Cultura

Pericón de Cádiz y su hijo Juan

  • Uno de los distintivos personales del cantaor gaditano fue la compostura, el saber estar con modestia y mesura, igual que supo llevar a gala el fotógrafo Juman

La primera vez que escuché cantar, en persona, a Pericón de Cádiz, fue allá por los comienzos de los años sesenta, en el famoso tablao madrileño Zambra, fundado en 1954 por Fernán Casares, en uno de cuyos cuadros, el de cante grande, actuaba el maestro. Había acudido yo, invitado por la primera bailaora del mismo, mi paisana Rosa Durán. Recuerdo que era por las vísperas de la Navidad y junto a Pericón también cantaban, con la guitarra maestra del jerezano Perico el del Lunar, Manolo Vargas, Pepe el Culata, Rafael Romero, Juan Varea…. A todos los estuve saludando, una vez terminaron su actuación. También a Pericón. Y ya no volvimos a vernos más. Ni siquiera en las dos ocasiones, antes de que cerrara el tablao, en 1975, en que pude conseguir que su propietario, Fernán, llevara un grupo de sus artistas a los teatros Español, de Madrid, y al Villamarta, de Jerez, en los cuales yo organicé sendos festivales, años más tarde.

Pero yo seguía escuchando los cantes de Pericón, de los que siempre fui un gran enamorado, a través de sus discos, y él seguía acordándose de aquel joven aficionado que un día lo saludara en Zambra. A través de mi paisana la bailaora Rosa Durán, Pericón sabía de mis actividades, y cuando ya se vino a vivir a Cádiz, retirándose de la vida artística, su hijo Juman, fotógrafo del Diario, con el que yo hice una gran amistad, cuando ambos íbamos, como periodistas, a los partidos del Estadio Domecq, le llevaba noticias mías y siempre me daba recuerdos de su padre. Hasta que un día, Juan Martínez Nieto (Juman) me dio una de las más agradables sorpresas de mi vida. Me llevaba un regalo muy especial de su padre. Dos cintas de casete con todos los cantes de su padre y unos amenos comentarios de éste, explicándomelos, contándome anécdotas y vivencias de su larga vida de cantaor. Todo un tesoro, que aún guardo con verdadera estima y que no me canso de escuchar, de vez en cuando.

Al querido amigo Juan Martínez Vilches, Pericón, no le faltaron ni los premios, dos de los cuales ganó en Madrid, en 1936 y 1948, recibiendo en 1976 el que la Cátedra de Flamencología concedió a su maestría; ni los homenajes de su Cádiz, orgullosa bandera de su apellido flamenco, que le ofreció un homenaje en 1969, en el Teatro José María Pemán, le puso una placa en su casa natal, de la calle Vea Murguía, número 5 y, como todo le parecía a Cádiz, bastante poco para su hijo esclarecido, un año después de su fallecimiento le puso su nombre a una calle del barrio de la Viña.

Cuando le pusieron la placa, en su casa natal, Pericón hasta improvisó unos cantes, en plena calle, acompañado a la guitarra por el genial Paco de Lucía, rodeado del cariño de los suyos y de otros artistas y aficionados. A Pericón se le quería mucho en Cádiz y en todas partes. Desde los tiempos en que cantara en el espectáculo Las calles de Cádiz de Concha Piquer, con el que paseó el nombre de Cádiz por todos los teatros de España, Pericón se hizo famoso por su arte, por su manera de saber estar, y también por la gracia de sus historias, que un autor supo trasladar al papel de los libros. Pero lo que mejor se dijo de él lo escribió el poeta granadino Luis Rosales, quien dejó dicho, para la posteridad:

"No hay compostura como la suya. Cante hierático, quietísimo y garboso, como si no moviera un solo músculo de la cara. Aun en su mismo silencio hay sorna y, desde luego, gracia… Tiene algo ritual y mueve las manos de una manera tan precisa que nos encanta y casi nos alegra verle sacar el pañuelo… Canta magistralmente los cantes de Cádiz…". Y remarcaba el gran poeta: "Dentro del mundo en que vivimos no existe compostura como la suya".

La compostura, el saber estar con modestia y mesura, sin ninguna clase de alardes. Ese era uno de los distintivos personales de Pericón. El mismo que supo llevar siempre a gala, su hijo; mi recordado gran amigo, Juman; señor del mejor periodismo gráfico gaditano y esencia de pura gaditanía personal. De tal padre, tal hijo. Inolvidables los dos.

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