Cultura

Sorprende una noble corrida de Peñajara, no aprovechada

  • El sevillano Antonio Barrera consigue la única vuelta al ruedo en un festejo en el que Manolo Sánchez cosechó una ovación y Eugenio de Mora es silenciado

Llovió durante la noche anterior y la jornada de ayer hasta la hora del comienzo de la tercera de San Isidro. Pero gracias a las lonas y el buen drenaje de Las Ventas, la terna compuesta por Manolo Sánchez, Eugenio de Mora y Antonio Barrera hizo el paseíllo en un ruedo practicable para el toreo. Una terna que apuntó, pero no disparó con una corrida de Peñajara que fue una espléndida diana para el triunfo. Encierro aceptable en presentación y que sorprendió por su fondo de nobleza en la muleta, aunque algunos toros adolecieron de falta de fuerzas. Lo que hasta la pasada década fue uno de los hierros con fama de toros duros y peligrosos para los toreros, está sufriendo una transformación en manos del ganadero José Rufino Martín.

Manolo Sánchez volvió a demostrar ante la parroquia madrileña que es un torero estilista, pero al que le ha faltado siempre dar el decisivo paso para acometer mayores metas. El vallisoletano realizó una faena entonada al primero, un toro sardo, noble, flojito y al que se le cuidó en varas. Con la diestra fue a más en tres series, cerrando la tercera con un precioso pase de pecho y uno del desprecio. Con la izquierda, en la que el tono fue menor, dibujó una trincherilla de cartel. El diestro no mató al primer envite y posiblemente perdió un trofeo.

Con el cuarto, un animal con un pelín de picante, Sánchez no se encontró a gusto y acabó aflorando la desconfianza en una insulsa labor de muleta.

Eugenio de Mora, con el peor lote, se esforzó en una actuación desigual en lo que lo más destacado artísticamente fueron unos armoniosos delantales al primer toro, en su correspondiente quite y muletazos sueltos en sus faenas. De Mora estuvo correcto con el segundo, destacando en algunos naturales de trazo suave. Pero la faena careció de emoción por la falta de brío del toro, que perdía las manos al bajarle el engaño. Con el sardo quinto, un animal noble, pero que echaba la cara arriba a mitad del viaje, realizó una faena desigual, con algunos muletazos estimables.

Antonio Barrera se entregó ante un buen lote. El sevillano realizó una labor de más a menos con el noble y flojo colorao que hizo tercero. Comenzó con un emocionante pase por la espalda, en el que esperó mucho y a larga distancia. Los mejores muletazos surgieron con la diestra. Cerró con unas manoletinas y mató al primer envite.

Con el sexto, el mejor toro del encierro, con un gran pitón derecho, consiguió tres series enfibradas, con algunos muletazos estimables con la diestra. Por el pitón izquierdo, por donde se quedaba corto, descendió el diapasón. Expuso en un meritorio volapié, en el que la espada cayó algo trasera y tendida, por lo que tardó en caer el toro y quizá eso enfriase algo más la solicitud de petición, que no atendió el presidente. El premio quedó en una vuelta al ruedo, con algunas protestas. Barrera había dibujado con anterioridad los lances más bellos de la tarde al recibir a su oponente: dos templadas verónicas, meciendo muy bien el capote, y una preciosa media de cartel.

Los tres toreros, experimentados y que buscan ascender puestos, se marcharon de vacío lamentablemente en una corrida que dio más oportunidades de las esperadas para el triunfo.

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