Cultura

La lucidez poética de Ramón Guerrero

Vega Vega

Vega

Ramón Guerrero (Algeciras, a principios de los 60) es una de las personas más fascinantes que he conocido. Hace ya muchos años, en la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz, cuando se encontraba en el viejo edificio junto al colegio Valcárcel, nos descubrimos el alma de poeta con esa audacia inconsecuente propia de la juventud. Su amena conversación, su trato sencillo y exquisito a la vez, provocaban adicción, por lo que en alguna ocasión le invité a Jerez para para proseguir nuestras disquisiciones poéticas en la campiña. Luego, se escindieron nuestros destinos. Tenía alguna noticia suya a través del poeta Ricardo Rodríguez, con quien le une una antigua amistad. No hace demasiado —antes de la pandemia—, en la librería La Luna Vieja pudimos leer poemas suyos, que iluminaban una exposición fotográfica de otro querido compañero de tiempos estudiantiles, Miguel Astorga. Curiosamente, Ramón, autor de una obra literaria profunda, de imágenes poderosas y hallazgos geniales, no había publicado ningún libro hasta la aparición de Vega, en 2020.

El volumen incluye un prólogo del escritor Manuel J. Ruiz Torres, sugerentemente titulado 'Las hélices del ángel'. Nos dice, entre otras cosas, que "Guerrero consigue, sin abandonar el yo singular desde el que escribe, hacerse plural". Y destaca un verso: 'El lamento es un delito'. En estos parámetros sitúa la poesía de Ramón: entre la fertilidad que la vega supone, las espirales del tránsito y la senda, al fin directa, limpia y luminosa en que deviene el itinerario.

El poemario está estructurado en cinco partes. La primera, 'Del amor y del deseo', da cabida al erotismo, pero también a la fe en la persona amada, a los más dulces demonios y al temblor del corazón. En la segunda, 'De la familia y los amigos', se suceden los afectos en versos dedicados, los asombros y las confidencias. La tercera, «De lo social», recoge ansias de libertad, preocupaciones, denuncias que evocan al Dámaso Alonso de Hijos de la ira: 'Un millón⁄ cien millones de olvidados' y asertos reveladores: 'Ser cautivos de una nación/ es el cáncer de los desdichados/ de los heridos que se niegan a sanar'. La conciencia colectiva se alza contestataria frente a las imposiciones del siglo XXI y el poeta toma partido: 'Necesito abrir ventanas'. La cuarta, 'De lo íntimo' es una vuelta a las convicciones para seguir avanzando en composiciones de gran intensidad: 'Ha comenzado el baile de máscaras/ la última gran batalla/ Y reescribo migajas de mi vida'. Anhelos, fobias y confesiones alcanzan la revelación: 'La poesía cuenta lo que ocultas'.

La quinta parte, 'De los nocturnos' ahonda por desfiladeros de lucidez y abismos existenciales: 'Un muerto/ siempre/ es un buen amigo'. Aun siendo fervientemente originales, las páginas de Vega parecen impregnadas de una concepción del mundo que nos recuerda a la de los grandes malditos, incluido el Federico García Lorca de Poeta en Nueva York. Por ellas aletea el alma de Ramón como un ángel caído. 

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