Crítica de teatro

Principiantes. Un realismo cotidiano, como paradigma del conflicto de pareja universal

  • Una obra llena de matices sobre la importancia de un buen texto en una apuesta teatral

Escena de Principiantes, ayer en el Teatro Villamarta.

Escena de Principiantes, ayer en el Teatro Villamarta. / Pascual

El teatro no es sino un libro abierto desmenuzado por actores y actrices para transmitir emociones. Esta propuesta de la pasada noche de viernes se ciñe a los cánones más clásicos para presentar un libreto que, al desarrollarse, es capaz de intentar llegar a definir algo tan intangible como el amor. La adaptación teatral es una apuesta arriesgada para intentar hablar sobre el amor y como éste es, en sí mismo, un devorador de personas para acabar hablando del odio o de la miseria de cada cual en vez del amor. Además, con una puesta en escena capaz de definir lo esencial de la vida a través del realismo más concreto y cotidiano.

En este tipo de obras, la importancia de un buen texto cobra importancia. Las frases se engullen a sí mismas, como un gran banquete de palabras necesitando digerirse para hacer ver que el proceso digestivo que nos nutre, tenga sentido. Asistimos a un verdadero ejemplo de literatura americana adaptada al texto. Nos encontramos ante el típico ambiente de relaciones de parejas norteamericanas extrapoladas a otras culturas. El texto parece que se enorgullece de poder tener actores como éstos para hacer de él algo sublime, porque, en todo momento, se alimenta de los cuatro protagonistas y éstos, a su vez, lo digieren sin piedad. Los personajes tienen cada uno un objetivo diáfano como es el de dejar salir la pasión que cada uno tiene almacenada en la despensa de su persona. Una despensa llena de principios inmediatos nutritivos de su infancia, de la adolescencia que a todos les ha marcado, de los primeros escarceos amorosos hasta la época madura en la que las decisiones de la pasión personal se tamizan convenientemente según los prejuicios sociales y considera a los más jóvenes como principiantes invitados a la mesa de la vida.

De ahí, que la adaptación del texto de Carver sea una amalgama de estrategias entre Andrés Lima y Juan Cavestany para hacer que el diálogo continuo se enmarque perfectamente en las estrategias visuales que han querido presentar, empezando por el análisis sobre las relaciones y terminando con el ahogamiento espiritual entre cuatro paredes. La estructura del texto rinde homenaje a las formas clásicas. Una primera aproximación en la que se plantea el conflicto con los mismos actores pero diferentes personajes, un desarrollo narrado por ellos mismos para dar credibilidad y un final desencajado de sobretexto verborreico y polisindrómico que enerva por igual a los cuatro protagonistas asfixiándoles hasta el punto de ser fagocitados por las palabras y la falta de control de los impulsos.

El objetivo de la propuesta no se separa nunca de una línea argumental basada en el pensamiento de lo quiere transmitir, desde los diferentes conflictos de cualquier ser humano a lo largo de su vida hasta los conflictos añadidos conforme cada cual se va haciendo mayor socialmente hablando. Por ello, en esta bacanal de lo visceral del alma, lo más importante es el nivel conseguido en la transmisión de las intenciones de cada personaje, ajustándose a los cambios de tono y de registros y apoyados continuamente en las tonalidades de la voz para conseguir atenuar sensaciones o aumentar emociones, con un lenguaje duro y lacónico que sirve de herramienta para ensamblar al personaje con su cruda realidad. Sin hacer concesiones a lo fácil del grito o la palabrota para permitir en lo esencial de la realidad que los diálogos planteen la verdadera lucha de cada persona con sus problemas. Por su parte, el lenguaje corporal, está lleno de matices no verbales. Los apartes, las miradas y los silencios entre personajes aportan consistencia. Los cambios de altura, los rompimientos del escenario y las rupturas de recorridos actorales hasta proscenio, crean desasosiego.

Los monólogos asientan la obra con ternura y firmeza. Un espacio para conseguir crear el ambiente que se busca en una narrativa audaz y que quiere destruir y extraviar a los personajes para desconcertar al espectador con una clara apuesta por la insensatez. Cada cual siendo narrador o personaje. Todo en uno para que el cuerpo sea quien domine. No la mente. Con alcohol como alimento. Estimulo visual y sonoro cuando se llenan las copas de cubitos de hielo y ginebra para poner en vigor todos y cada uno de los órganos del cuerpo en función de las necesidades de metabolizar lo que sucede en el escenario. Alcohol como combustible para repostar sentimientos.

La iluminación es fundamental en este tipo de montajes habida cuenta de la escenografía estática y atrayente. Completa, variada, destacando los focos en contra para crear sinuosidad y los laterales para fortalecer figuras. Sobresale el telón de fondo a modo de ventana abierta al mundo, que acompaña según interese a las emociones que se vislumbran en las tablas. Es ese corazón orgánico y funcional por el que pasan las imágenes de los yo y super yo de los cuatro protagonistas. Una puesta en escena limpia y simbólica, con ese mundo externo, al estilo americano, en forma de módulo central de profundidad, que no es un ciclorama como tal, pero sí es una ventana al exterior y que aporta el valor ciclotímico de las emociones de los personajes, haciendo que la cámara teatral abarque perfectamente la cuadratura del cuadrado en que se desarrolla. Tanto la intensidad como el color se usan de manera modular para dotar de vida cada zona de la escenografía, lo que hace reflejar energía de las entrañas de los figurines y de las mesas, sillas y botellas de alcohol.

Desde lo orgánico a lo psíquico, pasando por lo metafísico. Lo pasional, lo visceral de todos los órganos del cuerpo teatral se dan cita sin reparo en esta producción creada desde las entrañas de las pasiones y dirigida a dar visibilidad a las partes de una apuesta dramatúrgica donde las funciones intrínsecas de personajes, texto, adaptación visual, escenografía, iluminación y ritmo estén encaminadas a crear un producto teatral que, en realidad, es un análisis exhaustivo de las características básicas de cada ser humano, de la apuesta por conocer el alimento del alma, el motor de la vida, las diferentes acepciones de la palabra amor y sobre todo de todas las peculiaridades del sentido de la vida.

Las transiciones se plantean desde la ruptura de escenas con una banda sonora digna e incardinada en los diálogos. La bilis, los jugos gástricos, la adrenalina y los efectos del alcohol sobre las neuronas. Todo un alegato visceral que elimina prejuicios y acaba mostrando la verdadera identidad de los personajes conforme la función se acerca a su epílogo. Sentimientos de fascinación, por la forma en que los protagonistas se desenvuelven en sus elucubraciones. De dudas, sobre si hablar sobre el tema merece la pena. Una propuesta teatral como ésta se hace corta, deja interrogantes sobre el subtexto y además consigue un resultado redondo. De qué mejor podríamos hablar cuando hablamos de teatro.

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