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María Terremoto. La huella de mi sentío

En el nombre del padre, del hijo... y de María Terremoto

  • La cantaora jerezana presenta en el Teatro Villamarta 'La huella de mi sentío', en una noche donde destaca la zambra con Esperanza Fernández y Ricardo Miño

A los cielos del teatro miró la cantaora recordando a sus antepasados.

A los cielos del teatro miró la cantaora recordando a sus antepasados. / Miguel Ángel González

Las teclas del piano de Ricardo Miño encendieron la mecha. A un lado, Esperanza Fernández, al otro, María Terremoto. Fue como un eclipse, la luna y el sol unieron sus caminos para entonar la zambra, no una cualquiera, la de Caracol. 'Un paseo por la Alameda', como se ha titulado esta pieza del nuevo disco de la joven cantaora jerezana, nos devolvió a una época pasada. Lo mejor de la noche. Esperanza aportó la delicatessen y el almíbar a las letras del Romance de Juan de Osuna, y María, temperamento y fuerza elevando al 'carcelero' hasta el cielo. Una simbiosis cantaora, perfectamente guiada por un exquisito pianista, que levantó al público de sus asientos.

La zambra caracolera resultó ser el punto de inflexión en la presentación del primer disco de María Terremoto, 'La huella de mi sentío', un trabajo que expuso ante su gente, como repitió más de una vez, y donde alimentó todo lo que dicen de ella. Evidentemente, ha heredado ese gen Terremoto, esa virulencia en su cante y ese puntillo de transmisión del que no todos pueden presumir. A veces nos recuerda a su padre, otras, a su abuelo, y otras tantas vislumbra un camino propio por recorrer, con una personalidad grande. 

Además, de su abuela María Márquez ha recibido el descaro, el desenfreno, la vitalidad y una manera de moverse por el escenario impropia para una joven de sólo 19 años. Pero por eso mismo, porque apenas tiene 19 años, María tiene aún mucho que mejorar y es normal que la presión y todo lo que supone cantar en Jerez a este nivel, no sea fácil. Tanto que con palos que habitualmente domina, y donde le hemos visto sobresalir, como la seguiriya o los fandangos, el sábado no terminaran de convencer.

No obstante, hay que reconocer que estamos ante un fenómeno con las cualidades y el potencial suficiente como para levantar al público de sus asientos, como hizo en la zambra, y para no dejar indiferente a nadie. Y eso que tuvo que sobreponerse a circunstancias no esperadas, como las ausencias a última hora de Antonio Reyes y Pedro El Granaíno, "por causas personales", dijo. Aún así estructuró bien su espectáculo, que se prolongó durante casi dos horas.

Ha heredado el gen Terremoto, con virulencia en su cante y un gran poder de transmisión

Estuvo soberbia al abrir, encadenando con visceralidad cantes de trilla, romances y un martinete, todo apoyándose en el aire de su gente, y dando muestras de su innata capacidad para interpretar. Siguió acordándose de su padre Fernando, y aquel 'Luz en los balcones', y continuó por granaínas, malagueñas de Chacón que remató con los abandolaos de Frasquito Yerbabuena.

Antes de la zambra, hizo alegrías, compuestas por Agujetas Chico, y tangos, donde las guitarras de Nono Jero y Fernando Carrasco avanzaron lo que instantes después ofrecerían en solitario por bulerías, acordándose de Morao, Parrilla y los Jero y con un soniquete y un compás abrumador. 

"Esto es muy grande, no se me olvidará en la vida", exclamó María ante un patio de butacas repleto de buenos aficionados (esos a los que con sólo decir Terremoto se les eriza el vello) y familiares.

Aunque la lista de invitados había quedado mermada, lo cierto es que los que asistieron dejaron muy alto el pabellón. Al margen de la ya citada Esperanza Fernández, brillaron el piano de Ricardo Miño, con unas bulerías en solitario dedicadas "a mi amigo Fernando (Terremoto)", y las bulerías al golpe que se marcaron José El Mijita, con ese eco tan particular, y José Valencia, siempre un gusto escucharle sobre un escenario. 

Exprimiéndose a más no poder y dejando todo lo que tenía, María ejecutó muy bien los tientos (con un Nono Jero espectacular), rematados por tangos, en los que volvió a poner de manifiesto su amplitud de registros y su talante festero, cantándose y bailándose con lozanía. 

La noche, tras las seguiriyas y un par de fandangos, culminó por bulerías. Su eco recordó nuevamente al de sus ancestros y del público, sobre todo con aquellas letras que tanto interpretaban su padre y su abuelo (En la calle Nueva hay un almacen...) obtuvo otra vez los aplausos. La presentación concluyó con una de esas pataítas del Bo, que cuando escucha un buen soniquete por bulerías aparca todos sus males. Qué arte. Esto sólo ha hecho empezar, María.

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