Venerable hipatia

Francisco Antonio García Romero

Jerez, 22 de marzo 2013 - 09:16

Al mirarte, ante ti y tus palabras me arrodillo, /cuando miro la casa astral de Virgo:/ con el cielo, sí, se relacionan todos tus intereses,/ venerable Hipatia, imagen misma de las palabras bellas,/ inmaculado astro de la sabia educación (Páladas, Antología Palatina IX 400).

En el mes de marzo del año 415, durante la cuaresma, sucedió unos de los hechos más luctuosos de la Antigüedad tardía: un grupo fanático de ‘cristianos’, no tanto por razones religiosas como políticas, de poder y ambición (lo de siempre, vamos), mató cruelmente a Hipatia de Alejandría, una científica y una mujer singular, tan notable en su época como para que no pocos hombres de la historia, la religión y el imperio la citen y elogien en sus obras. Este detalle, precisamente, que sean hombres, es el que corrobora su importancia.

Pasados ya unos años desde la exitosa película de Amenábar (Ágora, 2009), me ha parecido oportuno presentarles a los discretos lectores la traducción del mejor testimonio sobre su descollante y atractivísima figura. El historiador de la Iglesia Sócrates de Constantinopla, más conocido como ‘Escolástico’, es sin duda nuestra fuente más fidedigna por ser cronológicamente cercana y objetiva, además de muy crítica con los abusos de sus propios correligionarios.

Páladas, contemporáneo (algo mayor que ella) y conciudadano, en un epigrama la compara con “la Virgen”, el signo zodiacal de Virgo, la califica de “venerable” y destaca las que llamaríamos señas de identidad de la alejandrina: la belleza de sus palabras y la sabiduría de la enseñanza que regalaba a sus muchos alumnos.

Para todos los detalles referentes al personaje, a sus circunstancias históricas, a la explicación de los hechos que motivan el asesinato, a la adecuación de la película de Amenábar con los auténticos sucesos, para todo esto contamos con el espléndido trabajo del profesor Pedro Jesús Teruel, Filosofía y ciencia en Hipatia (Madrid, Gredos, 2011), al que remito; como también al precioso artículo del gran maestro y buen amigo Carlos García Gual, El asesinato de Hipatia. Una interpretación feminista y una ficción romántica, Claves de Razón Práctica 41 (abril 1994) 61-64; y al interesante librito de Amalia González Suárez, Hipatia (¿?-415 d. C.), Madrid, 2002. Yo mismo, en mi modestia, toqué el tema en mi versión de las obras de Sinesio de Cirene (Madrid, Gredos, 1993 y 1995), un obispo cristiano y filósofo platónico que fue su alumno, la idolatró y nos dejó sobre ella testimonios conmovedores.

Por su parte, Sócrates Escolástico narra y lamenta el asesinato de Hipatia en el libro VII (cap. 15) de su Historia eclesiástica. De su obra (edición de Hansen, Berlín, 1995) tenemos traducciones en latín, inglés o francés (hasta húngaro y polaco). Del capítulo concreto dedicado a Hipatia hay una versión española que parece hecha sobre la inglesa, pero no sobre el original griego.

Hipatia, la filósofa

Había una mujer en Alejandría cuyo nombre era Hipatia. Era la hija del filósofo Teón y llegó a tener un cultura tan grande como para alcanzar cotas muy por encima de los filósofos de su época, además de recibir en sucesión la escuela platónica procedente de Plotino y exponerles todos sus conocimientos filosóficos a los que querían. Por eso también concurrían ante ella los que, de todas partes, querían instruirse en filosofía. Y gracias a esa digna espontaneidad al hablar que la asistía en virtud de su gran cultura, no solo iba y se presentaba con total castidad ante los magistrados, sino que no sentía empacho alguno de aparecer en medio de reuniones varoniles; y es que, por su extremada castidad, todos la respetaban más aún y se quedaban asombrados. Lo cierto fue que, entonces, la envidia aprestó contra ella sus armas. Y en efecto, como con bastante frecuencia solía encontrarse con Orestes, esto provocó contra ella, entre la comunidad cristiana, la calumnia de que era ella misma, por tanto, la que no permitía que Orestes entablara amistad con el obispo. Y así, unos sujetos de ánimo exaltado a los que acaudillaba Pedro, un lector de la iglesia, confabulados acechan a la mujer cuando volvía de algún sitio a su casa: la tiraron de su litera y la arrastran hasta la iglesia que recibe el nombre de Cesareo y, después de quitarle el vestido, la mataron con cascos de vasijas, descuartizaron sus miembros y los llevaron al llamado Cinarón, donde les prendieron fuego. No poco fue el descrédito que esto les ocasionó a Cirilo y a la Iglesia de los alejandrinos: que ajenos totalmente a las ideas cristianas son asesinatos, luchas y cosas coma estas. Y estos hechos acontecieron en el cuarto año del episcopado de Cirilo, en el décimo consulado de Honorio y el sexto de Teodosio II, en el mes de marzo durante la cuaresma.

Este fue el triste fin de Hipatia, una gran mujer que fue “madre, hermana, maestra, benefactora” de Sinesio de Cirene (Carta 16), quien había muerto apenas dos años antes, pero que en su juventud había escrito este inmortal elogio de la filósofa (Carta 136): Que la Atenas de hoy no tiene de venerable nada más que el nombre famoso de sus lugares. (...) Sin duda, hoy día, en nuestro tiempo, es Egipto el que ha acogido y hace germinar la semilla de Hipatia. Atenas, por su parte, la ciudad que antaño era hogar de sabios, lo que es hoy solo merece la veneración de los apicultores (...) por los tarros de miel del Himeto.

Honremos, pues, a Hipatia de Alejandría “en el mes de marzo, durante la cuaresma”, ... del 2013.

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