Lectores sin remedio

El modesto bálsamo de la lectura

El modesto bálsamo de la lectura

El modesto bálsamo de la lectura

‘The Old Country’, en su primera edición de 1917 de Ernest Rhys, e impreso en Londres y París por J.M. Dent and Songs y en Nueva York por P. Dutton, es un viejo libro que conservo en mi biblioteca. No lo menciono ahora por ser este impreso una rarísima edición codiciada por los bibliófilos y que un día llegó hasta mí tras una larga historia que quizás en otra ocasión me anime a relatar, lo traigo a colación por otro motivo cual es el ser una prueba material del poco conocido y menos valorado papel de los libros en los conflictos bélicos, y que la guerra en Ucrania ha puesto de nuevo trágicamente de actualidad.

En la contraportada del ‘The Old Country’ que poseo se puede observar aún un llamativo sello, en el que aparece un soldado con uniforme estadounidense. Este soldado carga al hombro un pesado rifle con la bayoneta calada y sostiene entre sus manos una numerosa pila de libros. La leyenda que acompaña la imagen y que traduzco, dice: “Biblioteca del servicio de guerra. Este libro está donado por el pueblo norteamericano a través de la Asociación de Bibliotecarios de América, para la lectura de sus soldados y marinos”.

Millares de libros como este que les menciono fueron editados y distribuidos durante la Primera Guerra Mundial, la más devastadora guerra que vivió la humanidad hasta ese momento, entre las tropas del contingente norteamericano destinado en Europa. Libros que fueron organizados en bibliotecas itinerantes y que luego servían para contribuir al ocio de las tropas, en un intento de que se evadieran de la tragedia en las que eran protagonistas, para ejecutar las inexplicables decisiones de sus gobernantes. Estos “libros de la guerra” existieron en todos los bandos contendientes, y no hace falta tirar de imaginación sino que existen testimonios gráficos de aquellos trágicos años donde se observa a soldados en sus tiendas, incluso en las infernales trincheras del frente de Francia, con un libro o una revista entre las manos.

Cuando vuelvo a hojear este 'The Old Country' es inevitable que me asalten pensamientos sobre qué ojos se posarían en él tratando de huir a través de sus ahora quebradizas páginas, o a cuántos seres habrá reconfortado en tan aciagos días. Había olvidado que poseía este libro pero me lo recordó hace unos días aquella imagen fugaz, de esas de tantas que las cadenas de televisión van mostrándonos de los escenarios devastados de lo que alguna vez fueron bulliciosas ciudades ucranianas, donde me pareció distinguir en un segundo plano a un par de soldados o milicianos, ignoro el bando contendiente al que pertenecían, sentados sobre los bordillos de una acera y enfrascados en la lectura de sendos libros. Libros como este ‘The Old Country’ y que hubiera preferido siguiera olvidado en los anaqueles de mi biblioteca. Ramón Clavijo Provencio

La familia

“Estoy ahora leyendo con mi hija ‘El buscón’ de Quevedo”, me dijo el otro día un compañero en las siempre sufridas labores de la docencia, aunque no de la literaria. Y pensé que aquella lectura al alimón entre padre e hija no era mal método para iniciar a los jóvenes en el gusto por los clásicos, tan olvidados en estos tiempos. Y el comentario sobre el manejo de ediciones de obras, como esta de don Francisco, que requieren de un buen aparato de notas aclaratorias al texto, por la cantidad de giros, de modismos propios de la época, trajo de la mano el lamento, por frecuente ya tópico, de ese destierro que padecen nuestro clásicos en aras de al menos conseguir lectores con productos de entretenimiento, muchos de ellos de dudosa calidad. Todo sea por hacer lectores, aunque a costa de lo más sagrado. ¡Animación a la lectura! es el grito desesperado que se oye en las aulas, en las bibliotecas públicas... La lectura como el medio para desarrollar las capacidades lingüísticas, las escritas y las orales, en franco y casi irreversible retroceso entre nuestros jóvenes. Eran sin duda otros tiempos en los que el alumnado disfrutaba de un buen análisis de ‘La Celestina’, por poner un ejemplo que me trae, nostálgico, recuerdos conmovedores. ¡Qué podemos esperar de estos tiempos de ahora, en los que nuestros menores se pasan más de 730 horas al año colgados de Internet, es decir, más de un mes de cada año de sus vidas! Tiempo que hurtan a otras actividades, sean deportivas o lectoras, tan sanas ambas. Consintamos pero negociemos. Acojamos a Internet como uno más de la familia y sentemos incluso a la mesa a los móviles, pero a cambio dediquemos un mueble, al menos una estantería de nuestras casas a los libros, y reservemos un anaquel para los clásicos. Quizá un día los leamos con nuestros hijos. Porque como la educación, el hábito de leer debe adquirirse y traerse de casa. José López Romero

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