LII Fiesta de la Bulería

El sueño de una noche de verano

  • María Bermúdez rescata la fiesta de antaño en un montaje largo, con menos público que el primer día, y donde brillan Antonio Rey, Antonio Malena y Luis Moneo

María Bermúdez, en un momento del espectáculo

María Bermúdez, en un momento del espectáculo / Vanesa Lobo

Es fácil comprobar cuando alguien disfruta con lo que hace, cuando siente pura pasión por ello. Por eso, ver a María Bermúdez sobre las tablas de la Alameda Vieja (con mucho menos público que el primer día), rodeada de su gente, fue darse cuenta de que para la bailaora californiana estar en Jerez y en su Fiesta de la Bulería, con más de 50 años de historia, era algo indescriptible.

De ese medio siglo, la artista quiso rescatar esa década en la que cada septiembre daba buena cuenta del cartel de este evento. Por eso mismo, y siguiendo los recuerdos aún impregnados en su retina, apostó por un montaje sencillo, sin complicarse mucho la vida. Así, sobre el escenario fueron pasando, a modo de festival tradicional, todos y cada uno de los artistas reunidos en el cartel, una circunstancia, que al menos para quien escribe, costó asimilar, simple y llanamente porque nos hemos acostumbrado a espectáculos montados, con cierto ritmo.

Sea como fuere, por bulerías, como es tradición, se encendió la llama. El compás de Enrique El Zambo caminó catedral abajo, para continuar después el gaditano Miguel Rosendo, Ana y Coral de los Reyes y Antonio Malena, que pusieron la banda sonora a las pataítas de María Bermúdez, Juan Grande y La Farruca.

Fue el aperitivo a una noche larga, quizás demasiado, porque está comprobado que irse más allá de la una es pecado para el público actual, pero donde Jerez y California se dieron la mano pese a estar tan lejos en el mapa.

A medio camino de esos dos puntos geográficos está Antonio Rey, un artista vinculado a Jerez pero también a Méjico y toda esa franja californiana. María Bermúdez quiso usarle como eslabón y el guitarrista aceptó el reto. Su aparición en solitario es quizás una de las pocas veces que en 52 años de vida de La Bulería, la guitarra de concierto se asoma a la programación. Sus aires por mineras dejaron claro que estamos ante un tocaor fuera de serie, que plasma con limpieza absoluta cada una de las notas y para el que el mástil de la guitarra no tiene secretos. Una doble escala absolutamente prodigiosa culminó una actuación soberbia, correspondida por el público.

Antonio Malena y Antonio Rey, en un momento del espectáculo. Antonio Malena y Antonio Rey, en un momento del espectáculo.

Antonio Malena y Antonio Rey, en un momento del espectáculo. / Vanesa Lobo

De seguido, Antonio Malena, con Rey en el acompañamiento, se introdujo en la media granaína de Chacón con la maestría que nos tiene acostumbrados. Qué difícil es parar el cante como lo para el Malena, sacándole jugo a cada tercio y dándole una personalidad propia. Excelente.

Con el molesto viento de levante haciendo de las suyas, salió a escena Luis Moneo, con Manuel Parrilla a la guitarra. Si Antonio Malena había dado toda una lección de cómo acometer los cantes de Chacón, Luis dio otra de cómo interpretar los tientos-tangos, siempre con Parrilla, ojo avizor, llevándole en volandas. Fue sin duda de lo mejor de la noche, más si cabe cuando, por tangos, recuperó letras de su hermano Juan (tus manos junto a mi piel, tu boca junto a la mía...), y eso, unido a la genética Moneo, nos devolvió por un instante a épocas gloriosas.

Entonado pues, el cantaor se acercó a la soleá por bulería, otro cante que domina, dejándolos retazos de talento. Lástima que por bulerías, sólo nos hiciera tres o cuatro letras, porque la noche estaba para haberla liado.

Esperanza Fernández y Juan Diego Mateos. Esperanza Fernández y Juan Diego Mateos.

Esperanza Fernández y Juan Diego Mateos. / M.G.

Con el camino alisado, Esperanza Fernández y Juan Diego Mateos comparecieron sobre el escenario. La trianera es una cantaora que siempre cumple, y en su tercera aparición por la Fiesta de la Bulería (2008 y 2013 las anteriores) no defraudó. Otra cosa es que se le pida un cambio en el repertorio, porque la malagueña, alegrías-cantiñas y tangos que realizó, ya los usó en su último paso por este evento. No estaría mal a veces renovarse y arriesgar un poco más.

