Con la que está cayendo en estos días en Europa y Occidente, les pido disculpen esta digresión de escasa importancia. La idea de añadir a las estaciones de tren nombres de mujer entra dentro de lo previsible en el ejercicio de las políticas de igualdad de un Gobierno preocupado más en el gesto que en el hecho. Puedo además entender que para mucha gente la figura de Almudena Grandes - qepd- merezca éste y otros reconocimientos, como los de hija predilecta de Madrid. De igual manera espero que los que aplauden el reconocimiento entiendan que a otra mucha gente nos parezca un horror. No creo que se la reconozca por su obra literaria sino por su significación política.

El Gobierno -en veinticuatro horas- dio a Almudena Grandes lo que niega hace años a Delibes con el aeropuerto de Valladolid. En la presentación de uno de sus libros más famosos, AG dijo que cada mañana "fusilaría" a dos o tres voces que le "sacan de quicio". De la madre Maravillas espetó: ¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y ¡mmm! sudorosos? Ahora les pido hagan un ejercicio de imaginación y supongan que una escritora -no digamos un escritor- de derechas, un político conservador, un clérigo, un militar o mi vecino de arriba que no vota a la izquierda, dijera algo mínimamente parecido. No solo no le darían una estación, una calle o la medalla de su pueblo, sino que seguro penaría un intenso escarnio social.

Mientras la progresía -la que niega que Putin sea comunista- hace de policía de la tolerancia según su exclusivo parecer, revisa con denuedo la historia desde su odiada Isabel la Católica y reparte a su gusto credenciales de demócrata, gran parte de la base social conservadora y liberal vive acobardada. Yo me bajo en Atocha, cerca de Sol, donde parece que hay ganas de no resignarse.

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