El pastor airado
LA ÚLTIMA NOCHE DEL RAIS
Yasmina Khadra. Trad. Wenceslao-Carlos Lozano. Alianza. Madrid, 2015. 176 páginas. 16 euros
En La última noche del Rais se narran las horas finales de Muamar el Gadafi, incluido el momento de su captura y su muerte en las inmediaciones de Sirte. No parece casual, por tanto, que el argelino Yasmina Khadra haya querido acudir a un formato tan estrechamente vinculado a la tradición hispana como la novela de dictador para fabular la agónica postrimería de Gadafi. La propia mitología asociada a su figura, así como su ascenso y su precipitado fin, invitan a incluir al autarca libio en esa rama de la literatura que participa, a un tiempo, de la épica revolucionaria, del terror político y de la iniquidad moral.
Como el lector no ignora, la última gran novela dedicada a tal tema fue La fiesta del Chivo de Vargas Llosa. Pero Vargas Llosa operaba sobre un sólido linaje literario que abarca desde Valle-Inclán (como inventor del género), desde Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias, Carpentier y García Márquez, hasta el Francisco Umbral de El César visionario. En este sentido, en el sentido de una tradición fielmente asumida, no cabe conceptuar a La última noche del Rais como una novela de dictador. A pesar de formularse como un monólogo del dirigente libio, dicho monólogo está más cerca del género confesional, del relato periodístico, que de la reconstrucción de aquellos mecanismos que propician y mantienen el poder de las dictaduras. A este fin, Khadra intercala pasajes biográficos de la juventud del Rais con la acuciante situación de sus últimas horas. Pero el resultado no es tanto la descripción de un país, el retrato de un cataclismo político, como la justificación de un hombre ante sí mismo; un hombre, no lo olvidemos, que ha conocido el poder y su ominoso arbitrio.
Con lo cual, en estas breves y concisas páginas de Khadra lo que hallamos es el esbozo de una personalidad mesiánica, cuando ese mesianismo declina abruptamente. No asistimos, sin embargo, a los movimientos que lo conducen al poder; y tampoco a la misteriosa trama que lo sustenta. Una trama que invariablemente se urde de abajo arriba, y en la que el dictador no deja de ser un papel -arquetípico, si se quiere- de reparto. Digamos que este Gadafi de Khadra es el perfil urgente de un gran solitario, movido por la cólera, la soberbia y el miedo. De su soledad final no se desprende, en cualquier caso, la magnitud y el alcance de su caída.
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