Chaves Nogales en las jornadas sobre los 80 años del exilio en Jerez

Retrato de un periodista "perfectamente fusilable"

  • Maribel Cintas, la investigadora que rescató la figura de Chaves Nogales, repasa la trayectoria de un reportero insólito

Francisco Camas, Pedro Ingelmo, Francisco de la Rosa y Maribel Cintas, en la mesa sobre Chaves Nogales.

Francisco Camas, Pedro Ingelmo, Francisco de la Rosa y Maribel Cintas, en la mesa sobre Chaves Nogales. / Manuel Aranda

Hoy sería calificado con uno de los peores insultos de la nueva era: equidistante. No lo era, pero él mismo reconoció en su exilio ser un periodista “perfectamente fusilable”. Si lo hubieran tenido a mano lo hubieran llevado a los paredones de la España de la Guerra Civil unos y otros. Su pecado era ser un republicano sin ser revolucionario. Su pecado era ser un observador y un reportero insólito de la época que conoció la Revolución Rusa, el ascenso de los fascismos y también la España profunda, como en ese reportaje antes del levantamiento militar, que le pilló en el Rocío. En su relato de esa supuesta manifestación de fe reflexionaba que “cada viva la Blanca Paloma es un disimulado grito de Muera la República”. Así era el percal peregrino del momento, quizá no muy diferente al de ahora.

Hablamos de Manuel Chaves Nogales, hoy reconocido como el gran periodista español del siglo XX... al que nadie conocía en la España de finales del siglo XX. Lo explicaba Francisco de la Rosa, alma de las jornadas que esta semana se han desarrollado en Jerez sobre el exilio, citando un artículo de Muñoz Molina. Todos conocemos las grandes cumbres del Himalaya, sus ochomiles. Y, de repente, nos damos cuenta que había otra montaña que ahí estaba y no habíamos visto. Muñoz Molina hablaba de Vasili Grossman para situarle a la altura de Thomas Mann o Proust. Un descubrimiento tardío.

El descubrimiento del ochomil llamado Chaves Nogales es, en buena medida, obra de la catedrática de instituto Maribel Cintas, que en 1998 publicó una tesis sobre el hombre del que hacía mucho que no se oía hablar. Buceó y recopiló sus obras completas. Eran deslumbrantes. Ayer relató su vida en El Alcázar, la increíble historia aventurera de un periodista moderno que murió en Inglaterra, en el exilio, a los 46 años, cuando aún no había acabado la Segunda Guerra Mundial y que hoy está enterrado en una tumba sin lápida en un cementerio cercano a Londres.

Chaves Nogales era un sevillano que salió pitando de Sevilla huyendo del “empalago de las esencias locales sevillanas”.Había mamado periodismo en la redacción de El Liberal, el periódico sevillano de su padre y no legustó mucho lo que vio. “Quería cambiar la profesión, cambiar la silla de redacción por los caminos de España y, a ser posible, del mundo”. Lo consiguió.

En un tiempo en que la aviación era un transporte de riesgo, “en el que cada aterrizaje era un aterrizaje forzoso, “viajó hasta Rusia, con decenas de aterrizajes forzosos, para conocer qué había sido de la Revolución”. Lo publicó en el Heraldo de Madrid. Y no le gustó lo que vio. Y menos le gustó a una izquierda española impregnada de romanticismo revolucionario que jamás había pisado Rusia. Como todo buen periodista, Chaves Nogales haciendo amigos.

Dirigió el periódico Ahora, estrictamente pro republicano y pro azañista, durante toda la República. Pero no lo hizo desde la Redacción. Viajó a la Alemania de Hitler, entrevistó a Goebbels, fue a la Italia de Mussolini. Y no le gustó lo que vio. Haciendo más amigos.

Entre todo esto publicó su obra célebre, la biografía de un torero, Juan Belmonte. Uno de los padres del nuevo periodismo americano, Gay Talese, hubiera pagado por haber firmado ese retrato que Chaves Nogales eligió para mostrar , en palabras de Cintas, “la cordura de un hombre con limitaciones, sin cualidades personales, que consigue superarse y triunfar. Esa es la única revolución en la que cree Chaves Nogales, la del propio hombre”. No era este periodista admirador de masas y aún tuvo tiempo en el exilio para decirles a los franceses, en La agonía de Francia, que las masas antes se quejan por perder una línea de autobús que por perder la libertad. Aún hoy muchos franceses siguen creyéndose su propia mentira.

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