La belleza de lo sutil

Diario de las Artes

Una obra de Carmen Chofre.
Una obra de Carmen Chofre.
Bernardo Palomo

14 de noviembre 2021 - 06:00

Carmen Chofre

Espacio Abierto. JEREZ

No debe ser fácil para quien es afortunado pintor, con formas bien definidas, acentuado planteamiento artístico y contundente disposición conceptual, derivar su trabajo a meras fórmulas ilustrativas. La realidad pictórica está por encima de cualquier otra situación y apartarse a otro desenlace creativo que no sea el habitual debe ser cosa harto difícil y no al alcance de todos. Hacerlo adecuadamente y con sabias estructuras compositivas – muy sabias y muy bien descritas como es el caso que nos ocupa – ha de ser algo destinado a los más privilegiados. No cabe la menor duda de que Carmen Chofre lo es y que su estamento artístico es de los más poderosos y el sabio postulado de un arte serio que lleva en las venas. Por eso dice mucho de la artista esta exposición. En la misma observamos una línea que no es la habitual en ella, sin embargo, sabe formular una propuesta en la misma sabia, segura y acertada modulaciones que en su poderosa pintura.

Por ello, una vez más, nos descubrimos ante una artista importante que ejerce, en todo momento de artista, y se abre con el mismo entusiasmo a una realidad que, aunque con otro revestimiento formal, mantiene las más expectantes y determinantes perspectivas plásticas y estéticas.

Nadie, a estas alturas en esta ciudad, desconoce la creatividad de esta pintora sevillana afincada en Jerez y protagonista de los más ciertos estamentos creativos que se suceden en Jerez ciudad; todos llevados a cabo desde su posición de profesora en la Escuela de Arte donde es motor de muchas cosas y punto de encuentro de las mejores acciones que desde ella se llevan a cabo. Carmen Chofre, que es una magnífica paisajista, que es una de nuestras más preclaras retratistas y de otras significativas proposiciones, facetas que domina con criterio y verdad, nos adentra en esta comparecencia por las complejas posiciones del dibujo; un dibujo que ella maneja con el máximo criterio, envolviéndolo de un absoluto dominio técnico, de una segura manifestación ilustrativa y de un sutilísimo postulado representativo; reflejo de lo mejor que puede dar su certero concepto de la ilustración; algo que, como ocurría con sus otros trabajos, ella domina y lo hace poderosa manifestación.

La exposición en Espacio Abierto es importante por varios motivos. En primer lugar, porque, definitivamente – por si alguien lo había puesto en duda – la sala va tomando cariz en el contexto general del arte de Jerez. Espacio Abierto se va consolidando y buenos artistas confían en su estamento como galería de arte. Me alegro por las jóvenes galeristas. Pero, además, porque nos encontramos una faceta diferente de la pintura de Carmen Chofre; una realidad artística que nos vuelve a descubrir una autora importante, con un dominio especial del dibujo y una sutilísima manera de ofertar una realidad sabia, bien dispuesta con los bellos organigramas pictóricos que convencen. En esta muestra su trabajo a nadie puede defraudar porque refleja claridad, total sintonía con la mirada del espectador y poderosa manifestación de unas formas tan bien concebidas como llevadas a cabo.

Carmen Chofre se ha decantado por una colección de obras dibujísticas que recrean una humanidad perfectamente descrita, con una línea argumental muy bien dispuesta y que desentraña esa clarividente experiencia dominadora en un dibujo que no limita, sino expande, que diversifica la expresión y describe un argumento estricto en su línea compositiva y bello en su resultado final. Son obras que convencen, que gustan y que hacen reencontrarse, de nuevo, con los postulados sabios de la mejor pintura.

El arte, a pesar de lo que quieran hacer crear algunos iluminados, también tiene facetas cercanas, que dejan entrever espacios que son tan importantes como los sesudos argumentos conceptuales que quieren imponer las escleróticas ideas de unos pocos con pobres fórmulas de escasa sustancia. En Espacio Abierto tenemos el antídoto para todos ellos.

Obra de Pedro Cuadra.
Obra de Pedro Cuadra.

