Cultura

La Oreja de Van Gogh sella un concierto inolvidable, cercano y lleno de ritmo

La Oreja de Van Gogh en Tío Pepe Festival

La Oreja de Van Gogh en Tío Pepe Festival / Miguel Ángel Castaño / Tío Pepe Festival

La noche del primer domingo de agosto fue inolvidable. Resulta que nos encontramos con un grupo de amigos que tenían muchas cosas que contarse y contar, y nos las contaron en el Tío Pepe Festival. Sin grandes alharacas, sin exabruptos. Nos los encontramos dando un paseo y admirando las instalaciones de los jardines de la bodega Las Copas y el olor a vendimia recién iniciada. Después se subieron a un escenario que encontraron y empezaron a proponer a sus amigos técnicos lo de dialogar entre ellos y con el público de manera afable y cariñosa con sus instrumentos y con su forma de hacer música. Como además se dio la curiosa coincidencia que ya se conocían desde hace más de veinticinco años, el momento no fue para nada artificial. Todo lo contrario. Son un grupo de amigos donostiarras que habían recalado estos días en la provincia de Cádiz, por aquello de que ellos creen que Donosti y Cádiz son lo mismo porque son provincias llenas de vida y de luz, solo que Cádiz es Donosti con más calor y San Sebastián es Cádiz con más chirimiri. Estaban encantados y como entre sus maletas traían de todo hicieron el esfuerzo de demostrarnos el amor por la música y el cariño que tienen a mantener viva su amistad allá por donde van.

Con una puesta en escena lumínica centelleante en plateados y negros quisieron dar la bienvenida. Se pusieron a ello para dar esperanza ante la tormenta. Como en el salón de su casa, con un sonido impactante y lleno de fuerza, Pablo, con camiseta y sombrero negro se contorsionaba con su guitarra eléctrica, mientras los demás quisieron entrar al trapo y Xabi comenzaba a acariciar las teclas, Álvaro cogió por su cuenta el bajo y Haritz se puso los cascos y empezó a hacer ritmo con la batería que tenía a mano.

Así, de manera informal pero elegante se lo tomaron una tarde noche más. Al poco, Leire llegó a la fiesta que se habían montado los chavales y con las notas de ‘Como un par de girasoles’ quiso unirse a manera de presentación del octavo trabajo que habían publicado. Se les veía felices y con ganas de agradar. Al ritmo de sus canciones y con movimientos sincrónicos salidos de lo más hondo de sus emociones.

Al rato ya estaban invitando al público que allí estaba a llegar a comprender lo que estaban proponiendo, y en pocos minutos Haritz creó una obra de arte con sus muñecas que encendieron la reunión hasta el punto que pocos se quedaron impávidos y empezaron a ponerse de pie y a moverse al ritmo conocido de ‘París’, y a reconocer que habían acertado al venir de nuevo a ver a estos sus amigos que andaban esa noche recordando temas y ofreciendo otros nuevos que durante los momentos de la pandemia habían creado.

Un Álvaro crecido empezó a acoplarse al ambiente, hablando y hablando entre ellos de amor, desengaños y de todo lo que hablan los amigos en una reunión cuando están a gusto. Xabi ni se lo piensa, y se atreve a cantar también un dúo nostálgico con Leire en otra nueva canción de amor y desamor como ‘Durante una mirada’ de la que sacan conclusiones de lo que se puede ver en los ojos lo que el corazón siente. Pablo, ya por entonces, sigue a lo suyo invitando al personal a mirar como toca sus guitarras y consigue calentar tanto el ambiente que éste se ilumina y se pone al rojo vivo para que, la voz melodiosa de soprano embaucadora haga, de una de las canciones que más les gusta acomodar cuando se encuentran al aire libre, ‘Muñeca de trapo’, una emoción contenida con vibratos mantenidos dando sensualidad y dureza a una muñeca que se torna con arreglos silvestres donde los dedos de Xabi son capaces de acompañar la garganta de su amiga en los finales con fuerza y decisión.

Sobrepasado el momento inicial, se pudo constatar que el grupo de colegas, sabían lo que se traían entre manos. Dominaban mentalmente lo que buscaban y estaban dispuestos a pasar un buen rato en compañía de los que quisieran unirse a la ocasión. Las notas con cadencias de un pop donostiarra perfectamente ensamblado se unieron, en momentos, a pruebas juguetonas de un rock más suave, al country o a la balada.

La voz de Leire fue creciendo y en sus ademanes se intuía la enorme carga emocional que aportaba a la situación por lo que rápidamente se encargó de colocar la garganta en esos timbres de tramo medio que tan particular hace su voz. Y sus cuatro amigos y toda la gente que andaba por allí, se lo reconoció en varias ocasiones. Entre tanto, la noche se había embebido de silencios, de notas y de un sonido que recordaba que cuando este grupo quiere, lo que se puede llamar reunión de amigos en concierto, supone el esfuerzo mantenido desde que se sientan para crear hasta que les sobre ganas de dar con la tecla y una vez afinada, mantener el tipo de una inconfundible manera de hacer música. Un grupo de locos por su música, contentos de ver que estaban compartiendo noche y reencuentro con abuelos, padres, adolescentes y chavales que no habían querido perderse la ocasión de estar donde estaban.

Se veía que el grupete de amigos estaban disfrutando y estaban contentos de lo que estaban viviendo. El amor, la desdicha, la pasión, la pareja, la amistad o las relaciones sociales eran la justificación cuando se lanzaban a ser cantadas en voz alta por quienes se sabían algunas estrofas de las canciones que allí se interpretaban. En el cenit de la noche la apuesta de la noche ya estaba en marcha. Gente de pie por los pasillos y en los huecos que quedaban. En la trastienda y la cocina, lo técnico seguía a tope. Los cuatro amigos cambiando de ubicación para tocar más canciones. Álvaro, casi descamisado. Heritz con su cabeza a ritmo frenético. Pablo jugueteando con guitarras y teclas. Para colmo Leire, en el centro de todo, asumía su rol. Inolvidables los agudos de Leire clavándose en los oídos de los presentes como amaneceres en la Concha al alegrarse de que las ‘Sirenas’ ya no se oigan por la ciudad más bonita del mundo, o que las flores sean de nuevo protagonistas porque alguna invitada llegada a la fiesta con un ramo de ‘Rosas’ para Leire, que responde cantando su canción con él en la mano o como pasa en todas las fiestas que se precien, alguien como ella se acuerda de una nana de pequeña que se hace más auténtica en los viñedos de Jerez.

Los solos de guitarra llegan a ser atardeceres en cualquier parte del mundo, y el ritmo unísono y atrayente una apuesta por las emociones más sinceras. Con su pop melódico que parecían dominar fueron embaucando al personal hasta hacerles hipnotizar con sus canciones de estructura epistolar, incluso aportando un rock duro a otra obra de arte como la que hicieron para la niña ‘Que llora en sus fiestas’, un halo de esperanza con ‘Doblar y comprender’, e incluso con las nuevas propuestas de estructura reivindicativa como con la famosa canción de los atentados de Madrid titulada ‘Jueves’ o como acabaron el concierto con los bises enarbolando su bandera multicolor volviendo a hacernos ver sus cometas por el cielo. Por el camino se habían lanzado con canciones de siempre. La fiesta había sido un éxito. Agradable, homogénea, llena de vibraciones y muy cercana. Un acierto el reencuentro. Seguro que seguirán viéndose. Por cierto, creo que se llaman a sí mismos, La Oreja de Van Gogh. En mayúsculas.

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