La crítica

Sara Baras y su espectáculo 'Alma' llenan de luz y baile el Tío Pepe Festival

Sara Baras, anoche en el Tío Pepe Festival.

Sara Baras, anoche en el Tío Pepe Festival. / Manuel Aranda

El flamenco siempre se ha caracterizado por la vertebración del compás y los cantes siguiendo los cánones. Cuando una bailora flamenca es capaz de idear algo nuevo pero con las bases puristas hay que aplaudirla antes de empezar. Con esa idea impregnada en el ambiente atardecía en los jardines de la bodega Las Copas. Aunque Sara sea seña de identidad y apareciera en la publicidad de Andalucía de las dos grandes pantallas del escenario, siempre se espera de ella una noche de ensueño, un plus más, esa chispa que hace que se le reconozca como la genuina señora del baile actual. Para ella, la plaza también tenía su importancia. Se respiraba en el ambiente, antes de empezar el espectáculo, la responsabilidad detrás del escenario entre los artistas y la piña que habría entre todos a modo de conjuro en camerinos para ir calentando y afinando antes de pisar el escenario del Tío Pepe Festival.

El comienzo es poético. Una presentación de personajes, intereses y poemario a modo de declaración de intenciones con las letras de los boleros más conocidos en la voz de Sara haciendo acto de presencia. La aparición ya deja entrever el diseño de la propuesta escénica, con la armonía de trajes de lunares engrandecidos en cuerpos en movimiento. Sin solución de continuidad su cuerpo de baile con cinco bailarinas y un bailaor se mimetiza con ella y hace que el garrotín sea un encaje sublime de fuerza y malabarismos al unísono con los brazos al viento y los tacones y los micrófonos de anticuario como protagonistas.

Con la elegancia de sus trazos al aire, sus braceados y con roete agitanado empieza su despliegue de fuerza y baile en el escenario. Después de las dos primeras coreografías, el corazón flamenco ya late a mil por hora y el alma de bolero acaba impregnando cualquiera de los rincones de la escena en la que las piernas y los tobillos de una Bara entregada es el protagonista y en la que el ambiente anda inmerso en un homenaje a su padre de su alma, como ella bien quiso cuando pensó en poner en pie un espectáculo como este y como ella bien quiere trasladar, en estos minutos de gloria flamenca a las que miles de personas asisten ensimismadas.

Su padre está presente. El alma de él, desde que modeló este espectáculo en una niña ávida de crear emociones, hasta la noche de este martes, en el que con el paso de los minutos se va sintiendo el abrazo especial de Sara Baras con los suyos, y, sobre todo, con la presencia sentimental de un Manuel Morao universal que la acompaña con su patriarcado desde sus inicios. En ese contexto se estaba fraguando una noche especial, cuando la bailaora fue capaz de bailar con pantalón ajustado y hacer del trío un monumento al baile del bolero con una voz como la del Rubio llena de pasión dando color a la escena con una iluminación acorde con la escenografía.

Un garrotín ardiente. Una compañía que se queda para crear interludios llenos de sentido dramatúrgico, nexos entre números con una armónica superlativa, una flauta travesera melodiosa y una percusión llena de ritmo. Un sonido limpio y atrayente con unos micrófonos bien acoplados a las tarimas de baile y a los artistas, y una labor de técnicos con los cambios a vista que proporcionan calidez y realismo, a la vez, que dotan de sentido escénico lo que se ofrece.

El espectáculo gana en consistencia conforma el ´Contigo aprendí´ y el Rubio de Pruna se hace inmenso en proscenio extrañando a ella, cuando la escena avanza con bailarinas cambiándose en vivo con el bolero ´Vete de mí´ y cuando a la vuelta a escena, Sara hace un homenaje al alma de cualquier espectáculo, adentrándose en los entresijos de una obra, con el maquillaje y peluquería de la paleta de colores del arco iris en el que se empapa el escenario con colores de telones de fondo y de focos laterales al unísono.

Sara Baras, con 'Alma' en la Bodega Las Copas. Sara Baras, con 'Alma' en la Bodega Las Copas.

Sara Baras, con 'Alma' en la Bodega Las Copas. / Manuel Aranda

Los agarrados y los movimientos se abrazan con los sentimientos de cada palo para que el bolero sea la sustancia que emana ganas por atribuir el discurrir del concierto hacia un mundo más sentío y flamenco. La seguiriya recrea solemnidad. Los tres tiempos de la soleá se hacen eternos como madre de los palos. La rumba pone el contrapunto de la letra del bolero que dice que con ella aprendimos lo que es hacer de un arte una obra de elegancia sutil dando un paso adelante y otro atrás.

Bolero y flamenco. Dos culturas milenarias que se dan la mano a lomos de una jaca cartujana enjaezada con las mejores telas y acompañada por una compañía de artistas que hacen suyo el espectáculo también. La sensación de poner el alma en todo lo que sucede encima del escenario es la impronta que hace estremecer corazones.

La pasión que se derrama en el baile de Sara Baras esculpiendo figuras en el aire, en los duetos o en los números corales con cantantes entregados a hacer del ritmo del bolero un novedoso arte flamenco, los movimientos armónicos de bailarines y bailarinas y la utilización de una dramaturgia solemne y elegante acaban por atrapar al público. La seguiriya con dos pasos solemnes la tenía vencida a sus pies, así como cuando hace que sus brazos bailen la soleá de toda una vida o sus tacones son capaces de moverse a ese ritmo endiablado que solo ella patenta.

La puesta en escena aportaba cercanía a los ambientes de bolero y la luz solemne delimitaba los espacios del flamenco. El ritmo siempre sincronizado y los recursos especiales de proyecciones en los mantones y los trajes hacen el resto. Cuando Sara Baras baila sola es capaz de centrar la atención de miles de personas y eso es porque ese cuerpo menudo, de terciopelo, como si fuera de algodón, transmite verdad y alma. El alma que ella comparte durante casi dos horas. Lo que hace es enarbolar la bandera de la sinceridad de una artista que quiere ofrecer alma en un concierto con independencia de la larga lista de emociones que el respetable sea capaz de absorber.

Cuando se acercaban las dos horas de espectáculo, ya no sabíamos si la Baras era mujer o diosa del baile, si sus movimientos de brazos y zapateados son mecánicos o improvisados o si sus filigranas con los mantones de manila y sus caderas son un exorcismo contorneado en busca del alma de todos los presentes. Ella centra la figura en movimiento y tanto escenario como patio de butacas conforman un aquelarre endiablado junto a una compañía de baile, música y cante en búsqueda del alma de una calurosa noche de verano.

Una compañía en la que las gotas de sudor empaparon el escenario y un Dieguito Villegas que hizo del saxo un compañero de baile excelso. Presentó a todos sus compañeros como rúbrica final aunque no hacía falta porque ya se habían presentado con creces con su arte. Una ceremonia de amor al arte y de arte combinado con amor, inspirada entre botas de vino, esculpida en una noche de acción de gracias a Manuel Morao, a Manuel Torre, a Juana la del Pipa y a tantos y a tantas que a ella le hicieron sentir el compás.

La expresividad del baile de Sara contiene enjundia. De esa manera el duende se hizo presente desde el principio hasta el final. Como no podía ser de otra manera un fin de fiesta por bulerías hizo acto de presencia. Duende con elegancia con forma de alma en todo momento. Alma perpetua.

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