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Cultura

Magistrales apuntes sobre una obra maestra

Drama, Japón, 2013, 146 min. Dirección: Yoji Yamada. Intérpretes: Isao Hashizume, Kazuko Yoshiyuki, Satoshi Tsumabuki, Yû Aoi, Yui Natsukawa, Masahiko Nishimura, Tomoko Nakajima, Shozo Hayashiya. Guión: Yoji Yamada, Emiko Hiramatsu. Música: Joe Hisaishi.

Gus Van Sant hizo una nueva versión, casi literal, de Psicosis y se estrelló. Woody Allen rehízo Fellini 8 ½ en Stardust Memories y se estrelló. Y no hablamos de directores menores, precisamente. Hay películas marcadas por su estilo, no por su argumento, que son irrepetibles. Un argumento puede filmarse cuantas veces se quiera. Pero lo que define a las obras maestras no es su argumento, sino su estilo. Y este, en cine, es una combinación de tantas y tan azarosas circunstancias -por mucho control que el realizador tenga sobre la película- y de la conjunción de tantas creatividades (guionistas, directores de fotografía, escenógrafos, compositores, actores) reunidas una sola vez para una única película, que resulta más fácil copiar un cuadro que una película.

Nadie se ha atrevido a hacer otro Ciudadano Kane, otra Pasión de Juana de Arco u otro Centauros del desierto. Porque lo importante, en ellas, es el estilo, la definición formal, la conjunción de talentos que no pueden volver a unirse, bajo la dirección de un genio irrepetible. Entonces, ¿por qué el gran y veterano director japonés Yoji Yamada ha hecho una nueva versión de Cuentos de Tokio (1953) de Yasujiro Ozu, considerada una de las mejores películas de la historia del cine? Yo diría que por reverencia y admiración al más grande maestro del cine japonés y a uno de los más creativos y personales directores del cine mundial.

También Van Sant y Allen hicieron sus versiones por admiración y respeto a sus maestros. Sí. Pero el primero cometió el error de copiarlo plano a plano (introduciendo solo algunas pequeñas variantes innecesarias) y el segundo la recreó intentando llevársela a su terreno. Yamada, por el contrario, hace un ejercicio de modestia. Como si un pintor consagrado se sentara en el Prado o el Louvre y tomara apuntes de los grandes maestros para seguir aprendiendo de ellos. Una familia de Tokio no es por ello un remake de Cuentos de Tokio, sino lo más parecido a un cuaderno de apuntes en el que Yamada va dibujando, con amoroso respeto, fragmentos (planos, angulaciones, situación de los personajes, paisajes) de aquella grandísima película. Incluso el argumento casi idéntico, solo con leves variaciones, parece un apunte a mano alzada del guión original de Ozu y Kogo Noda.

Por eso la película, sin alcanzar a la de Ozu ni pretenderlo, tiene un aire amable, invitador, emocionante y sincero. Solo Ozu logró el milagro de filmar la modesta realidad cotidiana de personajes comunes esencializándola hasta provocar la misma emoción sagrada que Dreyer logra con sus grandes películas religiosas. Por eso en su conocido ensayo el guionista y director Paul Schrader unía Ozu a Dreyer y a Bresson bajo el común denominador del estilo trascendental. En estos apuntes de Yamada no late esa trascendencia (sagrada pero no religiosa) de lo cotidiano. Pero es una soberbia colección de apuntes sobre Ozu, de sus planos con la cámara casi a ras del suelo, sus naturalezas muertas, sus corredores vacíos, sus rostros capaces de expresar todas las emociones en un plano fijo, sus paisajes suburbanos de aire hiperrealista, su gusto por el paso de los trenes, su uso de la música… No se la pierdan. Y después vean las películas del maestro que la ha inspirado. No se arrepentirán. En su documental Tokyo Ga Win Wenders, devoto de Ozu, viajaba a Tokio tras las huellas del maestro. No las encontró. Yamada lo ha logrado.

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