Crítica

El Villamarta asiste a un espectáculo lleno de luz, color y surrealismo

  • Los cinco sentidos puestos a disposición de una obra cómica con el encanto de las producciones de Yllana teatro.

Agustín Jiménez, en el centro,  que encabeza esta producción de Yllana, durante su representación

Agustín Jiménez, en el centro, que encabeza esta producción de Yllana, durante su representación / Vanesa Lobo

Gracias a Yllana, a sus ocurrencias y a su enorme trabajo de producción, nos hemos encontrado inmersos de nuevo en el maravilloso mundo del teatro dentro del teatro. De la escena dentro de la escena. De la palabra dentro de la frase.

De la expresividad dentro de la teatralidad. Del absurdo dentro de la filosofía. Una paradoja histórica tan maravillosa como asombrosa puesto que asistimos a un juego, desde la esencia de las artes escénicas, donde los comediantes se hacen protagonistas y dueños de un mundo teatral que, en sí mismo, es el protagonista del ocio y de la filosofía del tiempo libre en la Grecia y la Roma clásica, a veces para entretener y casi siempre para ser los voceros de las críticas al poder establecido, de las grandes manifestaciones religiosas, de las  familias de los apóstoles del foro, de los dirigentes de una religión u otra, de los dioses y las creencias.

Hemos asistido a una oda a la comedia revestida de mundo grecoromano con pinceladas cinematográficas, gracias a los guiños cinéfilos y a las proyecciones como recursos que son puntos de inflexión en el tempo de la obra. Imágenes que, in situ, afianzan la nostalgia de tantas películas de romanos que el mundo del celuloide nos ha hecho disfrutar y que nos ha acercado al mundo de calígulas y gladiadores de manera real. El teatro clásico como arma artística es capaz de apropiarse de todos los recursos posibles para alcanzar el objetivo: plasmar en un escenario desde lo anacrónico de veintiún siglos hasta la capacidad de hacer teatro como necesidad de una época como posible único medio de expresión. En ésto, estos son unos expertos.

El uso de los medios digitales y audiovisuales en beneficio del espectáculo es tan mágico como irreverente. Tan endiosados con las armas de la imagen como tan autosuficientes para crear del escenario un templo del teatro global. Tan altos de autoestima que hasta disfrutan en el escenario y en toda la sala rompiendo la cuarta pared para regocijo de asistentes y para pausas entre actos de un guión atolondrado pero exigente. Un libreto, ágil y acomodado a las circunstancias espaciales de la trama, que  se rellena uniendo la comedia y la tragedia y los contenidos teatrales se fusionan en toda suerte de malabares dramatúrgicos corales, con bailes, danzas y coros, con movimientos en espacios abiertos y naturales, que los asumen los propios actores haciendo las veces de narradores, coguionistas y de actores fusionados con un lenguaje moralista para dotar de significado a las fabulas y las moralejas que se quieren lanzar al Olimpo.

Es por ello, que el resultado es eminentemente comercial, en parte, a una frescura de diálogos y de puesta en escena bastante conseguida y por otra, por la facilidad  al encadenar los sketchs con la profundidad de la escenografía gracias a incluir el foro como un elemento más de la escena, estando presente como personaje fundamental relleno de protagonismo y siendo el éxodo de todas las vicisitudes que un apuesto efebo, narcisista y amanerado, como Ben Hur, cómico de la tragedia  pura y dura, caricatura de las veleidades del ser humano y abanderado de la inocencia calculada es capaz de tejer a su alrededor. Junto a él, unas personalidades exageradas de la profesión de actor en su máxima expresión: cambiando roles, asumiendo apariciones, realizando rupturas, afianzando registros, alternando surrealismo y realismo, y sobre todo, dando una lección de trabajo actoral.

Cuando los héroes épicos, los dioses y las bases filosóficas de la humanidad son motivo de burla y de chanza, es cuando mejor se demuestra la verdadera intención de la comedia romana para separarse de la seriedad y rigurosidad de la griega.  Las fábulas son antorchas de luz. Son la luz en la oscuridad de unas catacumbas de una sociedad dedicada a endiosarse por cualquier motivo. La crítica ácida a las diferencias por género controla el nudo del conflicto en todas sus aproximaciones, por lo que el conflicto dramatúrgico es a las columnas verticales, a los grandiosos circos romanos y a las  oraciones a los dioses porque hacer risa de la religión, de las fronteras y de la trascendencia acaba por ser la mejor de las estrategias para bajar a la arena del anfiteatro todas las suertes de cambios de vestuario, de movimientos escénicos creando amplitudes de espacio, de mutis afianzados en las cuadrigas, las lanzas y las togas, de personajes de cartón piedra que tienen el mérito de acabar almacenando genio y figura.

Los actores y las actrices, son fieles a la enorme capacidad de reencarnación que les caracterizaba hace veinte siglos, haciendo gala de variedad de registros y de enormidad de condición física.  El ambiente, conseguido desde un principio gracias a la habilidad técnica para potenciar las proyecciones encaminadas a situar cada escena en el campo de batalla adecuado. Lo impresionista gana enteros conforme avanza la obra, y la retina no es capaz de almacenar tanta información de detalles, sino que acaba rindiéndose a una realidad repleta de maravillosas creaciones de proyecciones diseñadas para encandilar junto a los movimientos actorales de lujo y sincronía.

La iluminación, de tipo coral, resaltando las geniales maniobras luminotécnicas incardinadas con los efectos sonoros musicales, consigue acotar intenciones en cada escena, de manera que el lenguaje sea sobre todo visual. Lo que es una de las cualidades innatas de esta propuesta. Por su parte, el lenguaje vocal es desenfadado, lleno de matices, con bastantes registros que consiguen captar la atención con un tintineo propio de cada personaje. Lo visual como eje de la expresión. La palabra como arma arrojadiza. La luz y la claridad de propuesta frente a la eclosión vocal haciendo que cada personaje se defina por los agudos de sus emisiones fonéticas, y la capacidad de respirar sin tomarse un respiro durante casi dos horas que suponen un desgaste físico tan exagerado como loable. Por esfuerzo y por ideas originales, por ganas de hacer de las tablas un mundo loco surrealista y por conseguir que la realidad supere a la ficción, ésta y todas las obras que se ríen de sí mismas, pueden que sean las que nos lleven a las puertas del Olimpo teatral. Y además al del Olimpo de los cinco sentidos.

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