Arquitectura · La belleza intangible

La vivienda racional (2). Paréntesis

 HACE unos años, la ministra del ramo, de nombre María Antonia Trujillo, propuso, y retiró de inmediato, la construcción de viviendas de 30 metros cuadrados, como medio de conseguir una vivienda asequible. En plena burbuja inmobiliaria (con el conocido desmedido aumento de los precios), no se encontró otra solución para favorecer el acceso de los jóvenes a una vivienda. Salvo los arquitectos, todo el mundo se posicionó en contra de aquel ‘disparate’.

En realidad el error de la propuesta estaba en que daba por buenos los precios por metro cuadrado del momento, por lo que una propuesta razonable para hacer vivienda asequible era hacerla, forzosamente, pequeña. A menos metros, menos precio final. Esos precios desvinculados de los costes reales se derivaban de la componente especulativa de la burbuja crediticia. Evidentemente la ministra de Vivienda (aunque lo intentó) no tenía suficientes competencias para haber pinchado la burbuja (que si bien fue inmobiliaria al final, de partida fue una burbuja de crédito), ya que tenía un papel marginal en el Consejo de Ministros. El mercado hipotecario se nutría de la edificación y la urbanización para ir aumentando de volumen sin respaldo en los bienes reales en los que se apoyaba.

Por otra parte, la estructura hipotecaria de este país otorga al suelo sobre el que la vivienda se asienta mayor garantía que al bien en sí, cosa que carece de toda lógica y que sería fácilmente modificable si la totalidad del suelo urbano fuera público, es decir, de todos los ciudadanos.

Pues es la ciudad, los servicios públicos que se prestan, su mantenimiento, las consideraciones urbanísticas que se establecen mediante los planes generales, las decisiones que se toman de mejorar, de ubicar ciertos usos, de potenciar su accesibilidad, etc., la que determina que un suelo resulte más atractivo que otro para vivir en él. Luego esa plusvalía debe corresponder a la ciudad, y no al propietario del suelo que en estos asuntos es muchas veces un mero espectador (especulador).

Si una propuesta como ésta prosperase terminaría la especulación del suelo, acabaría con parte de los problemas de los ruinosos centros históricos y en un plazo razonable el problema de la vivienda en nuestras ciudades encontraría soluciones. La propuesta es que a todos los efectos el suelo (urbano) deje de ser considerado como parte del valor de una casa, piso o construcción cualquiera que sea y, por tanto, que el valor del inmueble se componga a partir de sus metros cuadrados, del estado de conservación, de la calidad de sus materiales o la belleza de sus espacios o de los árboles que existan en la parcela, todas ellas cuestiones objetivables, como lo son las que se utilizan para valorar un coche nuevo o usado. (Estoy seguro de que de ser así mejorarían muchos aspectos de las viviendas, pues actuaríamos con ellas de manera parecida a como actuamos con nuestros vehículos, tanto en su fabricación como en su mantenimiento).

Pero ¿Y por qué los arquitectos no se opusieron a la famosa propuesta? Pienso que porque la mayoría sabemos que es posible organizar un espacio vividero en esos metros, que la cuestión es definir de manera objetiva el espacio vital que necesita cada persona. Y ese espacio, a medida que avanza el tiempo, pese a que nunca en la historia el ser humano ha acumulado tantos enseres como en el presente, se está reduciendo considerablemente, por cuestiones que puede que tengan que ver con nuestras actuales costumbres, en las que el espacio virtual está empezando a sustituir muchas de las necesidades que hasta hace poco demandaban un lugar físico. (Hay que añadir que la propuesta de reducir las viviendas hasta los límites enunciados habría de haber estado acompañada de una modificación de la actual normativa de VPO que resulta ineficaz para una sociedad cambiante como la nuestra, tanto en la composición de la unidad familiar como en la relación entre la vivienda y el trabajo).

La definición del espacio mínimo vital comenzó en 1929 en el segundo Congreso Internacional de Arquitectura Moderna celebrado en Frankfurt, donde se volvieron a reunir los arquitectos europeos que habían participado un año antes en el encuentro en el castillo de La Sarraz en Suiza, junto con otros que no asistieron a aquél y que no se quisieron quedar descolgados. Ya antes se habían debatido estas cuestiones en algunos acontecimientos previos como la exposición de 1925 de París donde Le Corbusier presentó el Pavillon de l’Esprit Nouveau, que no era otra cosa que un dúplex de una vivienda concebida para su proyecto de L’Immeublevilla o el Weissenhof de Sttugart en 1927, organizado por Mies van der Rohe, con la intervención de muchos de los maestros modernos. Pero esto es una historia que pertenece a otro capítulo. (Continuará). 

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