La espiritualidad de la materia plástica

Diario de las Artes

Garikoitz Cuevas.
Garikoitz Cuevas.
Bernardo Palomo

30 de junio 2019 - 06:00

Jerez/GARIKOITZ CUEVAS

Sala Pescadería

JEREZ

Muy importante exposición la que se presenta en la Pescadería. Importante porque su autor es uno de los artistas abstractos con quien, hoy, hasta los más exigentes se pueden encontrar; importante porque las piezas que cuelgan de los paneles de la que es la más determinante sala jerezana son de muchísima significación; importante porque las mismas generan un especialísimo sentido museográfico que nos transportan casi a una dimensión basilical y a una latente espiritualidad y, en definitiva, importante porque la muestra nos ofrece un episodio pictórico de absoluta fortaleza plástica y contundencia formal; toda una lección sobre pintura no concreta, esa que traspasa los límites de la mirada y se clava en los más profundo espacios del alma.

Garikoitz Cuevas es, a pesar de lo que pudiera pensarse por el nombre, un pintor nacido en Sanlúcar, ciudad donde vive y trabaja y desde la que, desde hace años, viene desarrollando uno de los trabajos pictóricos más afortunados del actual panorama artístico; con una pintura personal posicionada desde un lenguaje único lleno del más absoluto poder plástico. Además, es un artista con una gran proyección nacional, no en vano es, desde hace tiempo, uno de los pintores de la prestigiosa e histórica Sala Parés de Barcelona, en la que expone habitualmente desde hace años.

Hace poco, su obra 'Éxodo' obtuvo el Premio de la Bienal San Lucas de Arte, siendo adquirida por el Cabildo Catedralicio de Plasencia para su importante colección. La pintura de Garikoitz Cuevas se estructura desde una personalísima escenografía cromática salida desde unas formas personales a través de la técnica del decollage que consiste en ir superponiendo telas pintadas de las que, más tarde, se van arrancando piezas para ir descubriendo trozos del primitivo sustrato compositivo. Con ello, la pintura va encontrando, con el tiempo, su posición, va generando nuevas presencias y eliminando aquello que el propio sistema compositivo va desechando por innecesario. Esta pintura de aluvión regresivo potencia el concepto de materialidad conformante y le proporciona una nueva dimensión a la realidad formal; es decir, la pintura sobre el soporte, su tiempo de crianza y solera, su posterior circunstancia anómala que provoca su desprendimiento y desecho es una entidad en proceso, un análisis profundo del sistema compositivo y una reflexión indiscriminada de la propia situación material.

Las obras de la exposición de Pescadería están realizadas mediante encáustica; es decir, utiliza ceras mezcladas con pigmentos pictóricos para producir masas densas y pastosas que va extendiendo sobre el lienzo para, posteriormente, ir despegándolas consiguiendo una deconstrucción de lo ya construido. El resultado son bellos espacios llenos de colorido, de mucho y determinante colorido, que provoca, aparte de una poderosa visión cromática llena de contundencia plástica, un juego de referencias y evocaciones. Con distintos formatos, algunos en forma de medio punto o de cruz latina, Garikoitz Cuevas nos descubre una serie de pasajes coloristas constituidos por misteriosos juegos de formas que interactúan produciendo una especie de puzzle cromático lleno de entusiasmo creativo y vibrante ritmo colorista, en el que la encáustica perfectamente integrada con los pigmentos y su posterior desprendimiento forzado, nos envuelve con el misterio de la forma para, desde ahí, llevarnos a posiciones infinitamente más íntimas, más emotivas; casi espirituales.

Es como si la materia plástica nos indujera hacia universos presentido, hacia posiciones que evocan, que crean expectativas e inquietudes y que someten al espíritu desde las formas volubles del color y la materia. Con esta obra, Garikoitz Cuevas introduce al espectador en el universo del abstracto pero dejando abiertas compuertas que nos inducen a la sugerencia, a la evocación, a lo íntimamente presentido, a las marcas de lo mediato a través de la inmediatez absoluta de esas texturas conformadoras. Estamos, en definitiva, en una espléndida exposición que nos descubre a un importante artista cuya obra jamás podrá dejar indiferente a nadie.

