Cultura

Redescubrir a Luis de Morales

  • El Museo del Prado amplía el conocimiento del pintor renacentista extremeño con una muestra que, hasta el próximo 10 de enero, reivindica su virtuosismo, riqueza temática y visión comercial

La atmósfera espiritual de la España del siglo XVI se proyecta en las 54 obras que componen la muestra que el Museo del Prado dedica hasta el 10 de enero en Madrid al pintor extremeño Luis de Morales, al que sólo El Greco superó en popularidad en el Renacimiento.

La exposición El Divino Morales, que anoche inauguró el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, en su primer acto oficial en la pinacoteca, cuenta con 35 préstamos excepcionales procedentes de colecciones como las del Bellas Artes de Bilbao y el Museo Nacional de Arte de Cataluña -donde se verá en 2016 este proyecto que cuenta con el patrocinio de la Fundación BBVA-, la Hispanic Society de Nueva York, la Colegiata de Osuna, el Bellas Artes de Cádiz, la Real Academia de San Fernando, el Instituto de las Artes de Minneapolis, la Catedral de la Almudena y el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa. Sus aportaciones se suman a las 19 piezas que ha seleccionado el Prado de sus fondos, entre ellas El Calvario y La Resurrección que acaba de donar el coleccionista Plácido Arango a la institución que dirige Miguel Zugaza. El resultado es un viaje apasionante por la producción de un artista que trabajó con tanta fortuna el retablo como la pintura devocional de pequeño formato.

Las imágenes tenebristas y la intensidad dramática que alcanzó Morales en el tratamiento iconográfico de la Piedad o Quinta Angustia se contrastan en esta selección con obras que muestran su delicadeza en el tratamiento de las figuras y de los tejidos (aspecto éste que parece anticipar a otro extremeño, Zurbarán) y su particular uso de la técnica del sfumato.

Aunque trabajó principalmente en Plasencia -donde tuvo su primer taller y debió de absorber la influencia de Alonso Berruguete, una de cuyas tallas se incluye aquí- y en Badajoz, su biografía contiene numerosas lagunas. Se sabe que nació en 1510 ó 1511 pero no la localidad, y que murió en 1586 (tal vez en Alcántara, Cáceres) tras asumir y destilar las grandes tendencias del arte europeo de su tiempo. Para la comisaria de El Divino Morales, la experta del Prado Leticia Ruiz, "su trabajo enlaza con las tradiciones flamencas del siglo XVI, matizadas por elementos y modelos italianizantes". "En su obra", continúa, "se aprecia la influencia de Durero y Rafael y debió estar en contacto directo con algunas obras de Sebastiano del Piombo".

Apodado El Divino en el siglo XVIII por Antonio Palomino, "porque todo lo que pintó fueron cosas sagradas", el artista fue pragmático en cuestiones comerciales: tuvo un éxito temprano con sus pequeñas tablas religiosas y supo adaptarse a la clientela de su época con un producto de factura muy cuidada.

La muestra del Prado permite comparar varias versiones de un mismo modelo iconográfico, cada una con ligeras variantes, como sucede con su bellísima aproximación a la Virgen gitana o del sombrerete. María es una joven de rostro ensimismado y piel delicada que Morales pinta con su característico sfumato en estas tres obras procedentes de los fondos de Villar Mir, Plácido Arango y de un gran coleccionista español que ha preferido mantener el anonimato.

Los cinco ámbitos en que se divide la muestra comienzan con una de sus pinturas más monumentales, La Virgen del Pajarito, fechada en 1546 y cedida por la parroquia madrileña de San Agustín, a la que rodea una selección titulada Iconos perdurables que ofrece las series más conocidas del pintor: sus Piedades y Dolorosas, el Ecce Homo, Cristo con la Cruz a Cuestas y la Virgen con el Niño.

La cara más amable y risueña del Divino Morales asoma precisamente en la sección En torno a la Virgen con el Niño donde, además de la Virgen gitana, se reúnen su celebrada Virgen de la leche del Prado y otras composiciones gemelas, así como diversas imágenes de la Virgen con el Niño escribiendo y la Virgen del huso o del aspa. Un lugar especial ocupa La Virgen con el Niño y san Juanito que presta la Catedral de Salamanca.

Las guerras con Portugal y la invasión napoleónica, entre otros conflictos, provocaron que Extremadura perdiera numerosos retablos entre los siglos XVII y XIX y por eso el tercer capítulo de la muestra ha logrado documentar este aspecto tan notable de la producción de Morales recuperando obras llegadas de colecciones internacionales como La última cena del Museo Civico de Catania. Los dos únicos dibujos atribuidos al artista provienen del Museu de Arte Antiga de Lisboa y también se reúnen aquí: Lamentación ante Cristo muerto y Noli me tangere.

Especial dramatismo revisten las obras agrupadas en Imágenes de pasión y redención. Con precisión naturalista y un carácter táctil cercano a lo escultórico el pintor detalla el sufrimiento de los mártires o la resignación del Salvador, a quien vemos también yacente ante la Virgen, cuyo manto comparte el tono azul verdoso de los labios amoratados del Cristo.

San Juan de Ribera, que fue obispo de la diócesis de Badajoz entre 1562 y 1568, encarnó como pocos la espiritualidad de la Contrarrefoma en Extremadura. Se llegó a considerar a Morales su pintor de cámara y el recorrido expositivo concluye con un espacio dedicado a él, al que vemos rezando junto a San Juan Evangelista en el estremecedor tríptico que cede el Bellas Artes de Cádiz. Las tablas de la Dolorosa y el Ecce Homo completan ese mensaje de la redención por el sufrimiento que Morales transcribió durante medio siglo a esa legión de creyentes a la que supo convertir en clientes.

"Para el romanticismo nacionalista, poseyó un sello autónomo y ofreció una interpretación propia del Renacimiento porque nunca cayó en los cantos de sirena del paganismo", recordó ayer el nuevo director adjunto, Miguel Falomir, al explicar la reivindicación del artista a finales del XIX que culminó, en 1927, en la primera retrospectiva que le dedicó el Prado.

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