Reaparece ese 'loco divertido'
El Ateneo de Jerez recoge en una muestra la relación de Ragel con el flamenco
Hace algunos años, en la residencia en que acabó sus días, en Puerto Real, Amalia Montero me recitó con su prodigiosa memoria aquellos versos que Juan Gotor le dedicó a su marido, Carlos González Ragel (Jerez, 1899, Ciempozuelos, 1969). Comenzaban de esta forma: "Mefistóteles, flaco, anguloso e inquieto/ embozado en su capa, calavera en el broche/ que labora durante casi toda la noche/ royendo los cartílagos de cualquier esqueleto..." Estos son sólo algunos retazos de la vida intensa, alocada e incomprendida de un 'loco divertido'.
Carlos, don Carlos, Carlitos, Carlitos huesos, Carlos el flaco, Carlos Quijote, Carlitos galgo... o Skeletoff, como le bautizó aquel extranjero del Touring Club. Fotógrafo, pintor e inventor de un nuevo estilo en la pintura, que él mismo llamó 'esqueletomaquia', el arte de ver más allá de lo que alcanzan nuestros ojos, personas y animales 'esqueletizados' que son perfectamente reconocidos por su constitución ósea. "La carne nos distingue, pero el esqueleto nos iguala", contestaba siempre nuestro personaje.
En 1930, Carlos ya es un hombre de gran popularidad en Jerez. Ese niño precoz, premio nacional de la belleza con sólo tres años, que fue expulsado de los Marianistas y que abandonó la Escuela de Artes y Oficios por discrepancias con el profesorado, llama la atención por sus excentricidades y simpatía. Ese año, un periódico local de la época elige mediante sorteo entre sus lectores a los jerezanos más antipático y simpático. Con mayoría de votos y a mucha distancia al sereno Francisco Diáñez y al señor García, cabo de los porteros del Villamarta, Jaime García-Mier resultó ser el más antipático, y el más simpático, con mayoría aplastante, Carlos. Tras él, Tongorongüito y K.B. Zota.
En aquellos años, Ragel ya ha expuesto sus trabajos en el Ateneo de Jerez y el antiguo hotel Los Cisnes. Carlos, uno de los siete hijos del reconocido fotógrafo Diego González Lozano, que tenía un estudio en Cristina, y de Carmen Ragel Rendón, que traspasa a su hijos ese espíritu artístico y cuyo temprano fallecimiento trunca la unidad familiar, creyó oportuno saltar a Madrid, donde se identifica con la bohemia de los pintores de su época, la bohemia de los artistas modernistas. Alli se desenvolverá en el ambiente de la farándula y de personajes conocidos.
La doctora y psicóloga jerezana Mercedes Díaz hizo, hace algunos años, su tesis doctoral sobre la vida y obra de Ragel. Opina que Carlos se creía tocado por el ala divina. "Pensaba que estaba por encima de otros artistas. Y eso le perjudicó muchísimo. Pensaba que iba a triunfar. De hecho su exposición en el Museo de Arte Moderno de Madrid tuvo cierta repercusión y a partir de ahí, creyó que todo iba a ser muy fácil, pero no siguió trabajando, perseverando, evolucionando y se dejó llevar por la euforia, la adulación, el alcoholismo, la sociedad de entonces...".
Luego llegó la decadencia, los escándalos públicos, sus tiempos tormentosos en su casa Villaesqueletomaquia, la incomprensión, su fobia hacia el clero, los años de miseria, su vida junto a Amalia, que él presentaba como "mi mujer y loquera". Los curas no cesaban de decirle a Amalia: "¿Pero cómo puede usted aguantar a ese hombre? Es usted santa Justa y santa Rufina a la vez". Y luego le dijo El Fleta en un bar de Sevilla: "No haga caso, Amalia, no se preocupe, que está usted al lado de un genio en potencia, esa gente tan brillante que sólo da la vida una vez cada siglo".
Su gran amigo Pablo Fiallo, otro veterano de la fotografía, decía que "Carlos vivía de milagro", arrastrando una sífilis, un único pulmón, abuso del alcohol, una psicosis maníaco depresiva y horrendas fobias y miedos. Cuando llegó al sanatorio de la Orden de San Juan de Dios, en Ciempozuelos, Madrid, los hermanos Plumed, Martín Rodrigo y Sánchez Bravo analizaron su personalidad y concluyeron que "estamos ante un superdotado, de una temática en su obra propia de un depresivo, con un componente agresivo constante y de repulsa hacia la imagen femenina".
Ahora, y durante este mes, parte de su obra, la dedicada al flamenco, vuelve al Ateneo de Jerez con la exposición 'Postrimerías y flamenco'. Su sobrino político, José Montero, comenta que se trata de una modesta muestra que quiere dejar ver su visión de ese mundo. Sus extraordinarios trazos captan el movimiento, la personalidad, el ambiente y todo el entorno que lo rodeaba. Desde las bailaoras a los tocaores, de las bodegas a los tabancos, del corrillo flamenco al espectáculo. Todo ello siempre con su continua creación desde sus pocos medios. Ragel fue últimamente reconocido al más alto grado, exponiéndose hace tres años, durante más de ocho meses, varias de sus obras en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, y en el Petit Palais, Musée des Beaux-Arts de la Ville de Paris. No ha sido suficiente tal reconocimiento, su ciudad natal y en donde vivió casi toda su vida no ha querido recordarle".
La muestra la componen una veintena de fotografías y dibujos de Ragel, con la temática del flamenco como fondo. Ragel siempre se consideró "mejor fotógrafo que pintor". Y fotógrafo, además de su padre, fue su hermano mayor, Diego, también injustamente olvidado, que logró captar con su 'Leica' las 600 toneladas de oro y 1.500 de plata del Banco de España que el Gobierno republicano envió a Moscú durante la guerra y entregar esos documentos a Franco.
(Carlos González Ragel falleció la mañana del 28 de noviembre de 1969 en el sanatorio de Ciempozuelos, donde le recuerda un pequeño museíto. Su obra, que puede sobrepasar un millar de cuadros, se encuentra repartida en colecciones particulares y casas-hogares de la Orden de San Juan de Dios)
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