La ambigua identidad de la representación

26 de marzo 2011 - 05:00

HA sido, probablemente, uno de los enfants terribles, del arte andaluz desde los años ochenta para acá. Participó de los aires renovadores de aquella Málaga iniciática que continuó lo llevado a cabo por el germen impulsor de los Brinkmann, Chicano, Ruano, Lindell, Peinado y Stefan, entre otros. Miembro fundador de aquel tan esclarecedor y combativo 'Colectivo Agustín Parejo School' -con Jorge Dragón, Benito Lozano y Juan Antonio López Cuenca-, el grupo andaluz más significativo que ha habido después del cordobés Equipo 57, aquel que apareció en la capital malagueña en 1982 y cuyas actuaciones conjuntas dieron importantes frutos en obras de naturaleza multidisciplinar, poco habituales en aquella época, todavía con el recuerdo vivo de modos y medios muy tradicionales. Rogelio López Cuenca ha sido un artista a contracorriente que ha sabido poner siempre el dedo en la llaga y que ha roto con muchas de las trasnochadas esencias que acontecían en el arte no sólo de Andalucía.

A Rogelio López Cuenca lo hemos visto en estos años en muchas situaciones, algunas teñidas con cierto tinte novelesco - una de sus acciones pretendía tirar al mar la estatua del Marqués de Larios que existe en la Alameda Principal de Málaga; ideó para la EXPO 92 de Sevilla una cartelería indicativa, con 24 paneles que fueron censurados por demasiados controvertidos y transgresores y así, muchas situaciones que marcan una obra llena de determinantes aspectos fuera de las coordenadas que rigen las maneras artísticas-. Una de las constantes en la obra Rogelio López Cuenca, no hay nada más que observar su trabajo, es la representación y su identidad, su identificación ilustrativa y, por supuesto, su significación. Por eso, sus obras, materializadas en todo tipo de soportes y desenlaces plásticos, desarrollan un complejo identificativo que mantiene expectantes los mensajes expresados, que monopolizan intenciones diversas y de la más dispar naturaleza significativa y, sobre todo, que dejan entrever una jocosa realidad, un testimonio con muchos dobleces que incitan al espectador a participar, con toda la complicidad, de una escenografía llena de intensidad y contundencia visual. En la obra de Rogelio López Cuenca juegan un papel muy determinante los textos, que muchas veces inducen a otros textos. Las referencias se suceden potenciando o desvirtuando su valor, las imágenes manifiestan un desarrollo ambiguo, las palabras desencadenan sus múltiples acepciones semánticas y todo a la búsqueda del planteamiento plástico de una idea, de un concepto que marcan las pautas de una evocación que deja de ser inmediata para buscar los amplios parámetros de lo mediato. Al artista le interesa la identidad de lo cercano, su proyección externa y los múltiples acontecimientos que intervienen en su conformación.

La exposición del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo es necesaria a todos los efectos, por ser éste un artista crucial en el desarrollo del arte andaluz de los últimos tiempos y con infinita más importancia y mayor peso específico que algunos de los ya han ocupado -incluso que ahora ocupan- los espacios del que debe ser el centro artístico andaluz de referencia. En ella encontramos muchas obras que ya han sido trascendentes en el discurrir del artista malagueño. Así nos encontramos algunos de sus carteles indicativos con lenguajes de ambigua significación, aquel bazar lleno de objetos del que ya tuvimos un adelanto en el Palacio de los Condes de Gabia granadino o algunos de los vídeos en los que la relación Oriente - Occidente queda perfectamente cuestionada y puesta en evidencia.

Rogelio López Cuenca es uno de nuestros más particulares artistas. Su inclusión en la programación del CAAC es tan justa como necesaria. Es parte de la historia reciente de un arte andaluz moderno que él tuvo mucho que ver en su definitiva conformación.

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