Una obra de Verónica Sanz.
Una obra de Verónica Sanz.

Los perfiles cambiantes de una existencia

VERÓNICA SANZ

Iglesia de San José

PUERTO REAL

La antigua iglesia de San José de Puerto Real, cerrada al culto hace años y convertida en Centro Cultural, se llena con los paisajes mediatos de Verónica Sanz, pintora de la localidad, autora de una pintura trabajada, convencida y convincente; una pintura que deja adivinar un proceso consciente donde la realidad sólo es atisbada en medio de una envolvente masa de color perfectamente acondicionada. Verónica Sanz es artista de fuerte personalidad; fuerte desde su concepción plástica, esa que hace manipular la materia con profundidad, sentido y contundencia. Además, es asimismo, de fuerte convicción en su planteamiento conceptual.

Sus ideas, necesitan registros artísticos muy bien definidos para que formulen su verdadera dimensión. Y en eso, radica la creación pictórica de esta artista. La idea es conformada inteligentemente, con argumentaciones artísticas sabias y bien definidas desde posiciones plásticas de acertados esquemas coloristas. Tras cada pincelada, detrás de cada campo cromático se adivina la potencia generativa de la idea. Su pintura es un manual de circunstancias abstractas en su máxima dimensión. Lo real ha difuminado su sentido representativo y suscribe, sólo mínimamente, un escueto episodio evocador.

La exposición en el viejo templo del calle Real puertorrealeña nos conduce por un estamento expresivo que nos sitúa en esa línea estrechísima donde lo real y lo abstracto confunden sus contornos. Y es que la obra de la artista, sujeta a los episodios más compactos y determinantes del expresionismo cromático, escenografía un paisaje lleno de potencia colorista que deja mínimamente adivinar las tenues líneas de un representación sutilmente dispuesta en los medios de un poderoso sistema cromático.

Verónica Sanz que ya nos convenció con su anterior proyecto donde el azul Klein formalizaba bellas estructuras monocromas que encerraban posiciones de amplia espiritualidad, ofrece, ahora, 'MUDANZAS. Cambio de enseres de una vida a otra', una realidad pictórica que transporta, en un proceso de evocación, de esencias y de intimidades, por distintos pasajes de momentos emotivos y llenos de perfiles vivenciales.

Lo real, la vida, el diario acontecer se establece en su obra desde unos presupuestos plásticos intensos; sutilísimas grafías, como surcos que dibujan una existencia presentida. Pero esa realidad que conlleva sistemas sacados de lo más íntimo sólo se define entre brumosos campos de color que diluyen los perfiles reales y transportan a nuevos sistemas donde lo real y lo espiritual confunden sus fronteras. Es el tiempo en el que la autora superpone a lo mínimamente presentido de sus esbozados paisajes una poderosa dimensión cromática. Es, ahora, el tiempo del color en su más contundente posición, de sus verdes esmeraldas, de sus rojos apasionados, de sus azules de atardeceres, incluso, de sus ocres desvaídos, que manifiestan sus más preclaros sentidos simbólicos.

Con ellos todo queda dispuesto para que se produzca esa "mudanza" que llegue a transformar un pasado en un algo distinto; un algo que se adivina pero no se define; que se quiere pero que abruma; que se ansía pero que da miedo. Es la realidad de una existencia vivida con pasión. En la nueva pintura de Verónica Sanz el continente y el contenido han fundido limpiamente sus fronteras. Entre ambas circunstancias la pintura se hace grande, manifiesta una nueva realidad que abre infinitas perspectivas y en todo ello se presiente un universo nuevo donde todo, quizás, sea, bellamente posible.

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