Lectores sin remedio

Robos siderales

Obra de Galileo Galilei. Obra de Galileo Galilei.

Obra de Galileo Galilei.

El robo del ‘Sidereus Nuncius’ (1610) de Galileo Galilei en la Biblioteca Nacional, era denunciado hace unas semanas por los medios de comunicación, aunque dicha desaparición se conocía internamente desde el año 2018. Lo cierto es que salvo un círculo muy especializado de estudiosos y profesionales, pocos conocían la existencia de este ejemplar y menos su valor patrimonial, por lo que nos preguntamos si la gran repercusión mediática de la noticia se debe más al retraso en ser denunciado públicamente el robo, o porque realmente nos importa.

Por otro lado, la mencionada noticia se asemeja mucho a aquella otra donde se daba cuenta, unos años atrás, de otro robo también en la mencionada Biblioteca, en aquella ocasión de partes de la obra ‘Cosmografía’ de Ptolomeo. Podemos sacar algunas conclusiones ante estos hechos. Por un lado, lo difícil que es detectar la desaparición de un ejemplar singular entre miles de ellos en los fondos de una biblioteca patrimonial, lo que explicaría el retraso en su confirmación y, por otro, la falta de medios endémica que sufre este tipo de instituciones, y no digamos los pequeños centros bibliotecarios custodios muchas veces de importantes fondos patrimoniales. Estas historias reales en torno a robos de libros valiosos siempre han tenido un halo novelesco, por lo que no es de extrañar que algunos escritores centren la trama de sus libros en ello.

Donna León, y es solo un ejemplo de muchos, se introduce con acierto en ‘Muerte entre líneas’ (Seix Barral) en el oscuro mundo pero real, de bibliófilos y libreros corruptos y el ilegal comercio de libros antiguos. Sí, la historia del libro está plagada de robos de libros singulares e insustituibles, y algunos fueron tan osados que aún son recordados como el caso del librero londinense Charles Romm que, en los años 30 del siglo pasado, sustrajo a lo largo de una década cientos de libros de bibliotecas patrimoniales británicas, públicas y privadas, y los fue colocando en el mercado norteamericano.

Es indudable que siempre encontraremos una gran historia tras la sustracción de un libro singular. Seguramente la hay tras la del ‘Sidereus Nuncius’, y de la que lo último que sabemos es que el original fue sustituido por el ladrón, por una copia de gran calidad lo que explicaría hasta cierto punto que dicho robo pudiera pasar desapercibido durante años. Más medios para garantizar la seguridad y conservación de los fondos bibliográficos patrimoniales, más allá de la localización geográfica, es la petición unánime de las instituciones culturales que los custodian. Mientras, durante la espera, seguiremos rasgándonos las vestiduras con noticias como las de la Biblioteca Nacional española, o la de la biblioteca de la Universidad de Cambridge donde, al mismo tiempo que saltaba la noticia en Madrid, se denunciaba la desaparición de dos cuadernos manuscritos de Charles Darwin relacionados con la teoría de la evolución (aunque al parecer fueron robados…¡hace veinte años!). Ramón Clavijo Provencio

Oeste

Mi padre era un lector voraz de novelas del oeste en aquellos difíciles años sesenta. Si de las décadas anteriores el color era el negro, en los sesenta habíamos pasado al gris pero marengo. Y me acuerdo de que nos mandaba a mi hermano y a mí a un quiosco cerca de casa para cambiarlas o venderlas como segunda mano (la pela era la pela); al fin y al cabo, eran novelas de usar y cambiar. Y allí que íbamos con una buena bolsa de ellas que previamente había leído y en las que se notaban las marcas de los picos de algunas hojas doblados a modo de antiguos pero no menos socorridos marcapáginas. E incluso con los lomos bastante vencidos consecuencia de su lectura en la cama o, si me permiten el comentario un tanto escatológico, en el servicio.

Ahora, al redactar este artículo he echado un vistazo por Internet para ver si aún siguen existiendo en el mercado aquellas novelas que tanto entretuvieron las tediosas tardes de buena parte de los lectores de aquellos no menos tediosos y tristes años. Y compruebo por algunas páginas, sobre todo en Ebay, que siguen estando a la venta las mismas que hace demasiados años veía en las manos de mi padre, las de la editorial Bruguera y en especial las del gran Marcial Lafuente Estefanía. Por mi parte, en pleno desarrollo académico por aquellos tiempos, poca atención les prestaba a estos relatos que, además, estaban indicados, como rezaba en la portada de algunas series, para un público “adulto”. Mis incipientes aficiones lectoras me llevaban a los libros de lectura obligatoria en el colegio y a aquellos que caían en mis manos frutos de alguna recomendación fiable. Con el correr de los años aquellas novelas fueron desapareciendo de mi casa y con ellas el nombre de Silver Kane, seudónimo bajo el que se escondía mi venerado Francisco González Ledesma. José López Romero

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