Cultura

La pintura de uno de nuestros más grandes

AL César lo que es del César y, ahora sí, a la Baronesa lo que a la Baronesa corresponde y se merece. Empiezo así este comentario sobre la exposición de Darío de Regoyos en el Museo Carmen Thyssen de Málaga porque es de justicia señalar la importancia que la misma posee, sobre todo, cuando en otras ocasiones, hemos sido bastante duros al afirmar lo poco que aportaban ciertas muestras temporales que han ocupado los espacios del antiguo palacio de los Villalón, feliz y espléndidamente rehabilitado para albergar el Museo de Carmen Cervera, con su más que interesante colección de pintura española del XIX, además, de algunas obras de dispar naturaleza y momentos creativos anteriores. Debemos decir que estamos ante una magnífica exposición, cuidada de principio a fin, con una selección de muy buenas obras que ocupan todo el recorrido creativo del autor y con un sentido comisarial absolutamente acertado y riguroso. Y es que cualquier exposición debe estar sustentada por la calidad antes que por el prestigio del autor del que se muestra la obra. En esta ocasión, a la importancia artística de Darío de Regoyos hay que sumar que, casi en su totalidad, son Regoyos de la mejor factura. Calidad y cantidad que crean un cuerpo expositivo de mucha trascendencia y que no va a pasar desapercibido en el conjunto de la importante programación artística que, actualmente, ofrece la ciudad de Málaga - El Lissitzky y Picasso y la TV en el Museo Picasso, así como Marina Abramovic, la Colección Carmen Riera y Philippe Parreno en el Centro de Arte Contemporáneo que dirige Fernando Francés -. Vamos que todo ello sirve para colocar a Málaga en lo más alto del arte que se expone en Andalucía y, si se me apura, de gran parte del territorio español. ¡Cuánto nos gustaría que, en otros sitios, hubiera nada más que una mínima parte de lo que allí se ofrece!

La exposición nos sitúa en la personal obra de uno de nuestros máximos pintores del siglo XIX, aquel que supo dar un nuevo sentido a la pintura, adoptar los modos y los medios que venían de Francia y desarrollar unas formas llenas de esencialidad, poderoso colorismo y sabia estructuración de una composición que abriría rutas estéticas en una pintura que, hasta aquellos momentos, todavía seguía manteniendo bastantes resabios del pasado.

Darío de Regoyos era un asturiano de Ribadesella que nació en 1857 y que murió en Barcelona en 1913. Su obra está marcada por todos los efluvios artísticos que rompieron las estructuras de la pintura en aquellos años entre siglos y que ofertaron una realidad distinta y novedosa a lo que se venía realizando. En la obra de este artista encontramos claras posturas impresionistas, pero que desencadenan en otros episodios, quizás, hasta más avanzados. Consiguió crear unos ambientes llenos de contenida intensidad cromática, acertada manifestación lumínica, desarrollo de una ambientación llena de gran pureza, mínimos esquematismos representativos, así como felices y poderosos desenlaces que rozan un mágico expresionismo lleno de gran pureza. Paisajes casi puntillistas que ofertan apasionantes y rigurosos efectos lumínicos; escenas de aquella España negra, pueblerina, temerosa de Dios, amante de procesiones y apegada a la tierra; puntuales localizaciones de pueblos norteños con sugestivas apariciones de impactantes trenes de la época - ahora nos parecen festivos trenecitos casi de juguete - que rompen la naturaleza con su abrumador potencial estético.

Estamos ante una espléndida muestra de uno de nuestros más esclarecedores pintores de aquellos que rompieron con lo establecido y aportaron mucha contundencia formal a un arte que, hoy y en muestras como estas, nos sirven para comprender un pretérito artístico entusiasta e ilusionante.

La exposición de Darío de Regoyos nos hace acudir al Museo de doña Carmen con mucha más expectación de lo que ha habido hasta ahora. ¡Que no decaiga!

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