Cultura

La soledad de Escudero

  • Pedro G. Romero publica una miscelánea sobre las relaciones entre la vanguardia y el flamenco

Vicente Escudero, retratado por Edward Weston en Los Ángeles en 1935.

Vicente Escudero, retratado por Edward Weston en Los Ángeles en 1935.

Pedro G. Romero ofrece en esta obra una imagen de lo jondo en su relación con la vanguardia, con pintores, poetas, músicos, intelectuales, folcloristas, sociólogos, antropólogos que se acercan a lo jondo atraídos por su supuesto primitivismo y, a veces, quedan perplejos y confusos en su nivel de estilización. Artistas e intelectuales cuya mirada primitivista contribuiría a una construcción de lo flamenco en donde lo que Romero llama "falsificación de la antigüedad" es un recurso, quizá hoy en una medida mayor que en el pasado.

El flamenco trabaja sobre las emociones básicas, ira, alegría, tristeza, miedo, y lleva a cabo sobre ellas una gran labor de afinación. En la naturaleza está la civilización suma. No hay separación. Todo es uno. Es decir, que la mayoría de estos artistas de vanguardia, como ocurriera antes con los románticos, los flocloristas o los escritores del 98, etc., miran al flamenco, bien o mal, de arriba hacia abajo. Pero a veces no les gusta lo que ven, porque no se ajusta a su prejuicio. Tanta libertad que se otorgaron para su propio trabajo y luego fueron, los más, unos retrógrados frente al fenómeno jondo: Silverio, Chacón, Montoya, Marchena, etc. De Falla a Caballero Bonald. Se salva, naturalmente, Manuel Machado.

La vanguardia, los intelectuales, los artistas, dice Romero, fueron al flamenco en busca del aquí y ahora y encontraron que también aquí hay norma. El flamenco huye instintivamente de la pedantería. Pero qué duda cabe que no siempre lo consigue. La impostura, contra la que nadie es inmune, no tiene con todo doble lectura. Personalmente he de decir que la he encontrado en más ocasiones en los ámbitos privados que en la escena. Otra cosa es confundir cultura con pedantería. El flamenco es digno heredero de la tradición griega, el culmen de la cultura occidental.

Se acerca Pedro G. Romero en esta obra a la paradoja de Vicente Escudero: un moderno convertido en un retrógrado. Moderno en París en los años 20 y retrógrado en la Barcelona de finales de los 40, en el Decálogo del baile flamenco. La explicación, como apunta Pedro G. Romero, viene de la Guerra Civil, del contexto: París podía ser moderna en los 20 pero España era un furioso erial en los 40. Dedica también unas páginas el autor a interpretar la obra gráfica de Escudero en la que ve una continuación de su baile. De ahí la interpretación coreográfica que hace el bailaor de Valladolid de la obra de Berruguete, interpretación continuada en la película Fuego en Castilla de Val del Omar.

La influencia más importante en la obra gráfica de Escudero es la de Miró pese a que el propio bailaor la vinculara a Picasso. La pintura de Escudero nos ayuda a conocer y amar su baile y afirmaciones como "el baile flamenco puro y por derecho es un manicomio".

En su última etapa, quizá en toda etapa, Escudero rechaza la norma, el profesionalismo de la técnica, y por eso quiere bailar con una orquesta de músicos que no sepan leer música. Claro que eso, como ocurrió con el propio Escudero, sólo puede venir después de la técnica. Escudero, como ha señalado José de Udaeta en declaraciones sobre el vallisoletano, era el bailaor más dotado técnicamente, con diferencia, de su generación. Mi baile, la obra de 1947 que incluye esta afirmación, es un libro radical que también debe ser interpretado, afirma Romero, en clave coreográfica. La viñeta de Escudero que incluye este libro se cierra con un cuadro de soledad y miseria física. Una larga posguerra. El flamenco, señala Romero, abandonó al bailaor. Ya lo apuntó González Climent en su carné tras el paso del bailaor por el Concurso de Córdoba, calificado por el escritor argentino como "una falta de respeto" por muy atrabiliario que se siguiera mostrando Escudero. Lo abandonó, no sin antes esquilmarlo coreográficamente según Romero.

De hecho el baile contemporáneo es lo que es por las figuras de Antonia Mercé y Escudero, afirma el autor de este libro. Y remata: Carmen Amaya, seguramente la bailaora más influyente de la historia, es una discípula de Escudero.

El ojo partido

Pedro G. Romero.Sevilla, Athenaica, 280 páginas

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