"El pensamiento de María Zambrano te permite entrar sin miedo en ti mismo"
Doctora por la Complutense, asesora en materia cultural del Gobierno y autora de una luminosa producción ensayística, Santiago reflexiona sobre creación y exilio con la pensadora malagueña como referente
Pocos pueden hablar sobre María Zambrano con la autoridad de Marifé Santiago (Madrid, 1962), doctora en Filosofía por la Complutense de Madrid, especialista en Estética, autora de una abundante producción ensayística (con obras dedicadas a la literatura, al teatro y al pensamiento, además de diversas monografías) y asesora del Gobierno en materia cultural.
-En los últimos años parece haber crecido el interés editorial sobre María Zambrano. Han aparecido antologías como la de José Miguel Ullán, testimonios como el de Clara Janés y se ha anunciado la edición de las obras completas de la pensadora de Vélez-Malaga. ¿Ha habido que esperar 20 años después de su muerte para poder leer su obra con más propiedad?
-Ese interés del que habla no es únicamente un fenómeno español. También lo es, en gran medida, europeo. En muchas universidades de Francia se estudia a Zambrano a fondo actualmente, y en Italia, y en Alemania. Después de un periodo tan convulso como el siglo XX, Europa vive sumida en el debate sobre lo que puede aportar al resto del mundo, y en ese sentido Zambrano representa una figura modélica, por su obra y por su condición de exiliada: ella encarna a todos quienes fueron expulsados de sus territorios por los regímenes totalitarios, presta su voz y su pensamiento a esa parte de la Historia. Se trata, además de un caso singular dentro de la filosofía: primero porque pensaba y escribía en español, y lo hacía en una época en la que sólo el alemán se consideraba como lengua vehicular para las ideas; y también por su condición de mujer, lo que constituye un rasgo muy poco habitual en el mismo campo. Pero, de cualquier forma, Zambrano fue una visionaria. Estoy segura de que si Derrida hubiera conocido su obra, habría disfrutado mucho. Por no hablar de Cioran.
-¿Puede decirse entonces que el rescate de María Zambrano se ha resuelto ya satisfactoriamente?
-Para las personas de mi edad, lo terrible es darnos cuenta de que la dictadura sometió a este país a un olvido concienzudo durante 40 años. Tras la Guerra Civil, el régimen tuvo muy claro qué había que olvidar y se empleó a fondo. Y entre toda esa realidad condenada a no ser recordada estaba Zambrano. Nuestra sorpresa cuando llegamos a la Universidad y comenzamos a leer su obra casi por obligación es que encontramos en ella argumentos que se integraban plenamente en nuestros intereses, en nuestra interpretación del mundo, y que a la vez los iluminaban de una manera especial. Entonces comprendimos que, de haberla leído antes, la habríamos convertido en nuestra autora de cabecera, sin duda. A María Zambrano se la ha recuperado primero como exiliada. Luego se ha leído su obra. Y ahí seguimos.
-En el pensamiento de Zambrano la poesía resulta fundamental. Pero la poesía, actualmente, no parece preocuparse mucho por la trascendencia, y sí mucho más por lo cotidiano. ¿Cree que este cambio de paradigma puede afectar a la influencia de la veleña hoy día?
-No estaría tan segura de eso. Creo que, a menudo, cuando nos ponemos a hablar de filosofía y literatura damos por sentados ciertos tópicos, ciertos lugares comunes que no hacen honor a la verdad. Piensa que la poesía tiene una característica fundamental: nunca puede estar de moda. A partir de ahí, la creatividad implica salir siempre del tiempo cotidiano. La creación, en cada una de sus formas, permite ir más allá, manifestar el sueño que es la vida, no un sentido calderoniano sino precisamente zambraniano. A menudo he trazado semejanzas entre María Zambrano y la poeta rusa Marina Tsvetáieva. Ambas tuvieron recorridos biográficos muy parecidos, sufrieron los totalitarismos europeos del XX de forma similar y su pensamiento, como exiliadas, presenta muchos nexos. Y en las dos la confluencia de poesía y filosofía es absoluta. Zambrano decía: "Soy pensadora, no poeta". Y Tsvetáieva decía: "Soy una poeta que piensa". En el fondo, ambas decían lo mismo: la Historia las obligó a ser de ninguna parte y terminaron siendo de la palabra, que fue la patria común de las dos.
-¿Cabe leer hoy a María Zambrano antes que a Ortega, como cabría leer a Hannah Arendt antes que Heidegger?
-Hay que leerlos a todos. ¿Es Spinoza una superación de Descartes? ¿Por qué? Hay que acudir a cada uno y sacar conclusiones. Zambrano sigue un método más musical que arquitectónico. Su pensamiento te permite entrar sin miedo en ti mismo. Por eso influye tanto en los creadores: su obra resulta de gran ayuda para adquirir una disciplina, un orden riguroso para el trabajo, como el de una orquesta.
-¿Podría hablarse, entonces, de una influencia contrastable y actual de María Zambrano?
-Sí. No hace falta hacer un listado de autores, esa influencia es evidente. Se da en todos aquellos que se aproximan al otro lado de la razón con igual rigor. En quienes hacen del cuerpo un agente proverbial del pensamiento. Distingo una influencia clara de Zambrano, por ejemplo, en el concepto de inteligencia afectiva, que en el terreno pedagógico se ha hecho imprescindible.
-¿Ha hecho la universidad todo lo que debía por María Zambrano?
-Hay que seguir leyéndola y estudiándola. Se puede hacer más, por supuesto. Pero ella estará siempre donde se la necesite.
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