Crítica de Cine

La película más hermosa

the assassin

Wuxia, Taiwán, 2015, 105 min. Dirección: Hou Hsiao Hsien. Guión: HHH y Chu Tien-Wen, A. Cheng. Fotografía: Mark Lee Ping-bing. Música: Lim Giong. Intérpretes: Shu Qi, Chang Chen, Satoshi Tsumabuki, Ethan Ruan, Nikki Hsieh. Avenida.

La hemos visto dos veces y aun así seguimos algo perdidos entre sus conspiraciones palaciegas, los motivos, las rencillas familiares y venganzas entre clanes y dinastías en la China del siglo IX. Se trata, en todo caso, de una historia de mujeres guerreras, basada en un cuento de la dinastía Tang, y está hablada en guwan, un dialecto formal muy antiguo y extinguido. Sin embargo, The Assassin nos sigue pareciendo la película más hermosa que tal vez hayamos visto nunca, precisamente porque su insobornable búsqueda y conquista de la belleza, una belleza del aire, del color, las texturas, de los espacios (también los intermedios), el movimiento, la mirada, una belleza, en fin, de los sonidos y la naturaleza, la belleza de un tiempo histórico preciso aunque tal vez soñado, se impone sobre los quiebros, las intrigas y los nombres de su trama, entre los tres tiempos que la componen y los cuadros en un recuperado y compacto formato 1:1,33 que la encierran.

Con The Assassin Hou Hsiao Hsien culmina su ansiado proyecto de hacer un wuxia (película de artes marciales) como aquellos del maestro King Hu (A touch of zen) que dieron gloria popular al cine chino en los años 70. Pero un wuxia vaciado y reconstruido a su manera, un filme, como todos los suyos, de tiempos dilatados, emociones abstractas y meticuloso gusto por el detalle hiperrealista, lo que tampoco significa que éste venga desprovisto de la acción o la magia (fantasmal) que hicieron famoso al género.

En todo caso, éstas aparecen de manera súbita (redoblando, por tanto, su efecto espectacular), sin previo aviso, cortando y acelerando ese balanceo constante, sostenido e hipnótico de la mirada que nos ha llevado, entre cortinas, gasas y visillos, a la luz de las velas y los candiles, a ser observadores distantes de cuerpos y figuras, de estancias y rincones en los que el tiempo de la espera (la espera de la conspiración o la muerte) vienen acompasados por el ritmo-latido de los tambores, llenados por la tupida red de sonidos de la naturaleza (el viento, los pájaros) que hacen de The Assassin, sí, la película más rica y estimulante para el oído que tal vez hayamos visto nunca.

Lo lento y lo rápido se suceden, decíamos, sin transición, la caída de nuestra atribulada asesina melancólica (Shu Qi, hermosa y silente) desde las alturas, donde escruta los movimientos de sus víctimas sin ser vista, parecen auténticos vuelos ingrávidos; el ruido de sables, el silbido de las flechas, el corte de un cuchillo o el batir de las capas y los tejidos se incorporan a ese gran diseño sensorial y emocional de la belleza oriental que, tal vez desde los tiempos de La princesa Yang Kwei-Fei, el único filme en color de Mizoguchi, no habíamos vuelto a encontrar con tanta intensidad y misterio.

Una Palma de Oro (para Hou), esta esforzada crítica y sus cinco estrellas se nos antojan escasa recompensa para una película como ésta. Lo entenderán cuando la vean.

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