Diario de las Artes

Cuando lo artístico no tiene tiempo ni edad

  • TRANSMISIÓNDani Sánchez-López, Miguelo, Julia Valencia, Calde Ramírez.Castillo de Santa Catalina (Cádiz)

Imagen de Transmisión, la videocreación que puede contemplarse en el Castillo de Santa Catalina.

Imagen de Transmisión, la videocreación que puede contemplarse en el Castillo de Santa Catalina.

A las videocreaciones les ocurre como a la nueva cocina. Primeramente, debes estar seguro de que posee posees una carterita bien dispuesta dinero; después de estar seguro de ello, tendrás que mentalizarte de que no vas a un restaurante cualquiera; a continuación, quitarte muchos prejuicios de encima y centrarte en lo que vas a hacer. Si vas pensando que es caro, que vas a comer poco y que todo es un burdo engaño, mejor sería que te quedaras en tu casa o que te vayas a tu bar de siempre y te hinches de chicharrones o de menudo. Con las videocreaciones es igual. Si tienes la idea de que lo que vas a ver es un rollo, que aburre por repetido o, lo más socorrido, “eso no es arte” o, como mucho “yo no lo entiendo”; mala cosa.

Para tal circunstancia creativa, como para otras muchas, hay que ir, estar, esperar, contemplar y, por supuesto, no salir corriendo. Antes que nada, debes dejarte llevar por la situación, por lo que ves. Dicho más claro. Primero hay que ver lo que hay; no huir ni rechazar nada de antemano; contemplar primero y, luego, sopesar lo que has visto. No desertes antes de tiempo.

Hay que decir, no obstante, que todo esto de las nuevas tecnologías no es nada fácil; pensemos que, todavía, resulta muy complicado para una inmensa mayoría, pararse y emocionarse ante un cuadro de Rotkho o de Kandinsky. Ante esto, ¿cómo pedir que se asimile las fórmulas de las instalaciones o de las videocreaciones? No, no es fácil. Quizás el problema resida en la escasísima comunicación sobre lo que se nos ofrece. Además, existe un error extendido: “no me gusta” o “no lo entiendo”, pues me voy y, ni siquiera lo miro; no pierdo el tiempo. Si nos parásemos, le concediéramos una mínima mirada o intentáramos observar lo que se nos ofrece, estoy seguro de que la realidad sería otra. Tengamos en cuenta de que estamos en el tiempo de las nuevas tecnologías y muchísima gente está todo el día inmerso en ello.

Cuando vayan al Castillo de Santa Catalina –su visita, ya, vale la pena – no se resistan a lo que se ofrece en la antigua capilla. Entren y observen; seguro que les va a valer la pena. En la cristalera de fuera, ya, se ofrece una declaración de intenciones de lo que se va a encontrar dentro. Vayamos por partes. Sin entrar en muchas consideraciones conceptuales, lo primero que se observa es la calidad manifiesta de la videocreación. Detrás de tan sutilísimas imágenes no se encuentra un mero aficionadillo a la fotografía. Está un artista de mucha importancia; un dominador de la escena fotográfica y de su traslación al lenguaje fílmico. El autor, Dani Sánchez-López, el joven artista jerezano que ha triunfado en la industria cinematográfica tanto en la de Estados Unidos como en esa otra de tanta importancia como es la india Boliwood; su trabajo en la videocraeación es definitivo, absolutamente determinante y con toda la fortaleza creativa del que es dominador de la escena.

Una vez observada la poderosa manifestación plástica de la filmación, el espectador entra en contacto con una realidad visual que lleva de la inquietud a la expectación. El visitante más avezado en las lides artísticas entresacará de su archivo remoto posibles referencias. A mí me viene a la mente ese claroscuro de la pintura de Rembrandt, por supuesto las dualidades de Bill Viola pero, además, me retrotrae a la serenidad de la escultura íbera, al gesto pausado y eternizado en la atmósfera de las obras de Zurbarán…

Dani Sánchez-López, Miguelo, Julia Valencia y Calde Ramírez, junto al Castillo de Santa Catalina.. Dani Sánchez-López, Miguelo, Julia Valencia y Calde Ramírez, junto al Castillo de Santa Catalina..

Dani Sánchez-López, Miguelo, Julia Valencia y Calde Ramírez, junto al Castillo de Santa Catalina..

Tras ese infinito cúmulo de sensaciones la mirada queda atrapada en la doble ventana en la que aparece la insistente imagen de Miguelo y de Julia Valencia; los gestos se hacen pausados, casi no hay parpadeo en el primero. Todo comienza con los desarrollos y desenlaces de la pandemia, con aquellos momentos de confinamiento donde la realidad habitual había trastocado sus límites existenciales.

El sombrío horizonte, con sus fronteras partidas por el miedo y la incertidumbre, necesita unos postulados que clarifiquen esa realidad que se sentía alienante. El existir fluía pausado pero con tintes de máxima inquietud. La luz, el aire, el agua, elementos sempiternos del mundo se hacen presentes para transmitir y generar lúcidos horizontes.

La videocreación continúa ofreciendo su cadencia. La música, orquestada, como no podía ser menos, por otro, de amplios perfiles y sabios registros, Calde Ramírez, aumenta el impacto emocional de la obra. Por otra parte, Javier Álvarez sincroniza los espacios y acentúa los tiempos para que todo quede perfecto. La realidad artística no ofrece dudas; la emoción queda impregnada de eternidad; como los grandes episodios artísticos de todos los tiempos.

La nueva realidad artística ha dado su fruto. La pieza es clásica en su conformación por entusiasta, bella y perdurable. Todo queda supeditado al hecho juanramoniano: “actual; es decir, clásico; es decir, eterno”. Hoy como siempre el arte imperecedero.

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