Aún así, Esperanza, toda una profesional, obsequió al público con malagueñas del Mellizo para comenzar, para rematar por jaberas y jabegotes, todo con un magnífico Juan Diego Mateos, que ofreció todo un ejercicio de cómo amoldar la guitarra a un artista al que no se está acostumbrado a acompañar.

“Este levante que es estupendo, pa los pelos, pa la boca y todas las cosas”, dijo con ironía antes de meterse por alegrías, en las que recordó al gran Chano y donde el compás de los Cantarote y su propio hijo, que subió también de palmero, la llevó en parihuela. Su actuación finalizó por tangos, acordándose de la Repompa yPastora.

Llegó entonces María Bermúdez. Por soleá, y con Antonio Malena y Miguel Rosendo como voces y Jesús Álvarez, espléndido toda la noche, e Isaac Viejo a las guitarras, su baile fue engrandeciéndose a medida que pasaron los minutos. Con traje negro y lunares grandes blancos, la californiana se movió bien por el escenario, ofreciendo una amalgama de recursos técnicos y rebuscándose, sobre todo con el cante de El Malena, que remueve. Su rostro era el reflejo de la felicidad, del disfrute. Sólo hubo que reprocharle la excesiva duración del mismo.

Las 'Flamenquitas de Santa Bárbara', durante la actuación. Las 'Flamenquitas de Santa Bárbara', durante la actuación.

Las 'Flamenquitas de Santa Bárbara', durante la actuación. / M.G.

Su segunda aparición sucedió tras el descanso. Como hizo en aquel ‘Chicana gypsy project’, que algunos tuvimos la opción de ver en el Festival de Jerez hace ahora nueve años, María comenzó su actuación con sombrero mexicano y entonando rancheras, un cante que evolucionó a alegrías, en una adaptación en la que las voces de la familia ‘De los Reyes’, Pelé, Ana y Coral, y el violín de Bernardo Parilla se convirtieron en protagonistas. Fue la introducción perfecta para que las ‘Flamenquitas de Santa Bárbara’, cinco generaciones de bailaoras californianas (Briseyda Zárate, Sabrina Ibarra; Lane ‘La Rojita’, Natalia Treviño, Aracely Sagastume y Lourdes Rodríguez) desfilaran por la escena. No desentonaron, y siempre desde el respeto y sin salirse del tiesto, plantearon una coreografía bonita y correcta, con especial atención a la más veterana, Lourdes Rodríguez, con un braceo y un manejo de hombros muy femenino. ‘Cielito lindo’, a ritmo de bulerías, puso colofón a la actuación entre los aplausos del público.

Los cantes de fragua, tonás y martinetes, sonaron de seguido gracias a la voz de Vicente Soto ‘Sordera’. Gran conocedor de la materia, el jerezano nos devolvió a una época anterior, adormeciendo el cante sin perder las duquelas.

Vicente prosiguió por soleá por bulería, demostrando de nuevo su paladar. Bien guiado por la guitarra de Manuel Parrilla, el ‘Sordera’ finalizó por bulerías, no sin antes refrescar la memoria a los que en su día se olvidaron: “Yo estuve en la primera Fiesta de la Bulería hace 50 años”.

Por ponerle un pero, la repetición de letras elegidas en la bulería con respecto a su última aparición en la Bienal de Jerez (Verea del camino, un Clavel o La Tarara). Sitios distintos sí, pero si hay alguien que puede presumir de adaptar y conocer letras (ha cantado a grandes poetas) ese es Vicente Soto, por eso habría que exigirle más, aunque no por ello esto significa que, como siempre, estuviese a la altura.

En plena cascada de sensaciones, La Farruca dejó pinceladas de su arte en la soleá al golpe. Su baile es de otro tiempo, y aunque la edad no perdona, un simple replante o uno de esos escorzos inverosímiles, bien vale la pena pagar una entrada por verla. El público así se lo reconoció despidiéndola entre aplausos.

Remedios Amaya, en la Bulería. Remedios Amaya, en la Bulería.

Remedios Amaya, en la Bulería. / M.G.

Antes del fin de fiesta, Remedios Amaya también regaló dos detalles de su cante, por tangos y bulerías, acompañada por Juan Diego y Jesús Álvarez a las guitarras y Bernardo Parrilla al violín. Su voz sigue estremeciendo, sobre todo cuando se acerca a Camarón o entona esos jaleos extremeños. Su presencia en la escena no fue corta, pero suficiente.

El colofón llegó por fiesta como los de antaño. Eran casi las dos de la mañana pero aún hubo tiempo para escuchar a la joven Rocío Carrasco que se bailó y se cantó con desparpajo, y para ver a María Bermúdez tocar el cielo con su braceo, no era para menos, porque era su noche.

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