Arte y música

En torno al Rey David

  • 'David Bowie Is', la exposición del Victoria and Albert Museum ahora en Barcelona, ofrece una inmersión en el mundo de un artista que fue algo más que un genial músico: una fuerza inspiradora

David Robert Jones dijo un vez que una canción debía ser no sólo una canción sino un estilo de vida. El citado no nos dice nada. Pero David Bowie, verdadero nombre del susodicho, nos lo dice todo. Él fue el estilo, los estilos de la vida.

En plena aurora de la aldea global -McLuhan inventaba el término- Bowie empezaba a hacer del mundo un escenario global. Pero había otro mundo salido del mundo mismo, sobre el que había que escribir sí o sí una canción. Quiere decirse La Canción. Para Bowie la gran pelota celeste empezó a dar vueltas cual cósmico vinilo. Así aparecía, azulosa y medio blanca, la foto de la Tierra que sacó una Nochebuena de 1968 el astronauta Bill Anders de la misión lunar Apolo 8. Bowie escribió Space Oddity en 1969. Hablaba de un solitario astronauta, el Mayor Tom, que viajaba por el éter de la galaxia, abandonado y solitario a bordo de una cafetera espacial.

El cantante fue un hijo audaz de su tiempo. Y su tiempo, por entonces, parecía fundirse en la ciencia-ficción. La carrera espacial lo cautivó. De hecho la melodía de Space Oddity acompaña al visitante en la exposición itinerante David Bowie Is, abierta en el Museo del Diseño de Barcelona hasta el 25 de septiembre. Un consejo. Olvídense del procés, del nacionalismo de pantumaca y vayan a Barcelona. Todo Bowie está allí. Y decir Bowie es hablar de buena parte del friso cultural de nuestro tiempo.

Vestuario, discos, manuscritos, objetos, fotografías, dibujos, videoclips, libros, películas y documentales... Es difícil museificar la música, como ahora se dice en los ambientes. Pero David Bowie Is nos traza un estupendo itinerario sociocultural a través del orbe Bowie. Escuchamos sus temas al tiempo que asistimos, sala por sala, a la forja de un mundo propio, intransferible a la par que cambiadizo. Porque esto es Bowie, puro y mezclado; un artista-émbolo, que cambia siendo él mismo, en lo que acaba resultando una versión propia del clásico río de Heráclito.

Sus fuentes musicales fueron diversas. Del rock al soul, el glam, el folk, el rhythm 'n' blues, el punk-pop, el jazz, la electrónica. Hay tantos estilos como Bowies travestidos de Bowie. Precisamente, uno de los alicientes de la muestra es ver de cerca el impactante vestuario que el artista usó en distinta época y según su alter ego. De ahí el aire andrógino del citado Mayor Tom, el de su célebre personaje Ziggy Stardust en Star Man o el de la puesta en escena para Aladdin Sane. Y sin olvidar, entre otras muchas reencarnaciones, la galanura fina y rubia para The White Duke.

La carrera de Bowie tiene varias etapas clave. Su tercer álbum (The Man Who Sold the World, 1970) fue icónico. La canción que daba título al disco era un poema en busca de la identidad a través del glam rock, la psicodelia o el art-rock. En los 70 -como decíamos- conoció el éxito y la compañía de sus heterónimos al modo de Pessoa (en Estados Unidos había alcanzado el número uno con Fame, de Young Americans). Pero en la década prodigiosa conoció también la cocaína y el lado abisal. Su etapa en Berlín (1977-1979), recuperado de toda adicción, nos dejó su trilogía formada por Low, Heroes y Lodger. La compuso junto con Brian Eno y Tony Visconti.

Después, en los 80, el cantante se sintió demediado. Let's Dance (1983) fue su álbum más comercial, con siete millones de copias vendidas. Su gira Serious Moonlight Tour lo catapultó como estrella para auditorios masivos. Justo ahora, hace 30 años, llegaba precisamente a Barcelona su otra gira-showGlass Spider Tour (verano de 1987). El negocio del concierto con entradas carísimas era un hecho y el marketing, como el de la Pepsi que lo acompañó, entraba en fase de eyaculación perfecta. La cultura del mainstream había llegado.

No obstante el divo diría luego que los 80 no fueron gratos. El público esperaba un Bowie tipo. Él, en cambio, buscaba ser otro, hallar la fuga creativa bajo otro embozo. Como afirman los comisarios de la muestra, Victoria Broackes y Geoffrey Marsh, Bowie es un artista-contenedor y un eslabón dentro de la cadena de los selectos (Andy Warhol, Brecht, William Blake, Chaplin, Artaud, Dalí, Nietzsche, Philip Glass...). Todo cabe en este prodigioso cajón de sastre, desde el glamour de Hollywood al diseño gráfico, los zapatos de plataforma, los alunizajes y hasta los Juegos Olímpicos de Londres.

La leyenda urbana, tal vez algo desatada, aseguraba que Bowie llegaba a procesar casi ocho lecturas al día. Le gustaban lo mismo Ballard que Nabokov, Burroughs o el ocultista Alesteir Crowley. En el célebre Cuestionario Proust de la revista Vanity Fair, dijo que leer era su idea de la felicidad perfecta.

De la muestra -échenle sus tres disfrutables horas- el fan y el curioso saldrán travestidos al modo Bowie. Ora con el traje de samurái orondo y galáctico diseñado por Kansai Yamamoto para Aladdine Sane. Ora cual pierrot como en el videoclip de Ashes to ashes. Ora como felino alienígena en el álbum Diamond Dogs. Ora con el atuendo Ángel de la Muerte de Burretti. Ora con el traje verde lima de Peter Hall para Serious Moonlight. Ora con el body de telaraña con manos en las tetillas diseñado por Natasha Korniloff para The 1980 Floor Show. Ora como... Como Bowie dentro de Bowie. Al cabo, el influencer Bowie.

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