Cultura

Un nombre jerezano en el teatro español: Diego Luque

Diego Luque.

Diego Luque. / BNE. Colección Castellano

Al lado de todo gran hombre hay con frecuencia una gran persona. Esta máxima, ajustada al caso que vamos a relatar, es aplicable a muchos casos de la historia cultural de los últimos siglos. Zenobia y Juan Ramón, María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra, María Teresa León y Rafael Alberti... Aunque también se pueden mencionar otras parejas del mismo sexo que trabajaron codo con codo y en cuya relación solo intervino el interés profesional y artístico y no necesariamente el sentimental, como los zarzuelistas Soutullo y Vert o los hermanos Álvarez Quintero.

El escritor y director teatral Diego Luque de Beas (1828-1903) nació en Jerez de la Frontera. Era hermano de Ángel y de José. Se les nombraba como Luqué (con acento) y no Luque. El primero, Ángel, fue administrador de Consumos y el segundo, José, abogado y diputado por el partido liberal (después republicano) además de dirigente del Ateneo. Diego ha pasado a la historia del teatro español por haber sido amigo inseparable, con una amistad íntima y fraternal, del dramaturgo nacido en Sanlúcar Luis de Eguilaz. Ambos se conocieron en el Instituto de 2ª Enseñanza de Jerez y su amistad perduró para toda la vida. Ambos escritores habían tenido como maestro común en las tareas literarias a Juan María Capitán, eclesiástico, poeta y humanista (1789-1854). Tanto Eguilaz como Luque fueron alumnos suyos y les supo inculcar el gusto por la poesía y el teatro. Tanto fue así que Eguilaz escribió su primera obra teatral, titulada Por dinero baila el perro, que fue estrenada con éxito en el mismo Jerez cuando contaba tan solo con catorce años.

Una amistad inquebrantable

Según Eduardo Zamora, Luis de Eguílaz cuando llegó a Madrid para estudiar Derecho era un muchacho guapo. Sin ser alto, tenía buena estatura y una figura gallarda, aunque era de carácter retraído. Vestía con una modestia rayana en el desaliño. Su rostro agraciado perdió sus encantos a consecuencia de las viruelas, que se cebaron cruelmente con él y con su amigo Diego Luque, pues padecieron al mismo tiempo la terrible enfermedad. Luque y Eguilaz, jerezano y sanluqueño, mantuvieron una sólida y leal amistad. Vivieron juntos en Madrid, y Luque acompañó, junto con el también escritor Antonio Trueba, en sus últimos momentos de vida, al ya célebre dramaturgo Eguilaz, que falleció el 22 de julio de 1874 en su casa nº 10 de la calle San Agustín de Madrid cuando tenía 44 años. Luque quedó encargado de la guarda y custodia de Rosa, la única hija de su amigo, que había perdido a su madre muy pequeña. Se encargó de su educación, estimuló su inteligencia y cuidó de ella con tanto esmero como si fuera su padre, pues la acompañó como padrino de boda cuando se casó, precisamente con el hijo del ilustre jerezano don Diego Parada y Barreto. Rosa Eguilaz también fue poeta, pintora y autora teatral como su padre, aunque su producción fue escasa.

Según Carlos de Ochoa, Eguilaz y Luque tenían las mismas aficiones, gustos e inclinaciones. Ambos eran poetas y artistas, «sin más caudales propios que su inteligencia y sin más recursos que su porvenir». Se habían jurado amistad perpetua y recíproca, trabajaban juntos y sus ideas estéticas y pensamientos llegaban a confundirse. Según nos informó el profesor Víctor Cantero, gracias a Luque se estrenaron muchas de las obras dramáticas de Eguilaz, pues se encargaba de promocionarlas y proponerlas a los directores de los teatros, y se comprometía a trabajar con las compañías para su montaje. Animaba así al autor sanluqueño a proseguir su carrera teatral que tantos éxitos le proporcionó, y que Luque siempre celebraba como si fueran suyos propios. Tanto, que fue calificado después como el alter ego del difunto e inolvidable Eguilaz. A decir de algunos que los conocieron, el escritor jerezano prefirió eclipsarse y poner al servicio de Eguilaz todo su intelecto, como había puesto todo su cariño. Aunque también se podría afirmar que Luque ejercía sobre su íntimo amigo una amistosa tiranía, una tutela, que el sanluqueño, un niño grande, agradecía de corazón.

Hombre de teatro hasta la médula

Diego poseía grandes conocimientos literarios y gozaba de gran talento, aunque su temperamento pesimista hacía que condenase a la oscuridad a las obras dramáticas que escribía y solo dio a la luz algunas adaptaciones de los clásicos y artículos eruditos de crítica literaria. Un drama histórico que escribió continuó inédito muchos años después y Carlos de Ochoa le animó a estrenarlo, pues había oído de propia voz del autor varias escenas y consideró que era una obra magnífica. Un año después de la muerte de Eguilaz se publicó la comedia de Luque El espejo de cuerpo entero, que fue escrita para la inauguración del Teatro de la Comedia de Madrid, en cuyo acto leyó su loa El templo de la inmortalidad. También dejó algunas poesías y la magnífica novela histórica La dama del conde-duque. Según Blanco García, en ella aparecen damas y galanes del siglo XVII «con todas las peripecias íntimas, discreteos amorosos y aventuras de encrucijada», así como las intrigas palaciegas de la época.

Su labor como escenógrafo se acredita por haber ejercido la dirección «inteligente» del teatro Jovellanos durante varios años. También dirigió el Novedades, Variedades y el del Príncipe. Después ejerció la dirección de escena en el Teatro de la Zarzuela y en el Español, reabierto en 1874, y unos meses después en el mítico Teatro Apolo, en el que se encargó, entre otros muchos estrenos, de la zarzuela de Arrieta y Hartzenbusch titulada Heliodora. En uno de sus artículos dejó escrito: «¡Qué maravilla forjar con la propia fantasía seres perfectos que puedan dar ejemplo a las edades venideras, y que en la revuelta de los tiempos se confundan con los que las historias nos legaron, que positiva y real vida tuvieron! ¡Esto es ser autor! ¡Este es el arte!»

En 1895 aún dirigía funciones de zarzuela en el teatro del Príncipe, en este caso la popular La Marsellesa, con música de Fernández Caballero. La dirección artística de Luque era siempre elogiada por su buen gusto, y sus conocimientos artísticos no tenían rival en el mundo teatral, en el que se codeó con los mejores libretistas, compositores, cantantes y actrices de su época. Para la temporada 1902-1903 se anunció en la prensa que se estrenaría una zarzuela suya en tres actos titulada Palmetín de la Sierra. Pero sin duda la enfermedad que le llevaría al sepulcro impidió este estreno. También dejó inéditas la ópera La estrella de Sevilla, adaptación de López de Vega y la zarzuela La abadesa de las Huelgas. El autor jerezano falleció a principios de diciembre de 1903 tras una prolongada dolencia y su muerte ocupó muchas notas periodísticas en los diarios, aunque ya para entonces su fama había decaído entre la pujante sociedad española. Había sido un hombre imprescindible en el teatro español de su época y su aprendizaje del oficio escénico en el teatro de su ciudad natal fue decisivo para ello.

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