Diario de las Artes

... y además lección mágica de arte

No existe población española que no presuma de poseer una imagen realizada por Martínez Montañés. Varios siglos le hubieran hecho falta vivir al imaginero nacido en Alcalá la Real para tener tiempo de trabajar en todo lo que se le atribuye. Los estudiosos han descubierto que, sin duda, no todo lo que se dice que hizo salió de sus gubias. Es lógico querer presumir de una obra salida de un artista total.

Alrededor de cincuenta piezas de todas las vertientes iconográficas nos conducen por una gran muestra dedicada a ese genial maestro de maestros que fue Juan Martínez Montañés (Alcalá la Real, 1568 - Sevilla, 1649). La historia personal y artística es bien conocida y ponderada por los muchos aficionados al arte religioso que tienen al artista, a sus discípulos y A los muchos coetáneos casi como lo único y válido que se ha hecho en la escultura.

La muestra se estructura en tres secciones que abarcan una realidad escultórica de muy amplio recorrido donde se pone de manifiesto la gran labor creativa de uno de los autores referentes del arte español de todos los tiempos.

En el primer apartado nos encontramos algunas piezas salidas de los GRANDES ENCARGOS que Montañés tuvo a lo largo de su carrera - los trabajos para el Monasterio de San Isidoro del Campo (Santiponce), y los de los Conventos sevillanos de San Leandro y de Santa Clara. Aquí no figura el gran retablo de la iglesia de San Miguel de Jerez, aunque a lo largo de la exposición se pueden encontrar dos piezas - el San Pedro y el San Pablo - del retablo jerezano terminado por ARCE. Impresiona la Santa Ana (en el Santiponce) y La Virgen María y San José, así como la Santa Isabel del convento de San Leandro. En todos la monumentalidad y la elegancia quedan en un mismo plano de superioridad artística.

La segunda sección, mucho más abierta, nos sitúa ante grandes obras del maestro que declaran las infinitas posibilidades artísticas del mismo. Los ejemplos son numerosos: las piezas de los santos penitentes: dos San Jerónimos, extraordinarios; sobre todo el del Convento de Madre de Dios y los Pobres de Llerena ( Badajoz ), con claras referencias al magnífico de Pietro Torrigiano del Museo de Sevilla; también, el San Bruno realizado para la Cartuja de Santa María de las Cuevas y, ahora, en el Museo de Bellas Artes sevillano, lleno de sobriedad, austeridad y perfección y, sobre todo, el Santo Domingo de Guzmán, también en el Museo, donde la exquisitez y la elegancia se unen para llevarnos a los espacios insondables de lo espiritual.

En este apartado no se puede pasar por alto una serie de obras indiscutibles: el monumental San Cristóbal de la iglesia del Salvador, los extraordinarios, por su capacidad de presentarnos un máximo sentido de la santidad, San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja, de la iglesia de la Anunciación de Sevilla, el Niño Jesús del sagrario o la serie de las Inmaculadas, sobre todo, esa Cieguecita, de la catedral hispalense, que culmina una serie donde todo es perfección, belleza, exquisitez, elegancia y rigor escultórico.

La tercera sección nos lleva a la suma contemplación de dos piezas que pellizcan el alma: el Crucificado de la Clemencia ( de los Cálices ) y el de los Desamparados de la iglesia del sevillano Convento del Santo Ángel. Ambos son lecciones absolutas de iconografía cristífera. El espejo donde todos han mirado. La perfección y el espíritu del arte religiosos se dan la mano. Las palabras sobran ante ellos, tanto como conceptos artísticos como realidades espirituales.

En la exposición, el visitante se encuentra imbuido por la majestuosidad de la obra escultórica. La visión cercana de las piezas agiganta el efecto y las obras te atrapan absolutamente. Es tanta la inmediatez del trabajo escultórico que la diferencia temporal entre la ejecución de la obra y el presente parece haberse acortado hasta casi sentir el pulso dominador de la materia, el ritmo pausado y constante de las gubias sobre la madera, la parsimoniosa labor de Francisco Pacheco y Baltasar Quintero pintando y policromando la madera trabajada por el maestro."Montañés, maestro de maestros" es una muestra distinta. Para este que les escribe la realidad escultórica está muy por encima del sentido espiritual que, no cabe duda, desentraña.

Sin embargo, es una lección mágica de cómo la escultura, con Martínez Montañés, llega a uno de sus máximas cimas artísticas. No se la pierdan, estará hasta el tres de marzo. Les aconsejo que vayan en horas donde haya menos gente - el mediodía -. Vale la pena enfrentase solo a las obras. Gocen de la absoluta verdad del arte por el arte.

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