Con motivo de la injusta polémica sufrida por Chanel, llegándose a decir que su canción, Slo Mo, justificaba la prostitución, el pasado año se detectó que los políticos tienen muy poca idea de algo tan importante (en lo televisivo, en la cultura popular del continente) como el Festival de Eurovisión. Como el fútbol: un asunto importante de esas cosas que parecen no tener importancia pero que unen, reúnen y hacen felices a la gente. Si hay algo que hace feliz a los demás y que no hace daño al menos habría que respetarlo.

Eurovisión está por encima de las fronteras, de los idiomas y de cualquier intento de fomentar la división o la exclusión. Por eso es tan internacional. Y tan divertido. Tan diverso.

El pasado año los contertulios todistas y muchos articulistas que creen que un mal libro vale más que un buen programa tuvieron la osadía de menospreciar este invento nacido en la OTAN. Eurovisión es fácil de desdeñar por los que hace años que no han visto ni un minuto y se dejan guiar por clichés en blanco y negro e ideas maximalistas de tiempos analógicos.

En tiempos de pantallas individuales el Festival de Eurovisión es capaz de reunir a las familias, de interconectar a millones de personas que dejan los vídeos y el streaming para ver un acontecimiento en directo. Para vibrar, emcionarse. Divertirse.

Desconfíe siempre de los que a estas alturas critican y dicen que no les gusta el Festival de Eurovisión. No saben lo que se pierden. Esos que se jactan de que no le gusta Eurovisión, por sentirse superiores y exquisitos, demuestran que están lejos de lo que es innovación, proximidad, realidad... Lo que es este festival de canciones, moda, técnicas, realización televisiva, y que se renueva año a año.

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