ORPHÉE ET EURYDICE EN EL VILLAMARTA | CRÍTICA

El infierno está en nosotros

Escena de la nueva producción del Villamarta

Escena de la nueva producción del Villamarta / Manuel Aranda

La famosa frase de Sartre “El infierno está en los otros” sirve de punto de partida de la visión dramatúrgica del mito de Orfeo y de la ópera de Gluck en su versión francesa al director de escena Rafael R. Villalobos para la nueva producción que de forma valiente ha afrontado el Teatro Villamarta. Sobre esta idea y a partir de la reflexión sobre la viudedad como abandono y como carencia se sostiene la arriesgada propuesta de Villalobos. Una propuesta que establece un discurso escénico que a veces contacta con el de la ópera y sirve para explicitar y enriquecer el argumento y la propia música, pero que también incurre en muchos momentos de incoherencia y de choque brutal entre lo que se ve y lo que se oye. Puede que fuese ésa la intención del regista, la de crear desasosiego en el espectador, pero lo cierto es que hay momentos en esta concepción dramatúrgica difícilmente comprensibles: la nariz de payaso, los juegos con las gafas, el desdoble del personaje del Amor, la gesticulación de los actores detrás del canto, la muerte de Eurídice sofocada a manos del Amor, el intercambio de las partes vocales entre Amor y Eurídice en la escena final… Son cuestiones que en buena parte arruinan un punto de partida inicial interesante como el de ambientar la trama en un asilo-manicomio y el de identificar el infierno con la soledad y la locura producto del abandono. Vestuario, escenografía e iluminación sí que estuvieron a un gran nivel, con juegos de texturas en los vestidos y de luces y sombras en las luces que aportaron gran riqueza plástica al espectáculo.

Carlos Aragón realizó un gran trabajo haciendo que la Filarmónica de Málaga sonase muy en estilo dieciochesco. Los tiempos fueron siempre vivos y marcados, con riqueza de acentuaciones y realizando todas las ornamentaciones instrumentales marcadas en la partitura. Con sonido muy controlado de vibrato y articulación poco ligada, firmó momentos de enorme brillantez, como la espectacular danza de las Furias y la propia obertura inicial. Supo respirar con los cantantes y establecer el justo equilibrio entre foso y voces, así como con un coro que, salvo algún desajuste notable en “Viens dans ce séjour paisible”, realizó una muy buena labor en una ópera como ésta que exige mucho de las fuerzas corales.

En el apartado vocal hubo muchos altibajos. Leonor Bonilla estuvo brillante como el Amor, con su voz cristalina, su dulce fraseo y su capacidad para proyectar la voz con naturalidad. Beller Carbone, en cambio, mostró una voz con escaso brillo y poca presencia sonora en muchos momentos y que solo levantó el vuelo en la escena final. Para la versión francesa de esta ópera Gluck trasvasó la parte de Orfeo de la voz de castrato original a la del tenor haut-contre francés, una voz especialmente aguda difícil de encontrar hoy. Sola tuvo muchos problemas para hacerse con esta parte. La voz sonaba casi siempre tirante, con problemas para sobrepasar la zona de paso sin estrangular el sonido y jugando siempre al límite de la afinación y del sonido en las notas más agudas. Ello afectó a su fraseo y le impidió coronar con la emotividad necesaria su famoso lamento “J’ai perdu mon Eurydice”. Tampoco supo realizar toda la coloratura demandada por el aria “Amour, viens rendre à mon âme”, en la que mostró muchos problemas de articulación. Hay que reconocer que sus indicaciones actorales le obligaban a sobreactuar y exagerar los temblores del Parkinson y que eso no le ayudaba en nada para conseguir una emisión relajada y firme.

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