La crítica | Mujercitas

Un modelo escénico visual efectista y lleno de colorido

  • Una propuesta teatral hecha por mujeres para hacer pensar al hombre y a la sociedad

Un instante de la representación de 'Mujercitas'

Un instante de la representación de 'Mujercitas' / Manuel Aranda

Obra: En palabras de Jo…Mujercitas Dirección: Pepa Gamboa Reparto: Carolina Rubio, Clara Sanchís, Paula Muñoz, María Pizarro, Maite Sandoval, Andrea Trepat. Teatro Villamarta, 12 de noviembre de 2021. 20:30 h.

Menos las nuevas generaciones de mileniales, los de la generación X o de la Z, los irreverentes o la de los videoadictos, todos hemos debido leer el libro sobre las peripecias de las chicas de la familia March en las décadas finales del siglo XIX en pleno apogeo del espíritu norteamericano. La mayoría hemos visto alguna de las adaptaciones que se han hecho en formato de cine, desde en blanco y negro hasta las últimas digitales, y desde diferentes ángulos de las emociones y prototipos de la mujer en una sociedad hostil.

La adaptación teatral es una mirada personal sobre las hermanas con el añadido magistral de presentar también a la propia autora reflejando las intenciones de la autora enfrentadas a las intenciones de sus propios personajes. Esta propuesta del teatro español es más poética y literaria que política. Un acercamiento de la mujer como protagonista. Un esfuerzo por sacar las entrañas femeninas y feministas del ser humano. Una clara intención de gritar, gracias al texto adaptado de Lola Blasco, y en voz alta, las verdaderas pulsiones de personajes dibujados en una puesta en escena colorida, luminosa y dinámica. Tanto los diálogos como los movimientos actorales están encaminados a ofrecernos las diferentes vías de escape de mujeres encerradas en el mundo de los hombres. Todos los personajes ofrecen una seña de identidad, pero sobre todo de manera coral se consigue trasladar al público la fuerza del libreto en base a las frases que son fábulas líricas dentro de la metáfora continua de la puesta en escena.

La mujer como protagonista. Sus emociones en primer lugar porque todas en escena presentan las suyas influenciadas por la identidad de género. Con diferente intensidad de acción a la hora de matizar los gestos, donde los personajes femeninos se llenan de fuerza en función de la educación, los prejuicios y la falta de libertad individual. De ahí, que, en esta ocasión, la magia que supone una función de teatro sea el principal valedor para releer la historia archiconocida de manera más cercana a nuestros días, percibiendo en el subtexto la amalgama de sensaciones por la que debió ser escrita hace más de dos siglos, pero con la enorme satisfacción de encontrarnos con la fuerza de la mujer tras miles de años como principal motor del universo Asistimos a una lección magistral sobre la mujer de manera intemporal, sobre sus valores, sus principios, sus diferentes maneras de ver el mundo, su indudable capacidad de ir más allá que el hombre, su fuerza innata y su lucha continua por ser persona antes que la mitad de la humanidad, gracias a una serie de composiciones dramatúrgicas con la ayuda de una escenografía envolvente, marcada por la figura bucólica de la naturaleza para crear ambiente en una presencia naturalista de ciclorama de fondo y con la iluminación funcionando a las mil maravillas de manera que nos lleva en volandas a recibir las sensaciones de las protagonistas, los objetos del escenario y las emociones que sobrevuelan el ambiente de manera intimista, cálida y un tanto especial.

Luces de cúpula, directas e indirectas que sostienen el infinito atmosférico que los personajes quieren conseguir para escapar de las garras de sus mundos interiores que tanto les ahogan y porque consigue que podamos captar hasta algo que no está implícito en los registros lumínicos de los libros técnicos de la iluminación teatral, como es que podamos sentir hasta el tacto de las faldas, las blusas y los corpiños de manera experimental desde el patio de butacas. Ese tacto que es capaz de ser la razón para que las emociones que transmiten se sientan a flor de piel y de esa forma hacerlas más participes al público. Un vestuario que está encaminado a sugerirnos la presencia histórica y que aporta realismo sensorial en sus movimientos. Un vestuario que nos despierta del sueño eterno de la mujer en su relación con el mundo y que dibuja cuatro mujercitas cada una con sus encantos y sus registros teatrales más dos actrices multiplicadas por cuatro con magia escénica. Un vestuario que corrobora la enorme importancia del corsé como metáfora de la opresión corporal de la que ha tratado y trata de escapar para conseguir moverse libre, respirar profundamente, bailar con los sueños y sentirse dueñas también de sus vidas. La liberación de la mujer empieza por textos como éste, donde se ponen en valor las inquietudes de sus protagonistas. Y en cada frase se deja caer la impronta de una escritora encargada de dar significado a las palabras para que sirvieran de llamada de atención ante la sociedad patriarcal del momento y los matices de las reminiscencias actuales con una adaptación a la realidad de un siglo veintiuno donde las cosas están igual o peor que entonces.

Una dirección de actrices repleta de giros vocales, corporales y musicales. Unas actrices dibujadas de mujeres de carne y hueso desparramando soltura. Una Meg, siguiendo el prototipo de la mujer sumisa a un marido. Jo, encarnando a la rebeldía. Alejada del modelo femenino, con trazos de fuerza y de libertad y con chaleco masculino. Beth, la inocente. La ternura que le emana es quizás lo más tierno de las propuestas y así lo exprime con un registro musicalizado. Amy, transitando por los mundos de la adolescencia tardía, la más caprichosa y juguetona y la que tiene las ideas más claras sobre el objeto del hombre de su vida. Tías de la familia, madre, escritoras y editoras que completan un mundo femenino redondo. Genial el cambio de actos reivindicando la narrativa dentro de la narrativa para conseguir que la propia autora sea, algo más que una mera transcriptora de sus pensamientos, y hacer que sus propios personajes se moldeen en función de la necesidad personal de cada cual.

El ritmo de diálogos es lo más parecido a un corazón palpitando en todo momento en el escenario. Corazón de mujer, en una propuesta claramente femenina. Latidos a modo de diapasón que usa la impronta musical para dar alas a las actrices. Notas musicales que acompañan a la verdad de los diálogos y que intervienen con protagonismo en las escenas, acotando los espacios y los tiempos. Un uso de telones intermedios para acariciar escenas y un piano que sirve como contrapunto para escribir la partitura de todas las manos de todas las mujeres que se apoyan en sus teclas. Notas que se hacen libres en el aire y que son las únicas que escapan hacia la libertad y el color del universo. El color blanco de las hojas de las partituras, el del mantel de una mesa familiar y el del vestido de novia ante tanta escena asfixiante y oscurecida por sentimientos tan escondidos en las entrañas del hogar familiar en que se desarrolla la trama son los contrapuntos visuales, con los diferentes matices en el salón de la casa, en los jardines del segundo acto o en la frialdad de la noche bajo los copos de nieve del epílogo. Una puesta en escena magistral para hacer llegar al patio de butacas una crítica contenida al mundo de las relaciones entre hombres y mujeres. De manera elegante y efectiva. Con un modelo escénico visual efectista. Con la suficiente fuerza dramática y la necesaria dosis de ironía. Con toda la fuerza intrínseca de la mujer, con mayúsculas, que rezuma toda la producción.

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