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Diario de las Artes

Tiempo de recuerdo y merecido homenaje

A finales de los años ochenta y principios de los noventa aparecieron en el panorama plástico nacional una serie de artistas que dieron el paso adelante en un universo que se estaba adocenando por un arte demasiado igual al que los santones del arte habían santificado años anteriores y elevado a la categoría de lo indiscutible. Eran unos autores que dieron la espalda a aquella pintura, sobre todo, de filiación abstracta y que se adentraron por un arte más abocado a otros aspectos donde lo conceptual tenía una mayor aceptación y la idea marcaba rutas por donde encontrar nuevos planteamientos de una creación, entonces como hoy, muy necesitada de nuevas proposiciones. En Andalucía, algunos nombres empezaron a dejarse sentir con fuerza. Los miembros del grupo malagueño Agustín Parejo School - Rogelio López Cuenca, Jorge Dragón y Juan Antonio López Cuenca - se convirtieron en todo un referente y, algunos, más jóvenes pusieron las bases para dar sentido a una plástica hacia delante donde una nueva realidad consiguiera posicionarse en los medios de un arte distinto, con carácter y planteado con la pasión de algo en lo que se cree con firmeza. En Sevilla, aquellos últimos años ochenta, conocieron gracias a Rafael Ortiz, a un artista nacido en Lora del Río, yo lo conocía del instituto, era algo menor, como Noriega y ya se hablaba de él, por sus formas artísticas diferentes a lo que se hacía en la población ribereña y cuyo máximo pintor era el conocido Juan Francisco Cárceles Pascual, todo un referente para los que, allí, tuvieran inclinaciones artísticas.

Juan Francisco Isidro demostró desde un principio un interés desmedido por encontrar unos caminos expresivos que supusieran un paso adelante en el discurrir creativo. Desde un primer momento supo que la plástica al uso se le quedaba estrecha; necesitaba posicionar su apasionado credo en estados más novedosos, allí donde la experiencia dejara aprisionar su iniciático proceso.

Juan Francisco Isidro estuvo presente en los foros más serios de la plástica contemporánea y, entre otros, obtuvo el Premio L'Oreal, uno de los más importantes de cuantos tenía lugar en el panorama artístico, así como la Beca Banesto, que tuvo la mayor trascendencia en el discurrir creativo español de los años noventa. Rafael Ortiz fue desde el principio su máximo impulsor y quien más confió en sus infinitas posibilidades, Estuvo presente en ARCO desde 1987 con el galerista sevillano y, hasta el momento de su tempranísima muerte, en 1993, lo tuvo entre los importantes artistas de su galería. Ahora, comisariada por el que fue su galerista y amigo, tiene lugar una exposición antológica que sirve para dar a conocer la obra de uno de nuestros artistas más ilustres y, como debe ser, para que su recuerdo permanezca intacto en este mundo del arte, a veces, tan desconsiderado.

La exposición nos conduce por un conjunto de piezas que manifiestan los abiertos postulados estéticos del autor, desde el inicial expresionismo que dio paso a nuevas fórmulas en las que se producía una clara matización de los esquemas formales, atemperándose la pasión plástica y alcanzándose los caminos que llevaban directamente a los desarrollos plásticos del concepto.

La obra de Juan Francisco ha potenciado variaciones seriadas a la conquista de una realidad que se quiere perpetuar en sus más variables posiciones. Sobres de cartas o simplemente objetos domésticos, sirven de base a unos gestos icónicos en los que se manifiesta de forma determinante las infinitas circunstancias conceptuales que conforma una simple identidad objetual.

Siempre me ha interesado la obra de Juan Francisco Isidro, aquel Noriega del Instituto de Lora, del que algunos pocos sabíamos que iba a llegar - entre ellos el que fue su suegro, Antonio Bermúdez, mi maestro, que me enseñó a amar profundamente el arte y me mostró las infinitas miradas que lo artístico generaba - y que, más tarde asistimos con profundo orgullo a sus grandes éxitos. ¡Lástima que tan pronto nos dejara! Con él se fue unos de nuestros más firmes valores y uno de los artistas con más clara visión de cuantos, en aquellos años ochenta, comenzaban a plantear nuevas dimensiones de una plástica sin fronteras.

Juan Francisco Isidro

Sala Santa Inés

Sevilla

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