Vuelo intercontinental

en un mundo raro

Vuelo intercontinental
Vuelo intercontinental
Manolo Romero Bejarano

09 de julio 2017 - 09:25

Aprovechando que ya llegó el verano y ya llegó la fruta les invito a que vayamos de viaje. En esta ocasión iremos a un mundo raro, que es la mejor definición que encuentro para Japón y ciudades aledañas. El imperio de lo extraño y lo curioso, amén del país del Sol Naciente. No se tratará de un recorrido al uso, así que olvídense de escalar el Fuji-Yama y de ceremonias del té. No compraremos tecnología ni visitaremos la casa de Doraemon (que existe), como tampoco admiraremos los cerezos en flor. No busquen kabuki ni teatro no y olvídense de practicar origami, ikebana, judo ni mucho menos sumo, algo para lo que todavía nos faltan algunos kilos. Para su tranquilidad, no participaremos en "Humor Amarillo", y sólo veremos a Godzilla en efigie. Y aunque comamos sushi por arrobas, y bebamos litros de sake, será acompañado de otros miles de sabores a cuál más delicado.

Les invito a acompañarme a un lugar donde la lluvia es poesía y la multitud silenciosa. A bosques de bambú sacados de un cuento de terror y templos en los que, sin proponérselo, uno transciende. En Japón los ciervos hacen reverencias y los monos alternan con los humanos. Por su parte los humanos se disfrazan de personaje de cómic para salir a la calle y, a veces, duermen en cápsulas. Veremos platos llenos de comida danzar en una cinta transportadora y calles tan limpias como patenas. Trataremos de comunicarnos con gente tan educada como diferente, si bien los resultados, serán desastrosos. Pero sobre todo, moriremos de belleza, una belleza, como no, peculiar, que puede estar en la grava de un jardín o en mil budas dorados.

Un mundo tan raro, que cualquier indicación es un enigma y a veces uno llega a sentir desamparo al no entender nada.Manekineko. El Dios felino nos llama para colmarnos de fortuna. La inmensa suerte de conocer Japón. Vamos rápido, que nos esperan en la puerta de embarque…

EN UN MUNDO RARO. CAPÍTULO I. VIAJE INTERCONTINENTAL

-Tómeselas cuando esté ya sentado en el avión. Y no se le ocurra leer el prospecto…

Con estas palabras me despidió el médico de la consulta, tras darme la receta de unos somníferos como para dormir a un caballo. Como es natural, lo primero que hice fue leer el prospecto. Desorientación, ansiedad, dolor de cabeza, desprendimiento de retina, inflamación de la natura, hematoma cerebral… Estos y otros eran los efectos secundarios o, aún peor, las terribles consecuencias que podría tener el despertar antes de que el efecto del fármaco hubiese terminado (unas 7 horas de sueño), por lo que decidí hacer el viaje sin tomármelo.

Con un poco de suerte, usted toma el primer medio de transporte en Madrid, pero mi caso fue distinto, pues para empezar hubo un trayecto en autobús desde el Parque González Hontoria hasta Sevilla, y de allí el primer vuelo hasta Madrid. A las 04:00 de la madrugada (hora Jerez) tuvo lugar la partida, y a las 12:00, el vuelo desde Madrid a un aeropuerto anodino (en realidad todos lo son), que en este caso creo que era Amsterdam, o al menos allí había más tiendas de brillantes de la cuenta. Luego vino el vuelo intercontinental.

Uno, que ha hecho viajes infames, cuando vio ese avión tan grande pensó que el tránsito sería cómodo, pero todo era una ilusión. Me tocó sentarme en medio de una fila de cuatro asientos (no tan anchos como en principio parecía), junto a una señora gruesa que debía de tener lombrices, pues no dejaba de moverse. En la pantalla, varios canales de programación japonesa, y uno de juegos en los que, al llegar a cierto nivel (bastante bajo, por cierto), paraba la competición. En las manos, El Quijote, del que ya había leído más de 100 páginas cuando trajeron la comida: una ensalada (¿eso era una ensalada?) y varios trozos de sushi que además de insípidos parecía que habían conocido varios aeropuertos. Levantarse era una osadía (a demás para ir a dónde) pues a la gorda, cuyo fornido brazo estaba peligrosamente cerca de mi cara, tendrían que haberla levantado con una grúa. En la pantalla ponían algo así como una telenovela oriental y yo ya estaba un poco harto de cabalgar por La Mancha. Entonces, justo detrás, un bebé comenzó a llorar. Su madre, una nipona apurada, trataba de calmarlo, pero el angelito berreaba como si lo estuviesen matando. Quedaban aún once horas de vuelo cuando caí en la cuenta de que las puertas de los aviones no pueden abrirse para tirarse uno al vacío (creo que es por la despresurización de la cabina), y cuando estaba a punto de acompañar a la criatura en su llanto, recordé que tenía unas pastillas mágicas en el bolsillo.

-Así reviente (me dije para mí pensando en los efectos secundarios).

Luego acompañé a Don Quijote en sus penitencias por Sierra Morena hasta que, al cerrar los ojos, perdí la conciencia.

Al despertar, el bebé lloraba y la gorda y sus lombrices seguían bailando la conga. Pero el alba entraba por la ventanas. Por los altavoces anunciaban la inminente llegada a Osaka. Tenía muy mal cuerpo, pero comprobé que las retinas estaban en su sitio, la natura sin inflamación y no había indicios ni de hematoma cerebral ni de desorientación: seguía en el medio de una fila de cuatro asientos junto a la mujer de Maciste y delante de un pequeño verraco del Extremo Oriente.

Fue un amanecer gozoso, pues mi cárcel acabaría en breve, para encontrar la libertad en un Mundo Raro.

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