Cultura

Sobre el enigma

Chesterton, en su epílogo a esta pieza teatral, arguye que, si bien en los relatos de Holmes es lícito ignorar los resortes del misterio, esto no debe ocurrir nunca en las obras dramáticas. Ahí, en las butacas de la sala, el espectador debe saber -y callar- cuanto el protagonista ignora. Esta es la crítica fundamental que el gran escritor británico aduce contra su Magia. Crítica que, aun siendo cierta, no mengua el sincero encanto, el opalino sortilegio, de estas páginas.

Sin embargo, hay algo que disuena en este drama. Y ese algo es la resolución del enigma. Pero no por impericia de su autor, sino por la propia estructura de la obra. El misterio (y Chesterton tiene magistrales relatos de este género), necesita siempre de una solución. Y cuanto mayor sea el asombro que suscite el enigma, más difícil será dar una respuesta adecuada. Ese, y no otro, es el "error" que ha cometido Chesterton en esta obra, y el origen de la desigual factura de Misterio. Error, en cualquier caso, que comparte con Drácula, con Veinte mil leguas de viaje submarino, y con gran parte de la literatura anglosajona del XIX. Aquello que puede explicarse rara vez nos sorprende; y aquello que nos sorprende, debe su fascinación a una suerte de estupor que nos arroja de lo cotidiano y nos traslada al ámbito de la magia.

Robert-Houdin, el gran mago francés, dedicó muchos años a este juego paradójico. Primero escenificaba el prodigio, y luego explicaba la naturaleza óptica o mecánica del truco. Los relatos de misterio participan así de una razón caníbal. Es la necesidad de penetrar en el enigma, aquello que lo disuelve en el aire. No obstante, y a pesar de lo dicho, en el aire de Magia hay luces sobrenaturales, escondidas sombras, que prometen por un momento lo imposible.

Gilbert K. Chesterton. Espuela de Plata. Sevilla, 2010. 128 páginas. 10 euros.

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