionalidad y un 76% creía que existe una identidad nacional. Además, abogaban por enseñar y cantar ‘La Marsellesa’ en los colegios y exigir a los inmigrantes un buen nivel de la lengua francesa. El propio presidente prometió la creación de un ministerio de inmigración e identidad nacional. Un debate que tuvo, al margen de los consustanciales intereses políticos, al menos el mérito de hacer reflexionar a los ciudadanos sobre su nación, sus propias señas de identidad y el modelo de país que querían para el futuro. ¡Y se hizo en un país con uno de los índices más elevados de inmigración de Europa! Este mismo debate, reconozcámoslo, es de todo punto imposible abrirlo en España. Y no es precisamente porque a nuestro himno nacional le falte la letra para cantarlo en las escuelas, sino porque muchos ciudadanos, cada vez menos por desgracia, no pensamos de la misma manera que otros ni, por tanto y según Humboldt, hablamos el mismo idioma que hablan ellos, aunque a los dos se les denomine español o castellano.

José López Romero

Lectura recomendada:

Volver (Antología poética) Jaime Gil de Biedma. Cátedra, 1990.

Aunque de Gil de Biedma ya se ha publicado todo y en junto (Poesía y prosa, Galaxia Gutenberg, 2010), para aquel que quiera conocer a uno de los poetas más importantes e influyentes en las generaciones posteriores, basta con esta breve antología que editara Cátedra al cuidado de Dionisio Cañas. La vida de Gil de Biedma, plasmada en la biografía que escribiera Miquel Dalmau y en la que se basó la película El Cónsul de Sodoma, convirtió en noticia, siempre escandalosa, por un breve tiempo a un poeta que, a pesar de ello, será o debe ser más reconocido por sus versos que por sus vicios. Uno de los grandes de la Generación del 50, en la que se inscribe Caballero Bonald, con el que mantuvo la amistad que unía a todos los integrantes de dicho grupo. Gil de Biedma nos dejó una obra poética atormentada, melancólica pero con el punto justo y necesario de ironía. J.L.R.

Vivo allí donde estuve (poemas escogidos)

J.M. Caballero Bonald. Junta de Andalucía, 2013

Para celebrar el Día Internacional del Libro la Junta de Andalucía, desde hace varios años, ha homenajeado a un escritor con la edición de un libro antología de su obra. Y quién mejor este año que J.M. Caballero Bonald, que ese mismo Día Internacional recogía el Premio Cervantes. Un libro que se repartía por todas las bibliotecas públicas de nuestra comunidad, e incluso se les regalaba a aquellos ciudadanos que participaban en alguna actividad en torno al libro; ¡lástima que este año la edición haya sido realmente escasa! Y más cuando la ocasión, el homenaje al escritor galardonado y la propia antología (selección y prólogo de José Ramón Ripoll) hubiera merecido el esfuerzo por mantener el número de ejemplares; un detalle de cortesía con J.M. Caballero, cuya poesía hubiera llegado así a muchos más lectores, porque de eso se trata. J.L.R.

El edificio

David Monteagudo. Acantilado, 2013

Después de su inesperada aparición con Fin, este escritor tardío ha ido presentándonos los frutos de su desbordante capacidad de fabulación. Fin fue su primera y más exitosa novela, que nos descubría la particular visión del fin del mundo de Monteagudo. Desde ese momento, tanto seguidores como detractores han esta do pendientes de sus novedades. Es ahora, en cambio, tras alguna novela decepcionante, cuando nos encontramos en estos relatos contenidos en este Edificio, las características que encumbraron al autor: fantasía, tensión, disfrazar el abismo de lo cotidiano. La araña, El caballito en forma de globo, etc. son algunas de esas 18 historias donde lo cotidiano esconde el horror, mientras en El edificio, relato que da nombre al libro, esconde una terrible metáfora sobre la humanidad. El Monteagudo que todos esperábamos. R.C.P.

El tiempo de los héroes

Javier Reverte. Plaza y Janés, 2013

No es la primera vez que este escritor transita por la novela. Conocido y reconocido por ser quizás el mejor autor de literatura viajera de nuestro país, con libros equiparables a los de la muy alabada tradición anglosajona. Ahora su propuesta es rescatar del olvido la figura del general republicano Juan Guilloto León. Portuense, para más señas, fue conocido como Juan Modesto, quizás alusivo a su humildad pese a la grandeza de sus acciones, lo que le llevó finalmente al ostracismo y el olvido. No es este libro una biografía, pues como llegó a afirmar su autor, el personaje necesitaba del calor de la ficción para resaltar su excepcionalidad que la historia le arrebató. En este sentido la novela tiene la garra y el atractivo del personaje, y el mérito de rescatar –algo nada fácil- un héroe olvidado y cercano. Sin embargo, prefiero al Reverte viajero. R.C.P.

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