El primer musical de Rocío Jurado
Eva Diago triunfa interpretando a la chipionera en un papel repleto de emoción, risas, lágrimas y canciones
El musical Rocío no habita en el olvido, un título inspirado en Cernuda, logró el pasado martes por la noche un éxito en el Nuevo Teatro Alcalá en el pase preparado para los medios de comunicación.
La actriz-cantante Eva Diago completó una actuación de 90 minutos repleta de emoción, risas, lágrimas y 35 canciones que repasaron la discografía de la artista chipionera y que se adentraron el repertorio de otras coplistas eternas como Concha Piquer o Juanita Reina y voces internacionales como Mina Anna Manzini o Barbra Streisand.
Jacobo Dicenta, en su papel de Muerte vestida de blanco, protagonizó una interpretación digna de su estirpe teatral: pisó las tablas con criterio y cantó bien -de forma más que aseada- a pesar de no tener mucha voz.
El momento musical cumbre llegó cuando Eva Diago, empujada por Rocío, se lanzó a cantar Ojos verdes, de Valverde, León y Quiroga, con Dicenta, transformado súbitamente en Miguel de Molina. Juntos cantaron también Mi amigo, un alegato 'gay' de puño y letra de Rafael de León, que sirvió para que Rocío se acordara de "mis niñas del pelo corto".
La actriz madrileña, que tiene en su currículum papeles protagonistas en musicales como Los Miserables, El hombre de La Mancha, Carmen y La jaula de los locos, se metió en la piel de Rocío en el mismo teatro en el que hace 38 años se estrenó Jesucristo Superstar gracias a una voz que, sin alcanzar los registros de 'La más grande', sonó imponente y tuvo la versatilidad de entrar a matar en todos los palos. Acompañada por un piano y provista de un micrófono, musicalmente, Diago estuvo a la altura del difícil reto de emular a Rocío, aunque los registros sean diferentes.
En cuanto a su interpretación de la chipionera, se dejó llevar por una caracterización que inmortalizó desde finales de los setenta lo más granado del transformismo y calcó muchos de los gestos desmesurados pero llenos de una gracia única que hacía con las manos Rocío meciéndose continuamente la melena para despejar su sonrisa de oreja a oreja o dibujando una idea en el aire. De perfil, cantando de perfil, Eva Diago logró que Rocío pareciera estar allí mismo en una teatrito con capacidad para un algo más de un centenar de personas.
Nacho Artime, un experimentado productor asturiano con 55 estrenos en su haber, ha construido en esta su opera prima teatral, dirigida por Juan Polanco, con César Belda como director musical, y Arabia Martín como responsable de la coreografía, una Rocío que no se adentra en su vida familiar aunque sí da buena cuenta de sus sentimientos y de su vida.
Así, en esta alegoría, la chipionera irrumpe en su camerino cinco minutos antes de salir a escena en aquel programa que TVE le grabó pocos meses antes de morir. Jacobo Dicenta, caracterizado de una Muerte vestida de blanco, para el reloj e inicia un diálogo con Eva Diago que permite, a la postre, entregar a Rocío la posibilidad de protagonizar, a propósito de su vida, el musical que nunca llevó a escena (Evita fue escrito para ella, pero una operación de garganta le cerró la puerta en este género y se lo abrió a Paloma San Basilio).
Durante los cinco minutos eternos, Diago puso en boca de la chipionera una batería de frases redondas propias o de sus poetas preferidos -"el flamenco era lo mío, pero llegué tarde", "si hubiera cantado ópera, hubiera sido de las mejores", "la cámara (de cine) me odiaba"-, y varios golpes con profundas raíces gaditanas -"De Concha Piquer me quedo con su baúl"-.
Finalmente, tras un diálogo muy intenso con la muerte, Rocío le echa valor y le dice a su funesto interlocutor que no le tiene miedo, que a ella nadie le ha regalado nada. La despedida, como no podía ser de otra forma, fue con la actriz madrileña regresando de nuevo el escenario para llevar a doña Rocío Jurado hasta aquella última actuación en TVE.
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