Lolo Pavón. Único, personal e intransferible
SU partida temprana fue unánimemente sentida en el arte de la provincia de Cádiz. Se terminaba una vida demasiado pronto al tiempo que se truncaba una carrera que había patrocinado una obra única, personal e intransferible. Su nombre, Lolo Pavón, era considerado por todos; con él, con su pintura, nadie tenía duda. Fue Lolo Pavón y sus creaciones, obras a lo Lolo Pavón.
Habían pasado ya varios años de su muerte; su espíritu ha seguido latente y el recuerdo totalmente vivo en toda la profesión. Era tiempo, pues, de que se ofreciese una gran exposición que recordase la ingente producción del artista de la Isla; antes, poco después de que Lolo Pavón se fuera, en San Fernando, la galería GH40, promovió el primer gran homenaje y se llenó la ciudad de pintura y de pintores como a lo Lolo. Diego Vera, su suegro, llevaba tiempo dedicándose en cuerpo y alma a recopilar, custodiar y conservar la inmensa producción de Lolo Pavón. Él ha sido el alma de esta exposición que el espléndido equipo de montaje de la Diputación, dirigido por Eduardo Rodríguez, ha hecho posible bellamente en los espacios del Palacio Provincial. Un cartel con una recordada fotografía realizada por José Julián Ochoa en la que aparecía Lolo Pavón a lo carpanta en actitud de devorar un pollo, ha servido para anunciar la muestra. Más de un centenar de piezas, de todos los estilos y con todas las fórmulas creativas del artista se han hecho presentes para volver a sentir la sempiterna presencia de un Lolo Pavón, mágico relator de una realidad que él hacía a su imagen y semejanza.
La exposición de la Diputación nos pone en la sintonía total de un artista único que tuvo claro cuál sería su camino pictórico y que representar lo real de forma fiel a los modelos jamás pasaría por su ideario estético; tampoco provocar evocaciones emocionales a partir de una abstracción a la que muchos se adherían buscando una cierta modernidad. Su pintura era mucho más sencilla y lo que le interesaba representar le quedaba muy a la mano; sólo había que rebuscar en sus entresijos más emotivos y dar forma a una línea esquemática que estructurara las marcas inquietantes de su universo más inmediato. Eran piezas esenciales, de un dibujo básico y una pintura abocetada, relatora de momentos íntimos, llenos de soledad y expectación; una pintura adscrita a un claro expresionismo figurativo donde su entorno es sometido a una profunda reflexión y manifestado de forma contundente, potenciando plásticamente los esquemas representativos.
El expresionismo de Lolo, además, acentuaba una más que apreciable carga de ingenuidad que se dejaba sentir, especialmente, cuando la escena estaba protagonizada por esa figura sempiterna, que se nos aparece en muchas de sus obras y que no es si no la propia imagen del artista haciendo realidad esa existencia en la que él tenía mucho que decir e imponía su indiscutible personalidad, donde lo jocoso, lo festivo, lo irónico, lo ingenuo mantenían un constante diálogo con una realidad transgredida a veces por circunstancias menos favorecedoras, pero siempre marcadas por los apasionantes y particularísimos registros vitales de un Lo Pavón, único e intransferible.
Poco a poco, la obra inteligente de Lolo fue evolucionando dentro de ese personalísimo ideario estético por el que llevaba a la práctica una obra sin cortapisas ni desvirtuaciones, además de valiente, inquietante, llena de carácter y entusiasmo creativo y que, por supuesto, jamás podría dejar indiferente a nadie. Ahora, la obra de Lolo Pavón entra en una dinámica de máximo cromatismo, con los poderosos y vistosos colores ejerciendo de bellos maestros de ceremonias en unos capítulos de festiva manifestación que atrapan la mirada y provocan una felicísima y jocosa complicidad. Es, ya, una obra de mayoría de edad artística, cuando el autor sabe ciertamente lo que hace, cómo lo hace y, hasta, qué quiere conseguir con ello; una obra patrocinadora de una estética, ya absolutamente con la denominación de origen, Lolo Pavón.
Lolo Pavón, con su espíritu inquieto, su constante actividad creativa y su inconmensurable entusiasmo, no se podía quedar en un único estamento artístico. Los dibujos y la pintura dieron paso, sin solución de continuidad, a otras actividades dentro de esa plástica inconformista a la que tanto amaba y a la que tanto ofreció, la escultura, la cerámica, en otros muchos aspectos de las materias plásticas y, en los últimos momentos de su carrera, el cine . Escribió el guión y dirigió "Fango", una película que nos adentra por los espacios comprometidos de los bajos fondos de su propio pueblo, en un escenario tan cercano como son las salinas isleñas.
La muerte de Lolo truncó la finalización de la segunda película, "Almendras verdes", cuando esta se encontraba en las últimas escenas del rodaje. El argumento de la misma reflexiona sobre la vida del pintor, realizándose una especie de flashback que introduce escenas de momentos de interés emocional en la vida de un niño que quiso ser artista y de un hombre que vivió como artista con alma de niño.
Lolo Pavón fue un llanero solitario, un francotirador que sólo se plegaba a los intereses de una creación a la que dio todo lo mejor de su vida. Una vida que se rompió demasiado pronto. Hoy nos queda su obra que no era si no retazos del propio Lolo.
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