Fernando León de Aranoa: “Todos tenemos dentro un extraño al que culpamos de nuestros errores”
El director publica ‘Leonera’, un puñado de narraciones breves en las que retrata con humor y lucidez el paso del tiempo y las contradicciones de la vida.
Una nueva subjetividad

En un texto brevísimo que titula Certeza, Fernando León de Aranoa apunta: “Con los ignorantes, nunca se sabe”. El director de Los lunes al sol y El buen patrón esquiva con humor y lucidez el peligro de abonarse al cansancio y la amargura que conlleva la edad en Leonera (Seix Barral), un puñado de narraciones en las que concentra su visión del mundo y retrata la extrañeza de esa amalgama llamada identidad y los desvíos y accidentes del camino por el que avanza la vida.
Pregunta.–Abre Leonera con una cita de Ray Bradbury en la que bailar y escribir se plantean como remedios para no estar muerto.
Respuesta.–Bradbury me gusta mucho como escritor, y como guionista también. He leído muchos relatos suyos, y sus libros sobre escritura de guiones me parecen muy interesantes. Siempre me he sentido cerca de sus postulados, y una vez que leí ese texto me sentí reflejado, porque yo escribo tarde, a las tantas de la mañana. Hay algo cíclico en el libro, porque el último cuento es una reflexión sobre las despedidas de alguien a quien no le gusta despedirse, que soy yo. Y ahí, casi involuntariamente, vuelvo a la cita de Bradbury porque hablo de que uno escribe para no despedirse: busca prórrogas y extensiones no sólo del tiempo, también del terreno de juego. Bioy Casares lo decía de una manera muy bella, sostenía que escribir era una manera de ampliar las habitaciones de la vida.
P.–Hay una broma sobre la mujer de un guionista, pero en el conjunto apenas hay referencias al cine. Tenía claro que aquí dejaba al director fuera.
R.–Sí, es que no concibo este tipo de escritura como una extensión de mi trabajo en el cine. Hay veces que alguien coge un proyecto que no ha podido ser una película y lo convierte en una novela, pero no es mi caso. Lo que me atrae precisamente de escribir un libro es cambiar de juguete, acercarme a la realidad de otra manera, trabajar la ficción con otras herramientas. Con los cuentos y con su extensión breve experimentas un fogonazo con una intensidad muy distinta a una historia larga.
“Lo que me interesa de escribir un libro es cambiar de juguete. Aquí dejo fuera al cineasta”
P.–“A partir de una edad, los espejos se vuelven en tu contra”. El asunto de envejecer está muy presente en Leonera.
R.–Yo prefiero pensar que hablo del paso del tiempo [ríe]. Me interesa cómo te das cuenta de los años que pasan cuando ves crecer a los niños que tienes cerca, o cuando te reencuentras con un viejo amigo. Es verdad que esas inquietudes no estaban en Aquí yacen dragones, otro libro que publiqué y que es de 2013. Ahora soy consciente de que esto se acaba y me pregunto en qué invertimos los días, aunque me lo tomo, espero, con humor. Roque Dalton escribió en un poema que es a los 27 años cuando empiezas a tener conciencia de la mortalidad. En mi caso he tardado un poco más...
P.–Uno de los narradores tiene pensado escribir cinco autorretratos para el día que se muera. En el libro somos múltiples, y la identidad posee el rango de enigma...
R.–Sí, son muchos yoes los que nos componen. Y todos tenemos un extraño dentro al que responsabilizamos de nuestros errores [ríe], culpamos de las decisiones equivocadas a una parte de nuestra personalidad que a veces nos traiciona... Pero creo que con la edad uno tiene más claro ya quién es, y empieza a reconocer sin dramatismos esos varios yoes que alberga. Hace unos años, yo no me entendía con tanta claridad.
P.–Hay algunos apuntes sociales en estos cuentos. De la inmigración, dice: “Buscaban un lugar mejor donde vivir, pero llegaron a Europa”.
R.–Este libro tiene un tono más íntimo, pero también hay una expresión política ahí, porque nuestra sensibilidad política tiene mucho que ver con cómo estamos en el mundo, qué nos duele, qué nos importa. Una de esas narraciones retrata cómo Europa recibe, o más bien no recibe, a esa gente que está buscando otra vida mejor. Y hay otro cuento, un aforismo, que dice que el amor nunca es propio y la vergüenza nunca es ajena. Podemos aplicarlo a lo que está ocurriendo en Gaza, algo en lo que tenemos mucho que ver, por nuestra inacción. Una pasividad que debería avergonzarnos.
Sería mucho más habitable una sociedad que le prestara más atención a la bondad"
P.–Una de las narraciones dice que nuestra bondad “varía en relación con el lugar en el que nos encontramos”, en situaciones –ante la policía o una pareja con la que estamos empezando– en las que nos interesa mostrar nuestra mejor cara.
R.–La bondad es casi revolucionaria, y puede ser objeto de burla si uno tiene un deseo de bonhomía. Es un signo de los tiempos que te acusen de buenismo si intentas contribuir a un mundo mejor. La bondad es algo que tendríamos que defender desde cualquier frente, deberíamos batallar por ella. Sería mucho más habitable una sociedad que le prestara más atención.
P.–Leonera también aboga por la esperanza, “la forma más hermosa de la ficción”.
R.–Cuando le otorgaron el Nobel, Steinbeck dijo en su discurso que la obligación del escritor es contar la probada capacidad del hombre para el amor, para la compasión, para el coraje y para la dignidad en la derrota. Y afirmaba también entonces que, y esto no ha cambiado, el hombre es la mayor amenaza para sí mismo, pero también su única esperanza. Prefiero quedarme con la segunda idea, porque creo que es cierto, y lo prueba por ejemplo la gente que trabaja en la ayuda humanitaria, que incluso se juega la vida por los otros.
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