Las cosas como son

El actor John Hawkes ofrece una inmensa lección de talento en esta película explícita que es, sin embargo, pudorosa.
El actor John Hawkes ofrece una inmensa lección de talento en esta película explícita que es, sin embargo, pudorosa.
Carlos Colón

26 de diciembre 2012 - 05:00

Tragicomedia, drama, USA, 2012. 95 min. Dirección: Ben Lewin. Intérpretes: John Hawkes, Helen Hunt, William H. Macy, Moon Bloodgood, Annika Marks, Rhea Perlman, W. Earl Brown, Robin Weigert, Blake Lindsley, Ming Lo. Guion: Ben Lewin. Producción: Judi Levine y Stephen Nemeth. Música: Marco Beltrami. Diseño de producción: John Mott. Cines: Bahía Mar.

¿Qué salva a esta película de incurrir en esa grosería, cursilería, ridículo, sentimentalismo o exageración melodramática de las que se sirven otras películas para no perder el favor del gran público cuando tratan temas duros de historias inspiradas en la vida real, alternando tramposamente la crudeza con un superficial optimismo? ¿Qué logra el casi milagro de que un argumento que bordea el disparate -o lo que es casi imposible de representarse en imágenes- salve todos los escollos para convertirse en una obra contenida, sensible y emocionante? El talento de su realizador, sin lugar a dudas. En cine esta es la única respuesta. En este caso ese talento se vuelca sobre todo en la dirección de actores y se apoya con fuerza sobre ellos. El director, como debe ser, es el arquitecto. Pero los intérpretes son los cimientos que impiden que su atrevida propuesta se venga abajo.

Si un amigo nos preguntara de qué trata esta película y le dijéramos que del hambre de afecto sexual que siente un tetrapléjico virgen y de la profesional que lo satisface, lo más seguro es que, si dicho amigo es una persona sensata, evite verla. ¿Un Intocable que quiere ser tocado? ¿Un Mar adentro que desemboca en el éxtasis de la pequeña muerte? Porque si empachosas suelen ser las películas con disminuidos psíquicos o físicos por la sospecha, tantas veces confirmada, de explotar sus historias de dolor y superación para ganarse a los espectadores, ¿qué decir de una que además escoge el escabroso camino de quienes no pueden satisfacer unos deseos sexuales que su estado de dependencia no les ha quitado?

Sin embargo esta película, que trata de esto, es una inteligente, compleja, delicada, pudorosa y emocionante reflexión visual sobre los siempre sorprendentes sentimientos humanos. No exenta, lo que se agradece, de humor e ironía. El tratamiento no construye el habitual tipo del discapacitado malhumorado al que alguien va reconciliando con la vida. Ni el del que asombra por su capacidad de superación. La discapacidad, en este caso, es lo accidental y no lo esencial. Lo esencial es el carácter del protagonista tetrapléjico que no siente lástima de sí mismo. La normalidad sobrevive en él, pese a su severísima limitación, al igual que su apetito sexual. La mujer que intenta satisfacerlo es también un carácter atípico en el cine y común en la vida, en la medida en que no responde a los clichés de la fulana de buen corazón. Por si no faltara nada, y para que todo sea aún más difícil, interviene un poco común sacerdote que también se aleja de los tópicos del puritano intransigente o el acomodaticio casuista.

Esta película bastante explícita es, sin embargo, pudorosa. Esta película de raros en una situación extrema es, sin embargo, un sobrio y sincero canto a la normalidad de los deseos y los afectos. Esta película sobre la necesidad de sexo es, sin embargo, un delicado estudio de la necesidad de esa ternura que sólo se recibe a través de la piel y de esos juegos que sólo pueden jugarse con el cuerpo. No hay de qué sorprenderse. Son los tópicos de uno (los transgresores empeñados en guarrear el sexo cargándolo de tragedia autodestructiva y destructiva) u otro lado (los puritanos empeñados en condenar el sexo cargándolo de culpa) los que han creado estos falsos opuestos.

La vida no es así, al menos en la mayoría de los casos. Y esta película está muy cerca de ella. Tal vez porque su director conozca las limitaciones físicas. O tal vez porque esté basada en unas experiencias reales. Pero esto son anécdotas. Lo importante es la inteligente franqueza y la fuerza creadora de su director y guionista, Ben Lewin (que ya había explorado la relación entre el amor o el sexo y la polio -mal que le afectó a él dejándole marcado- en su anterior Golpe de suerte). Y muy especialmente el inmenso talento de sus dos intérpretes principales -John Hawkes y Helen Hunt- y de su intérprete-eje, más que secundario, el siempre grande William H. Macy.

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