Arquitectura · La belleza intangible

Por el oeste de Irlanda: Galway

GALWAY es una de las ciudades más importantes de Irlanda aunque tiene una población por debajo de los 75.000 habitantes. Por su posición estratégica en la bahía que se forma en la desembocadura del río Corrib, ha sido históricamente un puerto muy utilizado. La ciudad de Galway fue destino habitual de barcos españoles en los siglos XV y XVI, todavía se conservan unos arcos en el antiguo muelle llamados Spanish Arch, resto de alguna construcción utilizada por la flota española. El comercio del vino, la pesca del salmón, disputada entre franceses, portugueses, ingleses y españoles, hasta que Felipe II accedió a pagar 1.000 libras por el derecho español a pescar; la lucha contra el protestantismo y la común aversión a Inglaterra, propiciaron una gran cooperación entre irlandeses y españoles. Dicen en Galway que toda la ciudad tiene un cierto aire español. También es un lugar muy valorado para las vacaciones de verano, dando por bueno llamar verano al clima de Irlanda en tal estación.

Pero lo verdaderamente atractivo de Galway es el paisaje. Existen dos lugares excepcionales cerca, Connemara y The Burren, que son, cada uno a su manera, la belleza convertida en paisaje. Dicen las guías turísticas que para entender Connemara se necesita un mínimo de cinco días, pues son innumerables sus montañas, valles, ríos y lagos que recorrer y admirar.

The Burren, cuyo nombre viene de una palabra irlandesa 'Boireann', que significa lugar rocoso, es un espacio completamente diferente, es una especie de paisaje lunar, una extensión infinita de rocas calizas planas, interrumpidas apenas por fisuras donde crece la vegetación que dicen que es excepcionalmente fértil, debido a la mezcla de la hierba rica en nutrientes y especies florales. The Burren llega hasta el mar formando acantilados y playas de rocas de una belleza extraordinaria.

Otro lugar excepcional cerca de Galway son los espectaculares acantilados llamados Cliffs de Moher (Cliff, acantilado en inglés), aunque la invasión del turismo los ha convertido en un lugar masificado, con un típico centro de acogida de visitantes y una ruta de visita con barreras de protección que han alterado su antiguo estado natural. Con más de cien metros de desnivel respecto del mar, el equivalente a un edificio de treinta plantas, son uno de esos lugares donde se experimentan sensaciones extremas.

También frente a la costa de Galway se encuentran las Islas Aran, un conjunto de tres pequeñas islas que por sus condiciones climáticas se han convertido en un lugar mítico de la cultura gaélica. En un diario de viaje quedó recogida la excursión:

"Nos levantamos temprano, apena había clareado. Llegamos al puerto donde nos embarcamos en un pequeño transbordador que nos llevaría a Inis Mór, la mayor de las tres islas Aran, que se encuentran frente a la bahía de Galway, a una media hora de navegación. Los más pequeños del grupo aún bostezaban y buscaban un hombro en el que acomodarse para continuar dormitando. La mañana era fresca, nublada y turbia. Dicen en Irlanda, que en verano el clima cambia de tal modo que se pueden experimentar las cuatro estaciones en un sólo día. Por el momento parecía que estuviéramos en pleno otoño.

Llegamos al pequeño puerto de la isla donde bajamos del barco y tras inspeccionar los alrededores encontramos un lugar donde alquilar bicicletas para recorrer la isla. Dejamos atrás Kilronan, el pequeño pueblo junto al puerto, y nos encaminamos a Dún Aegus que es una antigua fortificación de piedra con forma de media luna contra el borde de un acantilado cortado en vertical con casi 100 metros de altura respecto del mar. El viento en ese escarpado sopla siempre con fuerza y llegar al borde del acantilado es, además de peligroso, irresistible.

El acercamiento al acantilado es obligatoriamente reptando, pero cuando asomas la cabeza al vacío el espectáculo es impresionante. Sube un ruido increíble producido por el choque de las olas del mar contra las paredes de piedra mezclado con el silbido del viento. La inyección de adrenalina invade nuestros cuerpos y nos deja extenuados. Abandonamos el lugar agradecidos de que el sol vuelva a aparecer y caliente nuestros corazones helados por la tensión del momento.

Volvimos al camino. Estábamos a unos cinco kilómetros del puerto, aproximadamente en el centro de la isla. La única carretera discurre entre dos filas de muros de piedras apiladas que limitan los prados donde pastan los animales. De vez en cuando aparece una antigua construcción derruida, vestigio de un tiempo en el que la gente vivía ligada a la tierra. También existen ruinas de antiguas iglesias que salpicaban la isla, cercanas a las viviendas ahora abandonadas. Nos encaminamos hacia Kilmurvey, uno de los asentamientos importantes, en el extremo opuesto de la isla, donde se conserva un lugar construido para el rodaje de la película de los años treinta Man of Aran, ahora convertido en un agradable B&B donde habíamos decidido comer. Man of Aran es un documental mítico sobre las dificultades de la vida en estas islas. Aprovechando que el clima irlandés transcurría a esas horas por la primavera, nos sentamos en una mesa al aire libre, con vistas hacia una playa rocosa donde a veces asoma alguna de las focas grises que han anidado en la zona. Nos invadió tal bienestar que nos demoramos más de lo previsto y cuando nos dimos cuenta estábamos a más distancia de la deseada para llegar sin apuro a la hora de salida del último barco del día. Nos pusimos en marcha con diligencia y comenzamos la escalada de nuestro particular 'Tour de Aran'. La alegría nos invadió cuando tras mucho esfuerzo de todos, incluidos los pequeños, logramos alcanzar la meta, que para nosotros se encontraba en el puerto, unos minutos antes de que el paquebote zarpara".

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