Pedro Oteo, el sursum corda
Trato o retrato
A mi amigo Perico Oteo se le podría considerar el contrapunto perfecto de Bartleby el escribiente, el todo preferiría hacerlo, y todo lo hace, menos lo fundamental, y ya me explicaré mas adelante. De Pedro Oteo podría decirse que es la memoria gráfica de Jerez, que en su memoria enciclopédica tienen estantes los poetas más chuscos de la edad de la bohemia –léase su tocayo Pedro Luis de Gálvez–, los clásicos, los exquisitos que casi nadie recuerda, los olvidados con un verso sublime y los señoritos que tuvieron su momento canalla.
Perico, para entendernos, gusta de componer la menguada figura con una apostura de dandi barbado, un tanto libidinoso, que le daría lustre a un huecograbado del ABC de los 50 fumándose un caliqueño en barrera; o viendo circular señoras desde el velador de La Moderna o el chino de la Porvera. Todo con esa mirada socarrona de displicencia impostada que tantos años y trabajo le han costado. Para terminar de rematar el personaje que él mismo ha creado, el señor Oteo tendría que adecentar alguna de las peanas de pendolista que se habrá agenciado en alguna de sus múltiples tasaciones, rellenar el tintero, tener a mano el secante y utilizar la pluma para escribir, qué se yo, alguna Regenta de la Corredera, o La Casa de la Troya del Servicio Doméstico.
Esa misma pluma con la que nos lanza puyazos a los amigos, bastante más que a los enemigos, por cierto. Mientras esperamos esa improbable apoteosis que también se me presupone, quizás Cosano se digne en adjudicarnos a ambos algún asesinato sin importancia, o una noche de farra en un prostíbulo de capital.
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