Una historia de dudosos imposibles

Si Pedro Cuadra hubiese vivido en otro sitio, fuera de esa Granada artística, espectacular, con ese altísimo tanto por ciento de grandes creadores, no dudo de que su nombre habría brillado más en el firmamento del arte actual. Se podría decir de otra forma.

Pedro Cuadra es un pintor de Granada que resplandece con la misma intensidad que el más importante de ese magnífico espacio creativo del arte que en la ciudad tiene lugar pero que, como hay tantos y tan buenos, los esplendores de todos producen una especie de contaminación lumínica que, a veces, diluye los perfiles. Tanto manifestado de una forma como de otra, estoy seguro de lo que digo. Porque este pintor es un artista grande, muy grande.

Su obra lo descubre. Posee una clarividencia pictórica fuera de toda duda y su realidad se sustenta en una técnica determinante, en un dibujo definidor, elegante y base sobre el que se levanta una estructura compositiva llena de entusiasmo y trascendencia; además, el artista está en posesión de una sabia visión creativa y de unos perfiles abiertos donde tienen cabida los más preclaros estamentos figurativos.

La exposición que recala en la Sala Rivadavia nos ofrece ese mundo singular de Pedro Cuadra, imágenes extraídas de la memoria colectiva que el artista se apropia para crear un mundo distinto, definido con ese poder inigualable donde se confunden los argumentos de la gran pintura de siempre con los esquemas de una Modernidad que, en su obra, sí es fórmula válida y creíble para ser moderna. Con un manejo absoluta del dibujo, con un conocimiento ilimitado de la realidad pictórica, con unas formas intervencionistas en la buena distribución compositiva, con esa poderosa utilización de la grisalla, con esa yuxtaposición de imágenes que formulan una calculada estructura organizativa a modo de un nuevo y sabio realismo simbólico, Pedro Cuadra define una narración que es ficticia pero que nos incita a pensar en un universo de íntimas posibilidades.

Cuando el espectador se pone delante de la obra de Pedro Cuadra advierte un cúmulo de sensaciones. En primer lugar, se siente atrapado por la calidad técnica de lo que se observa, por un espíritu artístico lleno de trascendencia creativa, de rigor pictórico; es tanta la fuerza plástica de su dibujo, la solvencia de la representación que cuesta trabajo sustraerse a la perfección de la forma. Pero, no obstante, su obra no es superficial ni epidérmica por efectista; está suscrita bajo un prisma certero, sabio y con muchos signos salidos de un concepto culto y consciente. Al mismo tiempo, la mirada descubre historias muy bien contadas; relatos que transcriben realidad o ficciones llenas de entusiasmos narrativos. En definitiva, cada pieza de Pedro Cuadra nos transporta a una realidad artística superior; a un hecho trascendente que no deja indiferente y que permite el feliz encuentro con una pintura sin complejos, sin tiempo y sin edad.

Por su pintura transcurre lo posible, lo imposible y todo lo demás. Recrea contextos de dispar naturaleza y, dentro de su apabullante realidad, configura una escena distópica como si cualquiera pudiera infundir misteriosos desarrollos en los que lo habitual pierde sus contornos, acentúa sus carencias o magnifica su potestad a contracorriente. Pedro Cuadra no es artista de asuntos banales; pinta con precisión, con asepsia de cirujano; compone historias que dentro de su ambigüedad son absolutamente creíbles. Como dominador de la técnica, como mágico hacedor de un dibujo de asombros, como fabulador de historias sabiamente contadas y bellamente estructuradas con una dicción sin resquicios, nos adentra por una pintura que es clásica, sin tiempo ni edad, con las fórmulas creadas en el alambique de lo mejor; una pintura que da la vuelta, va y viene, convence y abre las perspectivas de una pintura que es eterna, de mágico envoltorio y bella naturaleza.

La exposición en la sala gaditana agrupa obras realizadas en los dos últimos años y hace adentrarnos por las fórmulas de una pintura cierta, que no ofrece duda a nadie; cercana a todas las contemplaciones y, además, realizada sin trampa ni cartón; una pintura que no necesita un libro de instrucciones ni prospectos explicativos. Es una pintura que atrapa desde fuera y crea un inquietante pozo de entusiasmo.

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