Cultura

La llamada de la selva

  • En 'Blissfully yours', su segundo largo, el tailandés Apichatpong Weerasethakul recrea una arcadia donde se liberan los cuerpos, las identidades y las leyendas

No es fácil encontrar una película en el cine reciente cuya sustancia narrativa se disuelva poco a poco hasta desaparecer casi por completo como en Blissfully yours (2002), el segundo largo del tailandés Apichatpong Weerasethakul, un filme que, tras el deslumbramiento primero de Mysterious object at noon (2000), allanó el camino de apreciación de su autor por parte de la crítica internacional con un premio en la sección Un certain regard de Cannes que se vería refrendado en 2010 con la celebrada Palma de Oro para Uncle Boonme recuerda sus vidas pasadas.

Pocas películas, digo, de argumento, estructura o eso que algunos llaman "lógica narrativa" más libérrimos e inasibles, tanto que sus títulos de crédito no aparecen aquí hasta los 50 minutos de metraje, partiendo el filme en dos hasta hacerlo replegarse sobre sí mismo en una renovada dimensión especular. Pocas películas, en fin, menos atadas a un trayecto previsible, cómodo o conclusivo para un espectador no entrenado en las derivas del cine moderno.

El que se asome a Blissfully yours desprovisto de prejuicios y con los ojos y ¡los oídos! bien abiertos se llevará a cambio otros placeres bien distintos y tanto o más satisfactorios que los de la vieja narración: aquellos que proceden de la apabullante sensorialidad de una puesta en escena y un tiempo suspendido que parecieran literalmente abducidos por el espíritu (o espíritus) de la naturaleza por la que transitan sus personajes, por la luz veraniega y los sonidos de la selva, unos sonidos (pájaros, chicharras, insectos, el agua que corre, las ramas de los árboles agitadas por el viento) que alcanzan una dimensión irreal, fantasmagórica y sobrenatural que parece anunciar esa película de ciencia-ficción que Apichatpong siempre pensó hacer, una película apuntada no sólo en su riquísima banda sonora, sino también en las sobreimpresiones de voces en off, textos y dibujos que revelan la subjetividad de sus personajes o rememoran historias de las que ese espacio virginal e idílico fue alguna vez testigo.

La selva, su forma inescrutable, su respiración y su tiempo eterno se adueñan así poco a poco, como en Aguirre, la cólera de Dios, de Herzog, de esta película esencialmente sonora para imponer sobre su forma un orden natural y primitivo, los ecos de cuentos y leyendas locales, tan importantes en los siguientes títulos de Apichatpong (Tropical malady, Uncle Boonme...), sobre tres personajes que parecen dirigirse al mismísimo origen del mundo en busca de una arcadia perdida o un amor purificador, una pareja de jóvenes amantes y la mujer con la que se encuentran a la orilla de un río.

En esos primeros 50 minutos antes de los títulos de crédito, que discurren en un trayecto en coche al son de la versión thai de Summer samba, de Marcos Valle, hemos sabido apenas que ese joven (Min) es un inmigrante ilegal birmano con una enfermedad en la piel, que ella (Roong) trabaja pintando figuritas de porcelana en una fábrica y que la mujer (Orn) está a cargo del primero intentando ocultar su identidad y buscando un remedio para su dolencia.

Blissfully yours separa así en sus dos partes la ciudad de la naturaleza, el orden (también delimitado por la puesta en escena, primero en encuadres fijos y totalizadores, luego a través del seguimiento o la fragmentación) del laberinto, el silencio (el mutismo de Min que oculta su condición ilegal) de la palabra (en ese tailandés susurrante y líquido que siempre nos suena a música celestial), la sociedad y sus normas del individuo en busca de su identidad o de una suerte de nuevo bautismo regenerador, idea que se hace explícita en una de las imágenes del filme.

Blissfully yours se entrega así a la disolución de una historia para transfigurarse en un manantial de sensaciones en el que se produce una insólita comunión entre la materia del cine, la materia del hombre y la materia de la naturaleza. Allí, en ese espacio de plenitud y abandono, los cuerpos se liberan para el sexo (explícito pero nunca pornográfico o erotizado), para la melancolía, para una siesta o para la mera contemplación de un tiempo primordial.

Un último plano, no menos desconcertante y hermoso, clausura el filme: Roong despierta de su duermevela y mira directamente a cámara, nos mira a nosotros. Justo después, unos títulos anuncian el argumento de un filme que ya nunca veremos y que, en realidad, tampoco queremos ver: "Diciembre 2001, Min está en Bangkok esperando trabajar en un casino en la frontera entre Tailandia y Camboya; Roong volvió con su novio y tienen un puesto de fideos en una ciudad próxima a Bangkok; Orn sigue trabajando como extra en películas tailandesas".

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