La belleza intangible

Literatura construida, Arquitectura escrita (III)

Las ciudades invisibles, libro del escritor italiano Italo Calvino es uno de esos textos imprescindibles si se quiere soñar con utopías, ciudades ideales, paisajes urbanos o edificios diferentes a los construidos, es decir, con el mundo de la arquitectura fabulada. Fue publicada por primera vez en noviembre de 1972 por la editorial Einaudi, de Turín. Desde entonces ha sido objeto de multitud de interpretaciones tanto desde el análisis literario como desde el dibujo y la pintura y también desde la crítica de la arquitectura.

El texto es una recopilación de breves descripciones de ciudades imaginarias clasificadas en once series de cinco ciudades cada una, agrupadas en nueve capítulos que mezclan ciudades pertenecientes a diferentes series, siguiendo una temática específica. Cada capítulo se abre y se cierra con pequeños relatos que narran los encuentros entre Marco Polo y Kublai Kan, emperador de los tártaros, quien a través de las historias del explorador pretende conocer su vasto territorio. (Curiosa la afición de los seres humanos de abarcar (para poseer, gobernar, esquilmar) más de lo que se es capaz si quiera de conocer). Todo en este libro, desde los sugerentes nombres de las series -las ciudades y la memoria, las ciudades y el deseo, las ciudades y los signos, las ciudades sutiles, las ciudades y los intercambios, las ciudades y los ojos, las ciudades y el nombre, las ciudades y los muertos, las ciudades y el cielo, las ciudades continuas y las ciudades escondidas-, pasando por las descripciones de estas ciudades, hasta los diálogos entre Marco Polo y Kublai Kan, invita a reflexionar sobre el sentido de la ciudad.

Las ciudades interesan a Calvino como gran metáfora de la creación e interpretación humana. Las ciudades, con sus sistemas arquitectónicos, sociales e ideológicos entrecruzados, que se pueden imaginar una vez que se conocen sus reglas primordiales. El tiempo pierde así su primacía y se desvanece completamente en el espacio de la conciencia. Las ciudades imaginarias son el lugar de la experiencia simbólica, comparten el vínculo con la poesía. Al ser este un viaje imaginario el autor se permite las figuras estilísticas que lo llevan a definir su obra como "un último poema de amor a las ciudades". Hay toda una retórica de la acumulación que busca la efectividad de la imagen poética. De este modo Calvino evita justificaciones antropológicas, mostrando su obra como un juego fantástico. Pero también subraya el pesimismo latente de su obra: las ciudades invisibles son patrimonio de la imaginación y por lo tanto, pese a su sublimidad, carecen de fundamento.

"Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe. Y sin embargo, entre la una y el otro hay una relación. Si te describo Olivia, ciudad rica en productos y beneficios, para significar su prosperidad no tengo otro medio sino hablar de palacios de filigrana y cojines con flecos en los antepechos de los ajimeces (ventanas partidas en dos por un columnillo); más allá de la reja de un patio, una girándula de surtidores riega un prado donde un pavo real blanco expande su cola. Pero con este discurso tu comprendes en seguida que Olivia está envuelta en una nube de hollín y de pringue que se pega a las paredes de las casas..."

Algunas de estas ciudades invisibles las tenemos tan cerca, se corresponden tanto con el devenir de nuestra propia ciudad, que no las vemos. Será por eso que Italo Calvino las tituló invisibles.

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