Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

La Semana Santa más visible es la de los pasos, las cornetas y tambores, la madrugá, las bullas, las terrazas a rebosar, el ruido, la jarana, el turismo, el traje de chaqueta que ellos se ponen uno o dos días al año y que cada vez queda más apretado, los tacones de ellas encajados sin pensar en las muchas horas de pie que hacen añorar al poco tiempo las deportivas de siempre…

Pero hay otras Semanas Santas que pasan desapercibidas. Está la del personal de hostelería, mal pagado ¿A alguien le extraña que falten camareros? Está la del personal sanitario, que llega a la guardia sin saber si podrá hacer frente a lo que entre esa noche. Está la Semana Santa de los conductores de autobús y taxis, atentos a esquivar cualquier borracho. Y tantos otros… Tienen en común que, mientras los demás se divierten, demasiadas veces tienen que soportar impertinencias de la gente. Está la Semana Santa del enfermo y de los que le cuidan que oyen los tambores lejanos de lo que viene y, sobre la pena y el cansancio, ponen una sonrisa.

Y está la Semana Santa de los que creen en un Dios Padre y en su Hijo torturado, martirizado y, como tantos, llorado por su Madre, María de Nazareth. Ni más ni menos. Y que, aun desde el respeto, no pueden entender tanta virgen y tanto cristo con apellidos y seguidores propios y diferenciados. Perplejos porque saben que María y Jesús nunca llevaron mantos de lujo, coronas de pedrería y fajines de general. Que si fueron acompañados por soldados fue para ser ejecutados en una cruz, por cierto, de madera tosca.

Sorprende un tanto la evidente satisfacción de la jerarquía eclesial acompañando y promoviendo todo esto. ¿Proviene quizás del gran número de personas que asisten a las procesiones? Se están autoengañando y dando munición a quienes piensan que la religión es el opio del pueblo.

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