Programación
Zambombas este fin de semana en Jerez

La historia de una pasión

Hiroki Sato, más conocido como Hiro, durante un momento de su aparición por alegrías. / Vanesa Lobo
Fran Pereira

Jerez, 26 de agosto 2018 - 01:37

Jerez y Japón, dos culturas, dos formas de concebir la vida, pero un mismo nexo, el flamenco. Sí, ese es el trasfondo de 'Jerez con Japón', el espectáculo estrenado el pasado viernes en la Alameda Vieja dentro de la programación de la LI Fiesta de la Bulería y cuyo origen es conmemorar el 150 aniversario de las relaciones entre España y Japón.

Evidentemente, si nos ceñimos al flamenco, ambos lugares han desarrollado en las últimas décadas un intercambio de conocimiento constante, y lo más importante, ha servido para que artistas jerezanos y japoneses conozcan y se enriquezcan bireccionalmente los unos de los otros. Qué sería de muchos artistas de Jerez sin Japón...

Este canal intercultural permite esbozar un espectáculo en el que todas las partes tienen o pueden contar experiencias en uno y otro lugar, y en la mayoría de casos, durante años. Lógicamente faltan muchos, pero los que estuvieron el viernes sobre las tablas de la Alameda Vieja saben bien de lo que se habla.

Dirigido por David Lagos y Javier Latorre, 'Jerez con Japón' intenta conjugar, en un sentido y otro, las relaciones entre estas dos culturas, sobre todo en el cante y en el baile. Ahora bien, en términos generales, su puesta en escena es más para un espacio cerrado, digamos el teatro, que para un escenario como el de La Bulería. Y digo esto porque por momentos se pierde el hilo, te distraes, y eso, permítanme, es más improbable en el teatro.

Fueron dos horas y media, quizás demasiado, pero ya se sabe, el Ayuntamiento ha obligado este año a todos los protagonistas a alcanzar esa duración, una condición que puede condenar a un espectáculo, como así ocurrió. No porque se esté dos horas y media sobre el escenario, el público se va a ir más o menos contento. A veces, y así se puede apreciar año tras año en el Festival, basta con una hora o una hora y media para dejar una maravillosa sensación. No por nada, sino porque para alargarlo se corre el riesgo de incluir escenas innecesarias o de relleno que no conducen a nada.

Fue una noche especialmente plana en lo artístico y sólo las apariciones de determinados artistas hicieron despertar al público, poco por cierto, del letargo.

Volvió la Memoles (Melchora Ortega) rescatando fragmentos del 'Cuna cañí' de Lola Flores por bulerías que le vimos en el Festival de Jerez del año pasado. Melchora es puro nervio, se canta, se baila, anima, sabe llevar a la gente donde quiere...En eso no hay quien la supere. Cada vez que apareció por el escenario encendió al público, unas veces con rumba, otras regalando fandandos y por supuesto, por bulerías, donde se mueve como pez en el agua.

Gustó también el joven Miguel Ángel Heredia, un bailaor de diésel, pero que sigue dando pasos largos. Va poco a poco, a su ritmo, pero suma y suma sin hacer ruido. Por seguiriyas, aprovechó bien su estampa y esa elegante figura para dejar escorzos muy bellos y cuajar una buena aparición arropado por las garantes gargantas de Miguel Ángel Soto 'El Londro' y Miguel Rosendo, perfectos en el atrás.

Del baile hay que detenerse también en Andrés Peña, al que le tocó intentar levantar el espectáculo tras un decepcionante Fernando de la Morena. Su figura apareció bien entrada la una de la madrugada, y no lo tuvo fácil. Pero Andrés es un bailaor experimentado, y que cuando asume responsabilidad casi nunca falla. Junto a Miguel Ángel Heredia le tocó enarbolar la bandera del baile de Jerez (que hicieron con sobremanera), cuya vertiente más natural fue cosa de Juana Carrasco, una delicia verla bracear, y de Pepe El Zorri, un mago del compás y las pataítas con gracia.

En esos constantes altibajos brillaron también las guitarras de Alfredo Lagos imprimiendo personalidad y sonando limpio; Javier Ibáñez, siempre virtuoso, y José Gálvez, un ser camaleónico que es a la vez capaz de revolucionar el cotarro por alegrías con su sonanta que cantarse en solitario un tema, cosecha propia, dedicado a Moraíto.

Pero para hablar de cante hay que dar dos nombres. Uno el de David Lagos, un cantaor completo, largo y exquisito a la hora de cantar. Seguiriyas, alegrías, pregones, mineras (que domina como nadie), tangos, bulerías...Todo lo que toca lo hace bien. El otro nombre fue el de Yuka Imaeda. La japonesa representa el más vivo ejemplo de lo que es pasión por el flamenco. Es difícil describir cómo pelea con el cante y cómo para ella el idioma no es un excusa, todo lo contrario, lo lleva a su terreno para acentuar cada sílaba, cada palabra y que ésta tenga sentido. Si arte es todo lo que sea emocionar, Yuka tiene arte y aunque no haya nacido en la calle Pañuelo ni en Cantarería está dotada de sensibilidad, y eso, ya dice mucho.

Fue muy aplaudida, especialmente por malagueñas y abandolaos (con la guitarra de Gálvez dando toda una lección de cómo se tiene que acompañar), pero sobre todo por fandangos en un mano a mano con Melchora que fue de lo mejor de la noche.

Del resto, poca cosa. A Kojima se le puede exigir bien poco, y a su edad, sólo verle sobre el escenario es un logro. Eso sí, tanto el maestro japonés como a Shiho Morita (por tarantos y tangos), Mayumi Kagita (por soleá y bulerías) y Hiroki Sato (por alegrías y rumbas) se les vio disfrutar como niños con este 'regalo'. No en vano estamos hablando de la Fiesta de la Bulería.

Fue el homenaje de Jerez a Japón, el agradecimiento de un país que cuida a nuestros artistas y que respeta y apuesta, a veces más que aquí, por la pureza y lo tradicional. Otra cosa es que la Fiesta de la Bulería sea el mejor escenario para este tipo de propuestas. Sea como fuere y parafraseando a Juan de la Plata, 'Viva España-Jerez y Japón'.

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