Cultura

El hombre que plantaba árboles (b)

UN árbol para envolverte. Un árbol para abrazarte. Un árbol frondoso y verde. Un árbol con dos ojos. Un árbol con cien brazos. Un árbol ardiendo. Un árbol para besarte. (Blas de Otero).

Nunca fue un ecologista en el sentido militante de la palabra. El amor a los árboles le llegó a lo largo de su vida de un modo que podríase nombrar, nunca mejor dicho, natural. Muchas veces por su trabajo se le presentaron situaciones en las que dependiendo de las decisiones que se tomaran, árboles que han crecido y vivido durante años en un prado, una finca de recreo o un solar abandonado, serían talados o no, algunas veces, las menos, trasplantados. Estas decisiones las tomó sin pensarlas demasiado en sus inicios juveniles como 'hacedor del mundo'. La arquitectura era lo que importaba y estaba por delante de todo, incluido el lugar, la naturaleza, el clima y otros asuntos. Poco a poco fue aprendiendo a mirar. Mirar alrededor, mirar el lugar, las condiciones específicas de la parcela o el solar en el que habría de construirse el edificio que fuera. Antes había aprehendido otras sensibilidades y un día el amor por los árboles se instaló en su corazón, o para ser más preciso, en su pensamiento. Y así fue como aprendió que la arquitectura más virtuosa intenta ensamblarse con la naturaleza, y en particular, con los árboles y la vegetación.

En esa práctica naturalista tuvo la oportunidad de evitar la destrucción de muchos árboles: una alineación de palmeras contradictoria con una zona de nuevos crecimientos, un olivo junto a una piscina en un jardín al que invitó a una relación que el tiempo ha consolidado, los naranjos de un carril que se convirtieron en el orden de las calles de una zona nueva de la ciudad, etc. También fracasó defendiendo eucaliptos que finalmente fueron derribados traicioneramente, o manteniendo unas acacias en el centro de una calle que finalmente fueron taladas, sustituidas más tarde por naranjos.

Aún así, tuvo la suerte de plantar muchos árboles: acebuches en el jardín de una piscina pública, palmeras en un frente marítimo, pinos en otro, en el que el propio lugar invitaba a fundirse con el paisaje existente; olivos en alguna rotonda; árboles de multitud de especies en parques, jardines y otros espacios en los que las edificaciones intentaron ser menos para que la naturaleza, el lugar, fuera más; o recientemente un limonero en un diminuto jardín que empieza, con los cuidados de su hija, a ofrecer sus frutos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios